A la III reunión del XI Consejo ordinario del Sínodo de los obispos
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA III REUNIÓN
DEL XI CONSEJO ORDINARIO DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
Jueves 1 de junio de 2006
Venerados y queridos hermanos en el episcopado:
A todos vosotros, miembros del XI Consejo ordinario de la Secretaría general del Sínodo de los obispos, os dirijo un fraterno saludo, y en particular a monseñor Nikola Eterovic, secretario general, al que doy también las gracias por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Vuestra presencia me trae a la memoria la experiencia vivida en la Asamblea sinodal sobre el tema "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia", que tuvo lugar en otoño de 2005. Ahora os agradezco de corazón el trabajo que estáis haciendo para recoger y ordenar las propuestas presentadas durante la última Asamblea sinodal.
Este encuentro es, además, una ocasión propicia para poner de relieve una vez más la importancia de la caridad en la actividad de los pastores de la Iglesia. Durante las visitas ad limina Apostolorum varios obispos me preguntan: "Pero, ¿cuándo va a publicarse finalmente el texto postsinodal?". Y yo respondo: "Están trabajando en él. Y, ciertamente, ya no puede faltar mucho tiempo". Veo aquí reunidas a muchas personas competentes, por eso espero ver dentro de poco este texto —y aprender yo mismo de él—, que luego se podrá publicar para utilidad de toda la Iglesia, que lo espera realmente. Est amoris officium pascere dominicum gregem: esta admirable intuición del obispo Agustín (In Io. Ev. tract. 123, 5: PL 35, 1967) sigue siendo un gran estímulo para nosotros, obispos, dedicados al cuidado de la grey que no nos pertenece a nosotros, sino al Señor. Cumpliendo su mandato, tratamos de proteger la grey, de alimentarla y de conducirla a él, el verdadero buen Pastor que desea la salvación de todos. Alimentar la grey del Señor es, pues, ministerio de amor vigilante, que exige entrega total hasta el agotamiento de las fuerzas y, si fuera necesario, hasta el sacrificio de la vida.
Sobre todo la Eucaristía es la fuente y el secreto del impulso permanente de nuestra misión. En realidad, el obispo reproduce en su existencia eclesial la imagen de Cristo que nos alimenta con su carne y con su sangre. De la Eucaristía el pastor saca fuerza para practicar la particular caridad pastoral que consiste en proporcionar al pueblo cristiano el alimento de la verdad. Y el texto que está en preparación será una de estas intervenciones para alimentar al pueblo de Dios con el pan de la verdad, para ayudarle a crecer en la verdad y, sobre todo, para darle a conocer el misterio de la Eucaristía e invitarlo a una intensa vida eucarística.
En particular, si hablamos de verdad, no puede silenciarse la verdad del Amor, porque es la esencia misma de Dios. Proclamarla desde los terrados (cf. Mt 10, 27) no es sólo amoris officium, sino también mensaje necesario para el hombre de todos los tiempos. La verdad del amor evangélico atañe a todo hombre y a todo el hombre, y compromete al pastor a proclamarla sin temores ni reticencias, sin ceder jamás a los condicionamientos del mundo: opportune, importune (cf. 2 Tm 4, 2).
Queridos hermanos en el episcopado, en un tiempo como el nuestro, marcado por el creciente fenómeno de la globalización, es cada vez más necesario anunciar con vigor y claridad a todos la verdad de Cristo y su Evangelio de salvación. Los campos en los que es preciso proclamar y testimoniar con amor la verdad son innumerables: mucha gente tiene sed de ella y no se puede dejar que desfallezca en búsqueda de alimento (cf. Lm 4, 4). Esta es nuestra misión, venerados y queridos hermanos. El Espíritu del Señor, que nos disponemos a acoger en la próxima solemnidad de Pentecostés, descienda, por intercesión de María, sobre vosotros y os haga pastores cada vez más disponibles a las exigencias del corazón de Dios.
Con estos sentimientos, os bendigo a todos vosotros y a cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral.
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