A la Conferencia episcopal de la República del Congo
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA"
Viernes 19 de octubre de 2007
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:
Me alegra acogeros a vosotros, que habéis recibido del Señor la misión de ser los pastores del pueblo de Dios que está en la República del Congo. Deseo que nuestro encuentro, expresión de la comunión con el Sucesor de Pedro, sea también fuente de una comunión cada vez más intensa entre vosotros y entre vuestras Iglesias diocesanas, llenándoos de confianza y animándoos a perseverar en el anuncio del Evangelio.
Agradezco a monseñor Louis Portella Mbuyu, obispo de Kinkala y presidente de vuestra Conferencia episcopal, su presentación de la vida de la Iglesia en la República del Congo. A través de vosotros, saludo cordialmente a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, que han manifestado con frecuencia su adhesión a Cristo y su solidaridad con sus hermanos en los momentos difíciles de la historia reciente de vuestro país, y los invito a seguir siendo constructores infatigables de justicia y de paz, juntamente con todos los hombres de buena voluntad.
Vuestra Conferencia episcopal no cesa de despertar las conciencias y fortalecer las voluntades, aportando una contribución específica y concreta al establecimiento de la paz y la reconciliación en el país. Exhorto, pues, a los cristianos y a toda la población del país a abrir caminos de reconciliación, para que las diferencias étnicas y sociales, vividas en el respeto y en el amor mutuos, se conviertan en riqueza común y no en motivo de división.
Vuestras relaciones quinquenales señalan la urgencia de desarrollar un verdadero dinamismo misionero en vuestras Iglesias locales. La Iglesia no puede sustraerse a esta misión primordial, que la invita a una exigencia fundamental de coherencia y armonía entre fe y normas éticas. Para evangelizar de verdad y en profundidad, es necesario ser testigos cada vez más fieles y creíbles de Cristo. Esta responsabilidad eminente os corresponde de una forma muy peculiar. Sed "hombres de Dios", presentes en vuestras diócesis junto a vuestros sacerdotes, preocupados ante todo por el anuncio del Evangelio, sacando de vuestra intimidad con Cristo la fuerza para establecer vínculos cada vez más fuertes de fraternidad y unidad entre vosotros y con todos. Esta exigencia concierne también a la Conferencia episcopal, llamada a ser cada vez más un lugar privilegiado de comunión, pero también de vida fraterna y de trabajo concertado sobre proyectos comunes. Numerosos frutos brotarán de este proceso.
Con una real solicitud misionera por construir la Iglesia-familia, vuestra acción pastoral se apoya en las comunidades eclesiales vivas, lugares concretos de anuncio del Evangelio y de ejercicio de la caridad, sobre todo con los más pobres, que ponen por obra una pastoral de cercanía y constituyen también una poderosa defensa contra las sectas.
Os invito a prestar una atención particular a la formación cristiana inicial y permanente de los fieles, para que conozcan el misterio cristiano y lo vivan, sostenidos por la lectura de la Escritura y la vida sacramental. Así, descubrirán la riqueza de su vocación bautismal y el valor de sus compromisos cristianos según los principios éticos, con vistas a una presencia cada vez más activa en la sociedad. Doy las gracias a las personas comprometidas en la formación de los laicos, en particular a los catequistas y a sus familias, valiosos auxiliares de la evangelización, deseando que se pongan a su disposición estructuras de formación adecuadas para cumplir su importante misión.
Transmitid a vuestros sacerdotes el aliento del Papa. Os corresponde a vosotros sostenerlos, exhortándolos a vivir, en plena comunión con vosotros y con verdadero espíritu de servicio a Cristo y a la comunidad cristiana, una existencia cada vez más digna y santa, fundada en una vida espiritual profunda y en una madurez afectiva vivida en el celibato, a través del cual ofrecen, con la gracia del Espíritu y mediante la libre respuesta de su voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia (cf. Pastores dabo vobis, 44).
Estando cerca de los sacerdotes, vosotros mismos seréis modelos de vida sacerdotal y les ayudaréis a tomar una conciencia cada vez más viva de la fraternidad sacramental en la que la ordenación sacerdotal los ha establecido. Exhorto también a los numerosos sacerdotes congoleños que residen en el extranjero a considerar con seriedad las necesidades pastorales de sus diócesis y a hacer las opciones necesarias para responder a los apremiantes llamamientos de sus Iglesias diocesanas.
Me alegra que hayáis programado realizar próximamente una profunda reflexión sobre el ministerio sacerdotal, para proponer a los sacerdotes y a los seminaristas una existencia propia de sacerdotes diocesanos, arraigada en una intensa vida espiritual, que corresponda a la exigencia de la configuración con Jesucristo, Cabeza y Servidor de la Iglesia, y fundada en un amor a la misión y en una vida conforme a los compromisos de la ordenación. Como ya he señalado, es necesario "exponer la fe de manera irreprochable" mediante la enseñanza y el comportamiento.
La sensible disminución del número de matrimonios canónicos es un auténtico desafío que pesa sobre la familia, cuyo carácter insustituible para la estabilidad del edificio social es bien conocido. La legislación civil, el debilitamiento de la estructura familiar, pero también el peso de ciertas prácticas tradicionales, sobre todo el coste exorbitante de la dote, son un freno real al compromiso de los jóvenes en el matrimonio. Es necesaria una reflexión pastoral de fondo para promover la dignidad del matrimonio cristiano, reflejo y realización del amor de Cristo a su Iglesia. Es importante ayudar a los matrimonios a adquirir la madurez humana y espiritual necesaria para asumir de manera responsable su misión de esposos y de padres cristianos, recordándoles que su amor es único e indisoluble, y que el matrimonio contribuye a la plena realización de su vocación humana y cristiana.
Quiera Dios que la Iglesia siga desempeñando un papel profético al servicio de todos los habitantes del país, en especial de los más pobres y de los que no tienen voz, revelando a cada uno su dignidad y proponiéndoles el amor de Dios plenamente revelado en Jesucristo. El amor "es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar" (Deus caritas est, 39).
Por intercesión de la santísima Virgen, Estrella de la evangelización, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros y a vuestras comunidades diocesanas.
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