23 de noviembre, 1995 - A los participantes en la XXVIII Conferencia de la FAO
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA XXVIII CONFERENCIA
GENERAL DE LA FAO
23 de noviembre de 1995
Señor presidente;
señor director general;
señoras y señores:
1. Con mucho gusto os doy la bienvenida a vosotros distinguidos participantes en la XXVIII Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO), que estáis realizando vuestra ya tradicional visita a la Sede de Pedro. Dado que este año se celebra el 50° aniversario de la FAO, me complace especialmente que, a pesar de vuestra apretada agenda, no hayáis querido perder esta ocasión, una costumbre que se ha mantenido en las reuniones de la Conferencia desde que la FAO se estableció en Roma, en 1951.
Por medio de usted, señor presidente, expreso mis mejores deseos a los delegados y a los representantes de los Estados miembros, y doy la bienvenida en particular a los nuevos miembros de vuestra organización, que hoy más que nunca refleja un mundo que, a pesar de las divisiones a menudo dolorosas, siente cada vez más la necesidad de unirse en torno a objetivos comunes.
Le doy las gracias, señor director general, y le renuevo mi estima por su generoso compromiso durante la primera fase de su mandato, que implica también la difícil pero necesaria tarea de reestructurar la organización.
2. No es casualidad que el comienzo de la FAO haya coincidido con la formación de una organización más amplia, las Naciones Unidas, cuyos ideales inspiraron a la FAO y con cuya actividad está relacionada. Así, la institución de la FAO quiso destacar la complementariedad de los principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas: la verdadera paz y la efectiva seguridad internacional no se consiguen sólo previniendo guerras y conflictos, sino también promoviendo el desarrollo y creando condiciones que aseguren que los derechos humanos fundamentales sean garantizados plenamente.
3. La celebración del 50° aniversario de la FAO ofrece una ocasión oportuna para reflexionar en el compromiso de la comunidad internacional en favor de un bien y un deber fundamentales: librar a los seres humanos de la desnutrición y de la amenaza de la muerte por hambre. Como habéis puesto de relieve en vuestra reciente Declaración de Québec, no se puede olvidar que en los comienzos de la FAO no sólo se deseaba fortalecer la cooperación efectiva entre los Estados en un sector tan importante como la agricultura, sino que también se quería encontrar la manera de garantizar alimento suficiente a todo el mundo, compartiendo los frutos de la tierra de modo racional. Al fundar la FAO, el 16 de octubre de 1945, la comunidad mundial esperaba erradicar el flagelo del hambre y la inanición. Las enormes dificultades presentes aún en esta tarea no deben hacer que disminuya la firmeza de vuestro compromiso.
También hoy se presentan ante nuestros ojos algunas situaciones trágicas: gente que muere de hambre porque no se han garantizado la paz y la seguridad. La situación social y económica del mundo actual hace que todos seamos conscientes de que el hambre y la desnutrición de millones de personas son el resultado de mecanismos perversos dentro de las estructuras económicas, o la consecuencia de criterios injustos en la distribución de los recursos y la producción, de políticas programadas para defender a grupos con intereses especiales, o de diferentes formas de proteccionismo.
Además, la situación precaria en la que se encuentran pueblos enteros, ha llevado a una movilización de dimensiones tan alarmantes, que no puede afrontarse únicamente con la ayuda humanitaria tradicional. La cuestión de los refugiados y los desplazados provoca consecuencias dramáticas para la producción agrícola y la seguridad de alimentos, en perjuicio de la nutrición de millones de personas. La acción de la FAO durante los últimos años ha mostrado que no basta suministrar ayudas de emergencia a los refugiados; esta forma de asistencia no aporta una solución satisfactoria, pues se permite que persistan y se agudicen las condiciones de extrema pobreza, condiciones que llevan al incremento de las muertes por desnutrición y hambre. Hay que afrontar las causas de esas situaciones.
4. Señoras y señores, las celebraciones del 50° aniversario nos brindan la oportunidad de preguntarnos por qué la acción internacional, a pesar de la existencia de la FAO, ha sido incapaz de modificar este estado de cosas. A nivel mundial puede producirse suficiente alimento para satisfacer las necesidades de todos. ¿Por qué, entonces, tantos pueblos corren el riesgo de morir de hambre?
Como bien sabéis, son muchas las razones de esta situación paradójica, en la que la abundancia coexiste con la escasez; entre ellas, algunas políticas que reducen fuertemente la producción agrícola, la corrupción tan difundida en la vida pública y las masivas inversiones en sistemas de armas sofisticadas, en perjuicio de las necesidades primarias de los pueblos. Éstas y otras razones contribuyen a la creación de lo que llamáis estructuras del hambre. Se trata de los mecanismos del comercio internacional, mediante los cuales los países menos favorecidos, los que tienen mayor necesidad de alimentos, son excluidos, de un modo u otro, del mercado, impidiendo así una distribución justa y eficaz de los productos agrícolas. Con todo, otra razón consiste en el hecho de que ciertas formas de ayuda para el desarrollo se conceden sólo con la condición de que los países más pobres adopten políticas de ajustes estructurales, políticas que limitan drásticamente la capacidad de esos países de adquirir los alimentos necesarios. Un serio análisis de las causas esenciales del hambre no puede menos de destacar la actitud que se observa en los países más desarrollados, en los que una cultura consumiste tiende a exaltar las necesidades artificiales frente a las reales. Esto provoca consecuencias directas sobre la estructura de la economía mundial, y en particular sobre la agricultura y la producción alimentaria.
Estas numerosas razones tienen su origen no sólo en un falso sentido de los valores en los que deberían basarse las relaciones internacionales, sino también en una actitud muy difundida que privilegia el tener frente al ser. El resultado es la incapacidad real de muchas personas para comprender las necesidades de los pobres y los hambrientos. En verdad, se trata de la incapacidad de comprender a los pobres en su inalienable dignidad humana. Por eso, una campaña eficaz contra el hambre requiere mucho más que dar meras indicaciones sobre el funcionamiento correcto de los mecanismos de mercado o conseguir niveles más elevados de producción alimentaria. Se necesita, ante todo, recuperar el sentido de la persona humana. En mi discurso que dirigí a la Asamblea general de las Naciones Unidas el pasado 5 de octubre, destaqué la necesidad de entablar relaciones entre los pueblos sobre la base de un constante «intercambio de dones», una verdadera «cultura del dar» que debería preparar a todos los países para afrontar las necesidades de los menos favorecidos (cf. n. 14).
5. En esta perspectiva, la FAO y otras organizaciones tienen un papel esencial que desempeñar para fomentar un nuevo sentido de cooperación internacional. Durante los últimos cincuenta años la FAO ha tenido el mérito de hacer que la gente tuviera acceso a la tierra, favoreciendo así a los agricultores y promoviendo sus derechos como condición para aumentar los niveles de producción. La ayuda alimentaria, usada a menudo como un medio para ejercer presiones políticas, ha sido modificada gracias a un nuevo concepto: la seguridad de alimentos, que considera la disponibilidad de estos no sólo en relación con las necesidades de la población de un país, sino también en relación con la capacidad productiva de las áreas cercanas, precisamente con vistas al traslado o intercambio rápido de alimentos.
Además, la preocupación que la comunidad internacional muestra por las cuestiones ambientales se refleja en el compromiso de la FAO en favor de actividades que procuran limitar el daño causado al ecosistema y proteger la producción alimentaria de fenómenos como la desertización y la erosión. La promoción de una justicia social efectiva en las relaciones entre los pueblos supone la conciencia de que los bienes de la creación están destinados a todas las personas, y que la vida económica de la comunidad mundial debería tender a compartir esos bienes, su uso y sus beneficios.
Hoy, más que nunca, es necesario que la comunidad internacional se comprometa nuevamente a cumplir la finalidad primaria por la que se creó la FAO. El pan diario para cada persona en la tierra, el Fiat panis al que la FAO se refiere en su lema, es condición esencial para la paz y la seguridad del mundo. Hay que realizar opciones valientes, y hacerlas a la luz de una correcta visión ética de la actividad política y económica. Las modificaciones y las reformas del sistema internacional, y en particular de la FAO, deben enraizarse en una ética de solidaridad y en una cultura de comunión. Orientar los trabajos de esta Conferencia hacia ese objetivo puede ser el modo más fructífero de prepararse a la importante reunión de la Cumbre mundial sobre la nutrición, que la FAO ha programado para noviembre de 1996.
6. En todos esos esfuerzos la Iglesia católica está a vuestro lado, como testimonia la atención con la que la Santa Sede ha seguido la actividad de la FAO desde 1948. Al celebrar este 50° aniversario con vosotros, la Santa Sede desea manifestar su apoyo continuo a vuestros esfuerzos. Un signo de este apoyo y estimulo será la campana que se colocará en la sede de la FAO, como recuerdo de la creación, hace cincuenta años, de la familia de las Naciones Unidas. Las campanas simbolizan la alegría, anuncian un acontecimiento. Pero también suenan para llamar a la acción. En esta ocasión, y en el ámbito de la actividad de la FAO, esta campana está destinada a llamar a todos, a los países, a las diversas organizaciones internacionales, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a esforzarse cada vez más por liberar al mundo del hambre y la desnutrición.
Las palabras grabadas en la base de la campana evocan el verdadero propósito del sistema de las Naciones Unidas: «No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Is 2, 4). Se trata de palabras del profeta Isaías, que proclamaba la aurora de la paz universal. Sin embargo, según el profeta, esta paz llegará —y esto tiene un gran significado para la FAO— cuando «forjen de sus espadas arados, y de sus lanzas podaderas» (Is 2, 4). En efecto, sólo cuando las personas consideren una prioridad la lucha contra el hambre, y se comprometan a suministrar a todos los medios para ganarse su pan de cada día en lugar de acumular armas, se pondrá fin a los conflictos y a las guerras, y la humanidad será capaz de emprender el camino duradero de la paz.
Ésta es la sublime tarea a la que estáis llamados vosotros, los representantes de las naciones y los líderes de la FAO.
Sobre vuestro trabajo y sobre la FAO invoco las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso, siempre rico en misericordia.