10 de febrero, 1996 - Constructores de la sociedad

Autor: Juan Pablo II

 

VISITA PASTORAL A GUATEMALA,
NICARAGUA, EL SALVADOR Y VENEZUELA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RESPONSABLES DE LA VIDA SOCIAL, CULTURAL,
POLÍTICA Y ECONÓMICA

Teatro Teresa Carreño de Caracas
Sábado 10 de febrero de 1996

Ilustres Señoras y Señores:

1. Me es muy grato reunirme con vosotros, representantes y responsables de la vida social, cultural, política y económica del país. Habéis venido desde todos los puntos de la geografía patria para encontraros con el Papa. Agradezco vuestra presencia en este acto y os doy mi más cordial saludo.

Por medio de vosotros quiero hacer llegar mi palabra a todos los componentes de los diversos ámbitos e instituciones en los que lleváis a cabo vuestras actividades. De vosotros depende, en gran parte, la tarea de la construcción de una Venezuela cada vez mejor que, recogiendo lo más precioso del pasado, camine hacia el progreso y el bienestar integral de todos y cada uno de los miembros de la comunidad nacional.

Saludo al Señor Presidente de la República y a las Autoridades que lo acompañan. Estoy agradecido a Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales, Arzobispo de Maracaibo y Presidente de la Conferencia Episcopal, por las palabras que me ha dirigido dándome la bienvenida a este acto. Agradezco también el testimonio de vida familiar de los señores Francisco y América González.

2. Vuestra Nación ha sido bendecida por Dios con abundantes recursos naturales. Cuenta con una población en su mayoría joven y dinámica; dispone de gente capacitada en muy diversos sectores; su pueblo tiene una religiosidad muy arraigada. Venezuela ha vivido en las últimas décadas un progreso económico real y significativo, unido al desarrollo de un régimen democrático y de libertades enmarcadas en un Estado de derecho. Sin embargo, actualmente se enfrenta a serias dificultades en los diversos ámbitos de la vida nacional, pues una grave crisis económica, que venía preparándose inexorablemente, está afectando duramente a la clase media y baja, aumentando de forma dramática la pobreza hasta hacerla desembocar en muchos casos en auténtica miseria.

No se debe olvidar que el proceso de empobrecimiento material conduce muchas veces a un empobrecimiento moral y espiritual de las personas y de los grupos sociales, especialmente de los jóvenes y adolescentes. Ello origina una grave crisis por la ausencia de valores en el campo de la ética, de la justicia, de la convivencia social y del respeto a la vida y dignidad de la persona. Esto, ciertamente preocupante, lleva a la desorientación, provoca desaliento y desesperanza, así como una cierta desconfianza en las instituciones.

La salida de esa situación es anhelada cada vez más por quienes piden el respeto y promoción de su inviolable dignidad de personas en todos los ámbitos de la sociedad.

3. En esta circunstancia quiero alentar a todos los venezolanos —y particularmente a vosotros que constituís este grupo tan significativo de la vida nacional— e infundir esperanza en la edificación de una sociedad nueva, basada en la cultura de la vida y de la solidaridad, en lo cual consiste, como he dicho en muchas ocasiones, la civilización del amor. A este respecto, el Concilio Vaticano II enseña que «la Iglesia, al buscar su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz reflejada en cierto modo sobre todo el mundo, especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la consistencia de la sociedad humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres. La Iglesia cree que de esta manera, por medio de cada uno de sus miembros y de toda su comunidad, puede contribuir mucho a humanizar más la familia de los hombres y su historia» (Gaudium et spes, 40).

4. Vosotros tenéis responsabilidad en tantos sectores de la vida nacional. En el momento presente se han debilitado aspectos fundamentales y la jerarquía de valores, como son el aprecio de la verdad, la práctica de la solidaridad, la responsabilidad en la búsqueda y el cultivo del bien común, y la solidez de la institución familiar. Ante ello, es necesaria una justa comprensión de estos fenómenos, porque la toma de conciencia de las propias limitaciones es el paso indispensable para una recuperación. Las experiencias que se presentan como negativas han de servir para no repetir los errores y asumir un compromiso corresponsable por el país, fortaleciendo la esperanza fundada en Dios y en las potencialidades de la inteligencia y libertad humanas.

En efecto, se trata de superar las dificultades y caminar hacia un orden social que « debe desarrollarse de día en día, fundarse en la verdad, edificarse en la justicia, vivificarse por el amor; debe encontrar en la libertad un equilibrio cada vez más humano. Pero para cumplir todo esto hay que llevar a cabo una renovación de la mentalidad y realizar amplios cambios de la sociedad» (Ib. 26)

5. La Iglesia —fiel a su misión y abierta a todos los creyentes, así como a los hombres de buena voluntad— tiene una palabra que decir ante estas situaciones. En el momento actual, a las puertas del Tercer Milenio de la era cristiana, ha asumido la apasionante tarea de la Nueva Evangelización, que tiene como meta renovar la vida según el mensaje de Jesucristo y hacer de los valores evangélicos savia y fermento de una nueva sociedad, favoreciendo en los fieles cristianos la coherencia entre la fe y la vida, así como la superación en todas partes de las injusticias y fallas sociales, el fomento de la dignidad humana y de una recta conducta familiar, laboral, política y económica.

El anuncio y acogida del Evangelio que la Iglesia lleva a cabo ayuda a los cristianos a ser hombres nuevos,(cf. Col 3, 10)los cuales pueden colaborar en la construcción de una sociedad nueva, fundamentada en la justicia, el diálogo y el servicio, capaz de afrontar los retos del futuro. En esa tarea es preciso empezar por promover sin cesar una dignificación del hombre, que respete la verdad de sí mismo, imagen de Dios (cf. Gn 1, 27) y camino de la Iglesia (Redemptor Hominis, 14). Así se contribuye a elevar la sociedad, ya que «del carácter social del hombre se sigue que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están íntimamente condicionados» (Gaudium et spes, 25). De este modo se planifica la auténtica promoción humana, la cual tiende a la liberación integral de la persona (cf. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 29-39).

El necesario cambio, que ha de ser «de mentalidad, de comportamiento y de estructuras» (Centesimus annus, 60),favorecerá una cultura de la solidaridad, que prevalezca sobre la voluntad de dominio o de una vida egoísta, así como una economía de participación en vez de un sistema de acumulación de bienes, que provoca un gran abismo no sólo entre los diferentes Estados, sino también entre los ciudadanos de un mismo país.

6. De los temas que requieren particular atención para la construcción de una sociedad realmente nueva y dinámica hay que señalar ciertamente el de la familia y el de la vida. En efecto, el futuro de la sociedad pasa por la familia (cf. Familiaris consortio, 51), y «la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Por ello, los cristianos, juntamente con todos los que tienen en gran estima esta comunidad, se alegran sinceramente por la variedad de recursos que permiten a los hombres avanzar hoy en el fomento de esta comunidad de amor» (Gaudium et spes, 47). Es urgente también la atención a los niños que, por haber nacido fuera de la institución familiar o vivir en situación de abandono, crecen sin la tutela y ayuda de un padre o una madre, y difícilmente se integran en la sociedad, al estar marcados por graves carencias afectivas y materiales. Ellos están sujetos a tantos peligros, secuelas de la falta de educación e instrucción, como son, por ejemplo, la delincuencia precoz, la violencia, la droga o la prostitución infantil.

Es necesario, asimismo, crear una cultura de la vida. Con razón los Obispos venezolanos declararon el pasado año 1995 «Año por la vida», invitando a que todas las «reflexiones, compromisos y acciones vayan orientadas tanto a la toma de conciencia, como a mostrar una actitud de defensa y proclamación del don preciado de la vida en todas sus manifestaciones» (Compromiso por la vida, 8). Han obrado así al mirar atentamente, con espíritu pastoral, la realidad del País y calificarla como «grave situación», en contraste con la verdad cristiana sobre la «grandeza de la vida humana».

7. Tampoco se puede olvidar el papel predominante que tiene la economía, fomentando una gestión más justa y coordinada de los recursos; de ese modo, se honrará al hombre, « autor, centro y fin de toda la vida económica y social». (Gaudium et spes, 63).

La cultura ha de ser también objeto de especial atención en la construcción de la sociedad. Con el término «cultura» se indica «todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades espirituales y corporales» (Ib. 53). Todo ello debe mirar a la formación integral de la persona humana y al bien mismo de la sociedad.

8. Ilustres señoras y señores, dirigentes y constructores de la sociedad venezolana, osaliento a trabajar decididamente en el campo de la justicia, de la verdad y de la paz, mirando hacia el futuro con optimismo, siendo solidarios con la suerte de vuestro pueblo y con sus valores, centrados, por encima de todo, en el mandamiento fundamental del amor.

Desde el recuerdo emocionado de tantos ilustres hijos de Venezuela lanzo mi llamado a los políticos, para que, superando las diferencias partidistas y los intereses particulares, aúnen sus voluntades en la búsqueda responsable y desinteresada del bien común, mirando de modo especial hacia las clases más necesitadas. En esta hora difícil, pero decisiva en la vida de la Nación, exhorto a los políticos y a cuantos ocupan puestos directivos, a trabajar incansablemente por el verdadero bien del país, secundando eficazmente las iniciativas que lo favorezcan y dando claro testimonio de honradez en la vida privada y profesional.

El estamento militar, heredero de Bolívar y Sucre, está llamado a vivir su vocación castrense trabajando por crear condiciones de seguridad, estabilidad y fraternidad en un mundo donde la guerra quede desterrada y la paz sea un bien real. Por eso deseo animar a todos sus componentes a garantizar siempre la paz en libertad, soberanía y dignidad.

Invito a los intelectuales, artistas y educadores a que, siguiendo las huellas de Andrés Bello, Cecilio Acosta y Caracciolo Parra, y alimentándose en las fuentes del bien y de la belleza auténtica, lleven a cabo su acción en la sociedad, orientándola hacia la verdad suma que es Dios.

A los hombres de la ciencia y de la técnica la Iglesia los anima a proseguir, como el Doctor José Gregorio Hernández, fomentando el progreso integral que permita al ser humano conocerse mejor a sí mismo y comprometerse en los diversos campos de la vida social.

Recuerdo a los trabajadores y empresarios la responsabilidad que tienen de asegurar una producción que satisfaga adecuadamente las necesidades básicas, manteniendo unas relaciones laborales que conjuguen los propios intereses con el espíritu solidario y las exigencias ecológicas de las actuales y futuras generaciones, permitiendo así mantener un nivel aceptable de calidad de vida.

Asimismo, me dirijo a los profesionales de la comunicación social, que tienen preclaros exponentes en las figuras de Monseñor Jesús María Pellín, Juan González y Núñez Ponte. La labor de escritores y editores, tan estimada por la Iglesia, debe afrontar igualmente el reto de defender y promover todo lo espiritual que dignifica a las personas, comunidades y pueblos, elevando el nivel ético de la población, desarrollando el sentido de la libertad en la verdad y evitando todo lo que envilece y degrada.

Finalmente, quiero poner de relieve el papel de la mujer venezolana, protagonista en el ámbito social por ser transmisora de la vida y educadora de la paz.Ella ha de seguir participando con ilusión en la edificación de la sociedad y en el proyecto renovador del país, aportando aquel «genio» femenino que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por todo lo que es esencialmente humano (cf. Mulieris dignitatem, 30).

9. Venezolanos, aunque sean serias las dificultades e inmensos los desafíos, grande ha de ser vuestro empeño. Ante un presente con incertidumbres y un futuro con interrogantes, haced valer las propias capacidades con imaginación y sobre todo con generosidad, confiando en Dios: Dios ama al hombre.

Venezuela ocupa un lugar de relieve en un gran continente lleno de esperanza. Afrontando sin miedo los retos de vuestra historia, alzando los ojos a lo Alto y con un corazón solidario, caminad con paso firme hacia el Tercer Milenio, aportando generosamente vuestros talentos a la construcción de un nuevo orden más justo por ser más humano.

¡Que Jesucristo, «Salvador y Evangelizador» (Tertio Millennio Adveniente, 40),os guíe y bendiga en este camino!

 

© Copyright 1996 - Libreria Editrice Vaticana