A los Obispos de Galicia en visita ad limina Apostolorum, 14 de diciembre de 1981

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DE JUAN PABLO II 
A LOS OBISPOS DE GALICIA 
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

14 de diciembre de 1981

Queridos Hermanos en el Episcopado de la Provincia eclesiástica Compostelana,

1. Después de haberme entretenido con cada uno de vosotros individualmente, acerca de los problemas de vuestras respectivas diócesis, me alegro de poder daros la bienvenida a este encuentro que reúne conmigo a los Pastores de las cinco circunscripciones eclesiales de Galicia.

Es un momento de comunión, de profundo significado eclesial, entre el Sucesor de Pedro, a quien venís a ver, y los Hermanos que, unidos a él y bajo su guía, tenéis la responsabilidad inmediata del gobierno y santificación en vuestras Iglesias particulares. Por ello también cada uno de los miembros de vuestra diócesis: sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y seglares está presente en esta caridad mutua que nos une y que es a la vez un acto de fe en el Espíritu de Jesús. El nos preside y congrega en esa realidad misteriosa de la comunión con el Padre.

2. Siendo los Pastores de esas tierras que miran como centro espiritual a Compostela, tenéis una vinculación muy particular con el Apóstol Santiago, el primero de los Apóstoles que derramó su sangre en aras a su fidelidad a Jesucristo. El es vuestro padre en la fe, el abogado y protector de vuestras gentes, el patrono de España, que contribuyó de manera determinante a construir su historia y a mantenerla unida por los vínculos de una misma fe que profesan todos los pueblos y regiones de vuestra Patria.

Al hacer la visita ad limina, venís a venerar también las tumbas de los Apóstoles que trajeron la fe a esta Iglesia de Roma que preside en la caridad. Queréis con ello estrechar cada vez más los lazos con toda la Iglesia de Cristo, aquí junto al sepulcro de Pedro, a quien el Maestro constituyó como el fundamento eclesial, confiándole asimismo las llaves del reino de los cielos, como Pastor de todo el Pueblo de Dios. Me alegra que esta vuestra venida a Roma se realice en vísperas de la apertura del Año Santo Jacobeo 1982, cuyo profundo significado eclesial bien conozco. No sólo porque los antiguos caminos de Santiago fueron el cauce ordinario – junto con Roma y Tierra Santa – de las muchedumbres de peregrinos europeos de toda edad y condición, que en el medioevo caminaron hacia el Apóstol y en los que surgió precisamente, después de San Benito, la conciencia de Europa; sino porque siguen siendo también hoy – como lo demostró el último Año Santo de 1976 – un acontecimiento religioso de honda raigambre popular.

Será necesario que no dejéis pasar esa buena oportunidad pastoral, para que sea un año de intensa evangelización y renovación de la vida de fe en vuestras comunidades eclesiales. Así como en los tantos peregrinos que se acercarán hacia el Apóstol.

3. Sé que para dar un nuevo impulso a la vida eclesial en vuestras diócesis, los Obispos – junto con los presbíteros, religiosos y seglares – celebrasteis en los años de 1974 a 1979 el Concilio Pastoral de Galicia. Era vuestro intento infundir un nuevo aliento en vuestras comunidades, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. Para ello os ocupasteis de temas tan importantes como el ministerio de la palabra; el seglar en la Iglesia y en la construcción cristiana del mundo; la liturgia renovada en la pastoral de la Iglesia; sacerdotes, religiosos, y pastoral vocacional en Galicia; la promoción de la justicia y de las obras de caridad.

4. Permitidme que de entre todos estos temas os subraye particularmente la importancia de la catequesis en las parroquias, tradicionalmente atendida con verdadero celo en vuestras diócesis.

Porque, si bien es verdad que se puede y debe catequizar en todas partes, también en familia, en las escuelas y colegios, “ la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado ”. Para ello, toda parroquia, grande o pequeña, “ tiene el grave deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética – sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares – de proveer el equipamiento necesario para una catequesis en todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la medida en que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial ”.

Es una obra que conserva en nuestros días toda su importancia y urgencia, para edificar cada vez más sólidamente la fe del pueblo y orientarlo progresivamente hacia la plenitud de la vida en Cristo.
De ahí surgirán los seglares que, fieles a su vocación propia, compartan la realidad del mundo, inyectando en ella una orientación de fe, hecha testimonia en la vida privada y pública; esos seglares que sean protagonistas inmediatos de la renovación de los hombres y de las cosas y que, con su presencia activa en cuanto creyentes, trabajen en la progresiva consagración del mundo a Dios.

5. Es obvio, por otra parte, que esta tarea de catequesis de formación y animación cristiana de los seglares en el apostolado, reclama con urgencia nuevas y suficientes vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Sé que este problema os preocupa hondamente y que os esforzáis por darle solución adecuada. Os alabo y aliento a no ahorrar esfuerzos en ese campo. Inculcad esa intención en vuestros sacerdotes y en las almas consagradas, para que siembren generosamente la buena semilla y pidan al Dueño de la mies que envíe nuevos obreros a su mies. Se trata de un problema de capital importancia para la Iglesia y que debe ser considerado como absolutamente prioritario.

No hay que desconocer las dificultades existentes para hacer llegar a los jóvenes la invitación de la Iglesia. Pero ello no debe paralizar vuestro entusiasmo e iniciativas. También la juventud de nuestro tiempo siente la atracción hacia las cosas arduas, hacia los ideales grandes. No se ha agotado la generosidad en la juventud. Pero quiere que se le propongan metas que vale la pena alcanzar; no ideales recortados en los que no puede reconocerse.

Por esto mismo no hay que ilusionarse con perspectivas de un sacerdocio menos exigente en sacrificio y denuncia o desligado de la obligación del celibato eclesiástico, como si ello pudiera aumentar el número de los fieles seguidores de Cristo.

6. Para que estos objetivos sean realizables, atended con todo esmero vuestros seminarios y procurad que sean verdaderamente tales. Ayudad siempre a vuestros sacerdotes, para que vivan su ideal y misión con profundo espíritu de fe y alegre entrega. Cuidad la familia cristiana, para que tome en serio su responsabilidad en el campo de las vocaciones a la vida consagrada a la causa de Cristo y del Evangelio. Que los confesores y directores de almas de ambos cleros estén siempre atentos a la voz de Dios, que llama en todas las edades, a quien quiere cuando quiere y como quiere.

7. No desconozco que vuestras diócesis están formadas sobre todo por hombres y mujeres que viven del campo y del mar. Y que muchos de ellos se ven obligados a salir fuera para mantenerse dignamente y ganar cuanto es necesario para su familia. Todo ello plantea problemas serios desde el punto de vista humano y pastoral.

En efecto, la emigración supone una pérdida para el país o lugar que se abandona, produce un vacío difícil de llenar, obliga a los esposos y esposas a una separación forzosa que pone a veces en peligro la estabilidad y cohesión de la familia, y con frecuencia los coloca frente a situaciones de injusticia e indefensa.

Poned pues todo el empeño en promover la dignidad de todo trabajo, y en particular del trabajo agrícola y del mar. Estad cercanos a las familias emigrantes, formadlas bien en sus comunidades de origen, para que puedan afrontar convenientemente las nuevas circunstancias de vida. Estableced contactos con los pastores de las comunidades que las acoge, para que no se sientan desarraigadas. Es un campo muy importante y en el que son posibles muy diversas iniciativas, que vuestro celo pastoral os dictará.

8. Llevaos finalmente, queridos Hermanos, mi palabra de aliento. Os doy gracias en nombre de la Iglesia por vuestra entrega y por los sacrificios que ofrecéis en el cumplimiento de vuestra tarea de Pastores. No desfallezcáis en ella. Y extended esa misma gratitud a todos vuestros colaboradores en la misión de predicación y testimonio del Evangelio. Pido que el Señor os sostenga a todos con su gracia y corrobore vuestra fidelidad a la Iglesia de Cristo. María Santísima, Madre de Jesús y nuestra, os ayude siempre. Y sea prenda de esa constante protección divina la Bendición Apostólica que con afecto os imparto.