Segundo Domingo de Cuaresma - Feb 25, 2024

Domingo de Abrahán y de la transfiguración

"Oigo en mi corazón: 'Buscad mi rostro.' Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro." (Antífona de Entrada, Sal 26, 8-9)

Reflexión

Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadlo" (Mt 17, 5).

La invitación que el Padre dirige a los discípulos, testigos privilegiados del extraordinario acontecimiento de la transfiguración, resuena de nuevo hoy para nosotros y para toda la Iglesia. Como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros estamos invitados a subir al monte Tabor junto con Jesús y a quedar fascinados por el resplandor de su gloria. En este segundo domingo de Cuaresma contemplamos a Cristo envuelto en luz, en compañía de los autorizados portavoces del Antiguo Testamento, Moisés y Elías. A él le renovamos nuestra adhesión personal: es el «Hijo amado» del Padre.

Escuchadlo. Esta apremiante exhortación nos impulsa a intensificar el camino cuaresmal. Es una invitación a dejar que la luz de Cristo ilumine nuestra vida y nos comunique la fuerza para anunciar y testimoniar el Evangelio a nuestros hermanos. Como bien sabemos, es un compromiso que implica a veces muchas dificultades y sufrimientos. También lo subraya san Pablo, al dirigirse a su fiel discípulo Timoteo: «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio» (2 Tm 1, 8).

La experiencia de la transfiguración de Jesús prepara a los Apóstoles para afrontar los dramáticos acontecimientos del Calvario, presentándoles anticipadamente lo que será la plena y definitiva revelación de la gloria del Maestro en el misterio pascual. Al meditar en esta página evangélica, nos preparamos para revivir también nosotros los acontecimientos decisivos de la muerte y resurrección del Señor, siguiéndolo por el camino de la cruz para llegar a la luz y a la gloria. En efecto «sólo por la pasión podemos llegar con él al triunfo de la resurrección» (Prefacio). (Homilía de S.S. Juan Pablo II, Misa del Segundo Domingo de Cuaresma, 8 de abril de 2001).

Oración

Señor, Padre Santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así con mirada limpia contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.