29 de agosto, 1995 - A la delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia mundial sobre la mujer

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA SEÑORA MARY ANN GLENDON
Y A LOS MIEMBROS DE LA DELEGACIÓN DE LA SANTA SEDE
A LA IV CONFERENCIA MUNDIAL SOBRE LA MUJER
Martes 29 de agosto de 1995

Estimada señora Glendon
y miembros de la delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia mundial sobre la mujer:

Mientras os preparáis para viajar a Pekín, me alegra encontrarme con usted, jefe de la delegación de la Santa Sede a la IV Conferencia mundial sobre la mujer, y con los otros miembros de dicha delegación. A través de usted, expreso mis mejores deseos y oraciones a la secretaria general de la Conferencia, a las naciones y organizaciones que participan en ella, así como a las autoridades del país huésped, la República Popular China.

Deseo que esta Conferencia alcance el éxito en su objetivo de garantizar a todas las mujeres del mundo igualdad, desarrollo y paz, mediante el pleno respeto de su igual dignidad y de sus inalienables derechos humanos, para que puedan dar su contribución al bien de la sociedad.

Durante los últimos meses, en diversas ocasiones, he atraído la atención hacía la posición de la Santa Sede y hacia la enseñanza de la Iglesia católica acerca de la dignidad, los derechos y las responsabilidades dé las mujeres en la sociedad actual: en la familia, en los puestos de trabajo y en la vida pública. Me he inspirado en la vida y el testimonio de grandes mujeres dentro de la Iglesia a lo largo de los siglos, que fueron pioneras en la sociedad como madres, trabajadoras y líderes en los campos social y político, en profesiones de asistencia y como pensadoras y líderes espirituales.

El secretario general de las Naciones Unidas ha pedido a las naciones que participan en la Conferencia de Pekín que hagan públicos sus compromisos concretos para mejorar la condición de las mujeres. Después de haber considerado las diversas necesidades de las mujeres en la sociedad actual, la Santa Sede desea hacer una opción específica con respecto a ese compromiso: una opción en favor de las niñas y las jóvenes. Por esta razón, exhorto a todas las instituciones católicas dedicadas a la asistencia y a la educación a adoptar durante los próximos años una estrategia coordinada y prioritaria dirigida a las niñas y a las jóvenes, especialmente a las más pobres.

Es desalentador notar que en el mundo actual, el simple hecho de ser mujer, más bien que varón puede reducir las probabilidades de nacer o de sobrevivir en la infancia; puede significar recibir una alimentación y una asistencia sanitaria menos adecuadas, y aumentar las posibilidades de ser analfabetas o tener sólo un acceso limitado, o ni siquiera tener acceso, a la educación primaria.

Poner empeño en el cuidado y en la educación de las niñas, como un derecho igual, es de suma importancia para el progreso de la mujer. Por esta razón, hoy:

Exhorto a todos los servicios educativos vinculados con la Iglesia católica a garantizar igual acceso a las niñas: a educar a los niños en el sentido de la dignidad y el valor de la mujer; a dar más posibilidades a las niñas que han sufrido condiciones menos favorables; y a descubrir las causas que obligan a las niñas a abandonar la educación en los primeros grados, y a ponerles remedio.

Exhorto a las instituciones dedicadas a la sanidad, especialmente a las que prestan asistencia sanitaria elemental, a hacer de una mejor asistencia y educación sanitaria básica de las niñas el sello distintivo de su servicio.

Exhorto a las organizaciones de la Iglesia que se dedican a la caridad y a promover el desarrollo a que, en la asignación de recursos y de personal, den prioridad a las necesidades específicas de las niñas.

Exhorto a las congregaciones de religiosas a que, manteniendo la fidelidad al carisma específico y a la misión que han recibido de sus fundadores, identifiquen y se acerquen a las niñas y jóvenes más marginadas de la sociedad, las que más han sufrido física y moralmente, y que han tenido muy pocas oportunidades. Su trabajo asistencial humanitario y educativo, y su servicio a los más pobres, hoy son necesarios por doquier en el mundo actual.

Exhorto a las universidades católicas y a los centros de estudios superiores a asegurar que los que se preparan para ser los futuros líderes de la sociedad adquieran una sensibilidad especial con respecto a las jóvenes.

Exhorto a las mujeres y a las organizaciones de mujeres de la Iglesia y que actúan en la sociedad a establecer modelos de solidaridad, para que su liderazgo y su guía puedan ponerse al servicio de las niñas y las jóvenes.

Como seguidores de Jesucristo, que se identifica con los más pequeños, no podemos permanecer insensibles ante las necesidades de las niñas que padecen dificultades, especialmente de las que son víctimas de la violencia y de la falta de respeto a su dignidad.

Con el espíritu de las grandes mujeres cristianas que han iluminado la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos y que a menudo han impulsado a la Iglesia a volver a su misión y a su servicio esencial, exhorto a las mujeres de la Iglesia de hoy a adoptar nuevas formas de liderazgo en el servicio, y a todas las instituciones de la Iglesia, a acoger esa contribución de las mujeres.

Exhorto a todos los hombres en la Iglesia a realizar, donde sea necesario, un cambio de corazón, y a tener, como exigencia de su fe, una visión positiva de la mujer. Les pido que tomen cada vez mayor conciencia de los inconvenientes que las mujeres, especialmente las niñas, han tenido que afrontar, y vean dónde la actitud de los hombres, su falta de sensibilidad o de responsabilidad, pueden haber sido la causa.

Una vez más, a través de usted, deseo expresar mis mejores deseos a todos los que tienen alguna responsabilidad en la Conferencia de Pekín, y asegurarles mi apoyo, así como el de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia católica, con miras a un compromiso renovado de todos en favor de las mujeres en el mundo.

 

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