A la orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ORDEN DEL SANTÍSIMO SALVADOR
DE SANTA BRÍGIDA

Jueves 5 de febrero de 1998

 

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a vosotras, queridas religiosas Brígidas, que os habéis reunido durante estos días en Roma para vuestro VIII capítulo general electivo. Dirijo un saludo particular a la madre Tekla, elegida nuevamente abadesa general, y le agradezco las afectuosas palabras con las que me ha saludado en nombre de todos. Al congratularme con usted por el nuevo mandato que le han conferido sus hermanas, espero que, bajo su guía, la orden prosiga generosamente en el servicio a Cristo y a su Iglesia. Saludo cordialmente, asimismo, a monseñor Mario Russotto, asistente de los Oblatos de Santa Brígida, y a los queridos sacerdotes y laicos, Oblatos, que han querido unirse a las religiosas en esta circunstancia especial.

2. «Estad en vela, orando en todo tiempo» (Lc 21, 36). Respondiendo a la invitación de Jesús, vuestra orden, fundada por santa Brígida de Suecia, se propone ante todo vivir el carisma de la alabanza al Señor, testimoniando el primado absoluto de Dios y su ternura por los hombres. La experiencia de Dios, realizada en la contemplación, os lleva también a vivir vuestra santificación en comunión reparadora con el divino Salvador, que en la oración sacerdotal se consagró a sí mismo al Padre por sus hermanos (cf. Jn 17, 19). En vuestra orden, este carisma se enriquece con la dimensión ecuménica, heredada del noble corazón de Brígida, que se sacrificó y trabajó con todas sus fuerzas para que el regreso del Papa de Aviñón a Roma constituyera la premisa necesaria para la pacificación de todos los cristianos.

La madre María Isabel, al refundar la orden, quiso proponer nuevamente la índole reparadora de la antigua derivación monástica, adaptándola a la situación de los tiempos nuevos. De ese modo, imprimió al instituto una clara orientación hacia la oración y la reparación con características ecuménicas, en sintonía con la oración de Jesús en el cenáculo: «Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado » (Jn 17, 21).

3. Además del anhelo ecuménico, destaca otro aspecto de vuestro carisma: el compromiso misionero. En efecto, a imitación de santa Brígida, vivís el primado de la alabanza a Dios como continuo acto de amor a la humanidad herida por el pecado y por las divisiones. Vuestro capítulo general, acogiendo con plena disponibilidad la invitación que el Espíritu os dirige en el umbral de un nuevo milenio a través de los luminosos testimonios de santa Brígida y de la madre Isabel, está llamado a dar a la orden un nuevo impulso y un entusiasmo renovado, para constituir una vanguardia de evangelización y caridad en el mundo contemporáneo.

A ese proyecto tienden los centros de espiritualidad y de actividad ecuménicas que, a imitación de los de Farfa y Lugano, queréis promover durante el próximo sexenio en Gdansk y en Tallin. Os exhorto a proseguir con valentía esta benemérita obra de apostolado, para testimoniar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo las magníficas posibilidades que ofrece una vida vivida en la entrega total a Dios y a los hermanos. Vuestras casas han de ser escuelas de oración, sobre todo para los jóvenes, a través de la lectio divina y la adoración eucarística, que en muchas de vuestras comunidades se prolonga durante todo el día, con gran participación de fieles laicos. Os invito, asimismo, a hacer más consistente vuestra presencia en los países escandinavos, donde ya se aprecia y produce frutos vuestro testimonio evangélico de pobreza y acogida.

4. Que santa Brígida renueve en vosotros la atención especial a su tierra y el ardiente deseo de anunciar el Evangelio a los hijos de esas amadas naciones. Que vuestra caridad, que ya ha dado frutos prometedores en la India y en México, abarque generosamente otras realidades de los países en vías de desarrollo y, sin rendirse ante las inevitables dificultades, haga presente también allí con palabras y obras la luz del Evangelio, fuente inagotable de civilización y promoción humana. Ojalá que, para cuantos se acerquen a vosotros en cualquier lugar, vuestras comunidades sean un estímulo a vivir la unidad en la Iglesia, que «recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el reino de Cristo y de Dios (...). Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (Lumen gentium, 5).

Este es un compromiso que hay que destacar en las iniciativas ecuménicas y, especialmente, en las actividades que con un comité de católicos y luteranos estáis programando con vistas al próximo jubileo del año 2000. Que vuestras oraciones y vuestra constante solicitud ecuménica hagan progresar el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos.

Con estos deseos, encomendando a cada uno de vosotros a la protección celestial de la Madre de Dios y de santa Brígida, os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica.