A los empleados de las villas pontificias
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS EMPELADOS DE LAS VILLAS PONTIFICIAS
DE CASTELGANDOLFO
Lunes 1 de octubre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Con este encuentro se concluye, también este año, mi estancia de verano en Castelgandolfo, que vosotros habéis contribuido a hacer fructuosa y tranquila. Por tanto, esta visita de despedida me brinda la ocasión para expresaros a cada uno mi sincera gratitud por vuestro trabajo y por el esmero con que lo realizáis. Os saludo a todos con afecto, comenzando por el doctor Saverio Petrillo, director general de las villas pontificias, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
En estos meses he podido experimentar, una vez más, la eficacia y la generosidad de vuestros servicios. Que el Señor, fuente de todo bien, os recompense por el espíritu de sacrificio con que los lleváis a cabo cada día. Con generoso empeño aportáis una contribución significativa al ministerio del Sucesor de Pedro; una contribución a menudo oculta, pero siempre útil. Seguid obrando con espíritu de fe, para que vuestras actividades sean testimonio de amor y fidelidad a Cristo, que llama a todos sus discípulos a seguirlo, realizando cada uno su vocación específica en la Iglesia y en el mundo.
A todos os digo un cordial: "¡Hasta la vista!". Os aseguro que seguiré pidiendo a Dios que os proteja a vosotros y a vuestros seres queridos; y también vosotros, queridos amigos, acompañadme siempre con vuestro recuerdo en la oración. De modo especial, en la perspectiva de la fiesta de los Ángeles custodios, que celebraremos mañana, os encomiendo a la amorosa protección de estos espíritus celestiales, que el Señor ha puesto a nuestro lado. Que ellos os guíen y acompañen por el camino del bien.
Os doy nuevamente las gracias por todo, y expreso a cada uno de vosotros mis mejores deseos de una vida serena y fructuosa. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, así como a vuestras familias —me alegra que estén presentes tantas familias: aquí nacen muchos niños—, la bendición apostólica, signo de mi constante benevolencia.
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