14 de enero, 1998 - Audiencia general de los miércoles
Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles
Miércoles 14 de enero de 1998
1. La celebración del jubileo nos invitará a fijar nuestra atención en la hora de la salvación. Muchas veces, en diversas circunstancias, Jesús recurre al término «hora» para indicar un momento fijado por el Padre para el cumplimiento de la obra de salvación.
Habla de ella ya desde el inicio de su vida pública, en el episodio de las bodas de Caná, cuando su madre le pide que ayude a los esposos que pasan apuros por la falta de vino. Para indicar el motivo por el que no quiere aceptar esa petición, Jesús dice a su madre: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4).
Se trata, ciertamente, de la hora de la primera manifestación del poder mesiánico de Jesús. Es una hora particularmente importante, como da a entender la conclusión de la narración evangélica, en la que se presenta el milagro como «el comienzo» o «inicio» de los signos (cf. Jn 2, 11). Pero en el fondo aparece la hora de la pasión y glorificación de Jesús (cf. Jn 7, 30; 8,20; 12,23-27; 13, 1; 17, 1; 19, 27), cuando lleve a término la obra de la redención de la humanidad.
Al realizar ese «signo» por la intercesi ón eficaz de María, Jesús se manifiesta como Salvador mesiánico. Mientras ayuda a los esposos, en realidad es él mismo quien comienza su obra de Esposo, inaugurando el banquete de bodas que es imagen del reino de Dios (cf. Mt 22, 2).
2. Con Jesús ha llegado la hora de nuevas relaciones con Dios, la hora de un nuevo culto: «Llega la hora ―ya estamos en ella― en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). Este culto universal se fundamenta en el hecho de que el Hijo, al encarnarse, ha dado a los hombres la posibilidad de compartir su culto filial al Padre.
La «hora» es también el tiempo en que se manifiesta la obra del Hijo: «En verdad, en verdad os digo: llega la hora ―ya estamos en ella― en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así tambi én le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo» (Jn 5, 25-26).
La gran hora en la historia del mundo es el tiempo en que el Hijo da la vida, haciendo oír su voz salvadora a los hombres que están bajo el dominio del pecado. Es la hora de la redención.
3. Toda la vida terrena de Jesús está orientada hacia esa hora. En un momento de angustia, poco tiempo antes de la pasión, Jesús dice: «Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12, 27).
Con estas palabras, Jesús revela el drama íntimo que oprime su alma frente a la perspectiva del sacrificio que se acerca. Tiene la posibilidad de pedir al Padre que aleje de él esa terrible prueba. Pero, por otra parte, no quiere huir de ese destino doloroso: «He llegado a esta hora para esto». Vino para ofrecer el sacrificio que procurará la salvación a la humanidad.
4. Esa hora dramática ha sido querida y establecida por el Padre. Antes de la hora elegida por el designio divino, los enemigos de Jesús no pueden apoderarse de él.
Muchas veces intentaron detenerlo o asesinarlo. Al mencionar una de esas tentativas, el evangelio de san Juan pone de relieve la impotencia de sus adversarios: «Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora» (Jn 7, 30).
Cuando llega la hora, se presenta también como la hora de sus enemigos. «Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas», dice Jesús a «los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del templo y ancianos que habían ido contra él» (Lc 22, 52-53).
En esa hora tenebrosa, parece que nadie puede detener el poder impetuoso del mal.
Y, sin embargo, también esa hora depende del poder del Padre. Él será quien permita a los enemigos de Jesús apresarlo. Su obra se incluye misteriosamente en el plan establecido por Dios para la salvación de todos.
5. Más que la hora de sus enemigos, la hora de la pasión es, pues, la hora de Cristo, la hora del cumplimiento de su misión. El evangelio de san Juan nos permite descubrir las disposiciones íntimas de Jesús al inicio de la última Cena: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo » (Jn 13, 1). Por tanto, es la hora del amor, que quiere llegar «hasta el extremo », es decir, hasta la entrega suprema. En su sacrificio, Cristo nos revela el amor perfecto: ¡no habría podido amarnos más profundamente!
Esa hora decisiva es, al mismo tiempo, hora de la pasión y hora de la glorificación. Según el evangelio de san Juan, es la hora en que el Hijo del hombre es «elevado de la tierra» (Jn 12, 32). La elevación en la cruz es signo de la elevación a la gloria celestial. Entonces empezará la fase de una nueva relación con la humanidad y, en particular, con sus discípulos, como Jesús mismo anuncia: «Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre» (Jn 16, 25).
La hora suprema es, en definitiva, el tiempo en que el Hijo va al Padre. En ella se aclara el significado de su sacrificio y se manifiesta plenamente el valor que dicho sacrificio reviste para la humanidad redimida y llamada a unirse al Hijo en su regreso al Padre.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular al destacamento del Ejército del Aire español, que participan en la misión de paz en los territorios de la ex Yugoslavia, así como a los grupos procedentes de México, Argentina y Chile. A todos os acojo cordialmente y os bendigo en el Señor. Quiero expresar mi dolor y preocupación por los últimos atentados terroristas ocurridos en España, que contradicen la voluntad de paz manifestada repetidamente por la sociedad. Estos actos de violencia, expresión de una cultura de muerte, no tienen justificación alguna y comprometen el porvenir de todo un pueblo. Deseo que cesen estas acciones, para que todos puedan gozar de un futuro en tolerancia, respeto y libertad.
(En italiano)
(A los miembros del circo americano)
Os aliento cordialmente a vosotros, que formáis una gran familia viajera, y que mediante vuestro trabajo ofrecéis una diversión serena a la gente. Deseo de corazón que en vuestro recorrido por los caminos de tantas regiones y naciones llevéis a los pequeños y a los grandes un mensaje de solidaridad, bondad y alegría».
(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)
Dirijo, ahora, un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados presentes. La fiesta del Bautismo del Señor, que hemos celebrado el domingo pasado, reavive en vosotros, queridos jóvenes, el recuerdo de vuestro bautismo y os sirva de estímulo para testimoniar siempre con alegría vuestra fe en Cristo; constituya para vosotros, queridos enfermos, motivo de consuelo en el sufrimiento, pensando que os une al Cordero de Dios, que con su pasión y muerte quita el pecado del mundo. La vocación bautismal os sostenga a vosotros, queridos recién casados, en el camino del matrimonio para prepararos a educar y guiar a los hijos hacia la plenitud de la fe.
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Apremiante llamamiento del Santo Padre en favor de la paz en Argelia y Ruanda
El odio sigue ensangrentando la amada tierra africana. En Argelia no cesan las matanzas, que implican también a mujeres, ancianos y niños. En Ruanda, cinco misioneras de la congregación de las Hijas de la Resurrección, así como dos colaboradores laicos, han sido asesinados en la diócesis de Nyundo. Otras dos religiosas han quedado heridas gravemente.
Consternación y amargura invaden el alma de todos nosotros por estos dramáticos episodios, que no pueden dejar de interpelar la conciencia de la humanidad entera.
Elevemos nuestra oración por las víctimas de estas bárbaras matanzas.
Manifiesto mi solidaridad y cercanía espiritual a cuantos se hallan en la aflicción y en el dolor, mientras formulo el deseo cordial de una pronta curación a los heridos.
Que el sacrificio de tantas personas inermes induzca a sentimientos de arrepentimiento, perdón y finalmente paz.