14 de noviembre, 1991 - A los participantes en la XXVI Conferencia general de la FAO
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA XXVI CONFERENCIA
GENERAL DE LA FAO
14 de noviembre de 1991
Señor presidente;
señor director general;
excelencias;
señoras y señores:
1. Me alegra encontrarme una vez más con los representantes y expertos de los Estados y organizaciones que forman parte de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación. Esta XXVI Asamblea general es particularmente notable, por cuanto marca el 40º aniversario de la creación del cuartel general de la FAO en Roma. En esta importante ocasión deseo expresaros cordialmente mis mejores deseos. El hecho de haber elegido esta ciudad como centro de vuestra actividad ha contribuido a promover una mayor comprensión y una colaboración más estrecha entre vuestra organización y la Santa Sede. Es estimulante observar los muchos puntos de convergencia que existen entre los objetivos y el método que se ha prefijado vuestra organización y la doctrina de la Iglesia acerca del desarrollo social y su invitación a entenderlo a la luz de la dimensión ética y el destino trascendente de la persona humana.
2. También después de cuatro décadas de intensos esfuerzos llevados a cabo por hombres y mujeres de buena voluntad, los objetivos de la FAO siguen teniendo una urgencia apremiante. Ahora, como en el pasado, existe la necesidad de hacer más eficaz la producción y distribución del alimento, de mejorar las condiciones de los trabajadores del campo y, así, contribuir a la expansión general de la economía mundial, con vistas a eliminar el hambre del mundo. Dado que yo me propuse continuar «la enseñanza y la actividad de Cristo, que a la vista de una muchedumbre hambrienta pronunció esta conmovedora exclamación: “Siento compasión de la gente, porque... no tienen qué comer” (Mt 15, 32)» (Pablo VI, Discurso a los participantes en la Conferencia mundial sobre la alimentación, 9 de noviembre de 1974), aprovecho la ocasión que me ofrece este encuentro para expresar una vez más mi preocupación por la triste situación de los que padecen hambre en el mundo. Compartimos una ardiente solicitud hacia ellos y pido al Señor que nuestro encuentro sea una oportunidad para renovar nuestro servicio a los mismos.
Gracias a la larga experiencia y a la acumulación de numerosos datos, la estrategia de la FAO ha pasado de las referencias genéricas a la lucha contra el hambre y del simple llamamiento en favor de su eliminación al reconocimiento de la multiplicidad de las causas del hambre y a la necesidad de dar una respuesta adecuada a ese problema. Esta capacidad de observación de la complejidad de la situación, lejos de frenar el celo de los miembros de la FAO, debería representar un estímulo para la acción, puesto que los esfuerzos encaminados a remediar problemas que han sido esmeradamente analizados son los que tienen más probabilidades de éxito.
3. El creciente reconocimiento de las múltiples dimensiones que es preciso afrontar si se quiere combatir el hambre y la desnutrición, ha llevado a la identificación de importantes cuestiones sociales y políticas, que tienen un inflado directo en este asunto. La preocupación por el buen estado del medio ambiente es uno de los principales problemas que preocupan a la FAO, y sus complejas ramificaciones se han de tener en cuenta en toda campaña contra el hambre. De hecho, el respeto a los campos, los bosques y los mares, y su defensa de una explotación salvaje, constituyen el fundamento auténtico de cualquier política realista que quiera aumentar las reservas de alimentos del mundo. Los recursos naturales del mundo, confiados por el Creador a toda la humanidad, son la fuente de la que el trabajo humano saca la cosecha de que dependemos. Con la ayuda de los conocimientos científicos, un sano juicio práctico debe trazar el camino que separa los dos extremos: exigir demasiado de nuestro medio ambiente y pedirle demasiado poco, cada uno de los cuales tendría consecuencias desastrosas para la familia humana.
La creciente conciencia de que los recursos de la tierra son limitados lleva a sentir de modo más apremiante la necesidad de hacer que cuantos se ocupan de la producción de alimentos dispongan del conocimiento y de la tecnología indispensables para que sus esfuerzos produzcan los mejores resultados posibles. La creación de numerosos centros de adiestramiento e instituciones que promueven el intercambio de conocimientos técnicos y de experiencia, representa una de las más eficaces líneas de acción para la lucha contra el hambre. El desarrollo de la capacidad para el trabajo —capacidad específicamente humana— hace aumentar considerablemente la potencialidad de la tierra, que de otra manera sería más limitada. Por consiguiente, hay que insistir cada vez más en la aplicación de la inteligencia productiva. La tierra y el mar producen con abundancia sólo en la medida en que son explotados con sabiduría. Como escribí en mi carta encíclica Centesimus annus: «Hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo» (n. 32; cf. n. 31). Me complace notar que esta verdad acerca del trabajo del hombre se halla reflejada en vuestro Plan a medio plazo, 1992-1997, que destaca la importancia de los recursos humanos para resolver el problema del hambre.
4. Señoras y señores, la Santa Sede está muy interesada en el papel específico que desempeña la FAO en el impulso al desarrollo socio-económico. El principio guía de la enseñanza de la Iglesia acerca del desarrollo se encuentra expresado en la constitución pastoral Gaudium et spes del concilio Vaticano II, que afirma: «También en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social» (n. 63). Un desarrollo que sea digno de la persona humana debe estar orientado a hacer progresar a las personas en todos los aspectos de la vida, tanto en el espiritual como en el material. En efecto, el progreso económico alcanza su objetivo propio en la medida en que ayuda a conseguir el bien total y el destino de los hombres.
Una de las consecuencias de esta verdad es que la clara afirmación de la dignidad y el valor de cuantos trabajan para producir nuestro alimento es una parte indispensable de cualquier solución al problema del hambre. Esas personas son colaboradores especiales del Creador que obedecen su mandato de «someter la tierra» (cf. Gn 1, 28). Realizan el servicio vital de proporcionar a la sociedad los bienes necesarios para su sustento diario. El reconocimiento de su dignidad fue subrayado en el llamamiento de la FAO que pedía que no se considerara a los trabajadores del campo sólo como instrumentos de una producción cada vez mayor de alimento, «sino más bien como los últimos beneficiarios del proceso de desarrollo» (Plan a medio plazo, pág. 75). Es de suma importancia a este respecto elaborar programas que ensanchen el alcance de una acción libre y responsable por parte de los campesinos, los pescadores y cuantos explotan los recursos forestales, y que les permitan participar activamente en la formulación de políticas que les afectan de forma directa.
Asimismo, es importante tener presente que los proyectos encaminados a eliminar el hambre deben estar en armonía con el derecho fundamental de las parejas a fundar y mantener una familia (cf. Familiaris consortio, 42). Cualquier iniciativa que busque incrementar las reservas mundiales de alimento atacando la santidad de la familia o interfiriendo en el derecho de los padres de decidir el número de sus hijos, acabaría por oprimir a la raza humana en vez de estar a su servicio (cf. Gaudium et spes, 47; Familiaris consortio, 42; Laborem exercens, 25). En lugar de prohibir a los pobres nacer, es preciso elaborar programas que sean de verdad eficaces para promover el aumento de los recursos alimenticios, de forma que los pobres puedan participar también ahora en los bienes materiales que necesitan para mantener a sus familias, y se les ofrezca el adiestramiento y la asistencia necesarios para producir ellos mismos esos bienes mediante su propio trabajo (cf. Centesimus annus, 28).
5. Los años que han preparado esta última década del milenio fueron testigos de grandes cambios en las relaciones entre los pueblos y las naciones. Las grandes transformaciones que han tenido lugar presentan a la FAO nuevos desafíos y nuevas oportunidades. El derrumbamiento de lo que en muchos lugares se había convertido en el modelo habitual de producción e intercambio, hace que la lucha contra el hambre deba extenderse aún más. Abrigo la esperanza de que vuestra organización, con su tradición de cooperación entre gobiernos, sabrá cómo responder con eficacia.
La reducción de las tensiones mundiales, que ha sido durante mucho tiempo el objetivo de las esperanzas y de las oraciones de la humanidad, ofrece a los jefes de gobierno y a sus ciudadanos una nueva oportunidad de comprometerse juntos en la construcción de una sociedad digna de la persona humana. La eliminación del hambre y de sus causas debe ser una parte fundamental de este proyecto. Todos esperan que una de las consecuencias de la disminución del enfrentamiento en las relaciones internacionales sea la disminución de las cantidades de dinero gastadas en fabricar y vender armas. Los recursos así disponibles podrán ser empleados en el desarrollo y la producción de alimentos. Pido a Dios que los gobiernos del mundo se comprometan en esta noble tarea con la misma energía que han empleado en protegerse contra quienes consideraban entonces sus enemigos.
6. La tarea que debéis afrontar, señoras y señores, pondrá a prueba vuestra sabiduría y será un reto para vuestra valentía, pero podéis sacar fuerza de la nobleza de vuestra causa, una nobleza que justifica plenamente el esfuerzo y el sacrificio que implica. Tenéis el compromiso de garantizar la satisfacción del derecho de tener alimento suficiente, de gozar de una participación segura y estable en los productos de la tierra y del mar. Renovad vuestro esfuerzo en favor de esta lucha. Al deciros esto, me hago portavoz de todos los pobres y los hambrientos que he encontrado en mis visitas pastorales a muchas partes del mundo. Os transmito a vosotros su llamamiento, os manifiesto su gratitud.
Os aseguro mis oraciones por el éxito de vuestras deliberaciones encaminadas a elaborar un proyecto de trabajo para los próximos dos años, e invoco sobre vosotros la paz y la fuerza que vienen de Dios todopoderoso, que «no olvida el grito de los desdichados» (Sal 9, 13).
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