A los obispos de Taiwan en visita ad limina Apostolorum, 12 diciembre 2008 -Benedicto XVI
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE TAIWAN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Viernes 12 de diciembre de 2008
Queridos hermanos en el episcopado:
A todos vosotros os dirijo un saludo de paz y alegría en el Señor Jesús. Por su gracia, habéis venido a esta ciudad a venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo como signo de vuestra comunión con la Iglesia de Roma, que "preside la comunión universal en la caridad" (Pastores gregis, 57; cf. san Ignacio de Antioquía, Ad Romanos i, 1). Con este espíritu de caridad os doy la bienvenida hoy y animo a los fieles católicos de Taiwan a perseverar en la fe, en la esperanza y en el amor.
"Consolad, consolad a mi pueblo" (Is 40, 1). Estas palabras, que han resonado en la liturgia de la Iglesia esta semana, sintetizan con precisión el mensaje que os dirijo hoy. Nunca estáis solos. Unidos al Padre a través del Hijo y en el Espíritu Santo, vosotros, juntamente con todos vuestros hermanos en el episcopado, contáis con la gracia de la "colegialidad afectiva", que os fortalece para anunciar el Evangelio y atender las necesidades de la grey del Señor (cf. Pastores gregis, 8). En realidad, vuestra celebración del 150° aniversario de la evangelización católica en Taiwan es una ocasión para manifestar cada vez con mayor entusiasmo la unidad entre vosotros y con nuestro Señor, mientras juntos promovéis el apostolado común de la Iglesia.
Esta unidad de mente y de corazón se manifiesta en vuestro deseo de cooperar más estrechamente en la difusión del Evangelio entre los no creyentes y en la formación de quienes ya están iniciados en la Iglesia por el Bautismo y la Confirmación. Me complace constatar que seguís coordinando una serie de instituciones con este fin, poniendo el debido relieve en la parroquia, "la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado" (Catechesi tradendae, 67). Como obispos, sois muy conscientes de vuestro importante papel a este respecto. Vuestro oficio de enseñar es inseparable de los oficios de santificar y gobernar, y es parte integrante de lo que san Agustín llama "amoris officium": el "oficio de amor" (In Ioannem, 123).
Con este fin, es crucial la formación de los sacerdotes, que son ordenados para asistiros en el ejercicio de este "oficio de amor" con vistas al bien del pueblo de Dios. Estos programas han de ser permanentes, para que los sacerdotes puedan concentrarse continuamente en el significado de su misión y cumplirla con fidelidad y generosidad. Dichos programas también deben ser elaborados teniendo debidamente en cuenta la diversidad de edades, condiciones de vida y obligaciones de vuestro clero.
Del mismo modo, se debe dar prioridad a una preparación esmerada de los catequistas. Una vez más, es esencial tomar en consideración la variedad de ambientes en los que trabajan y proporcionarles los recursos necesarios para que puedan seguir el ejemplo de Jesús proclamando la verdad de modo directo y fácilmente accesible a todos (cf. Mc 4, 11). Con su apoyo activo, podréis elaborar programas catequísticos bien concebidos, que empleen una metodología progresiva y gradual, para que entre vuestros fieles se pueda promover cada año un encuentro cada vez más profundo con el Dios uno y trino.
Una catequesis eficaz construye indudablemente familias más fuertes, que, a su vez, son fuente de nuevas vocaciones sacerdotales. En efecto, la familia es la "Iglesia doméstica" donde se escucha por primera vez el Evangelio de Jesús y donde se practica por primera vez el estilo de vida cristiana (cf. Lumen gentium, 11). La Iglesia, en todos los niveles, debe valorar y promover el don del sacerdocio, para que los jóvenes respondan generosamente a la llamada del Señor a convertirse en obreros de la viña. Los padres, los pastores, los maestros, los líderes parroquiales y todos los miembros de la Iglesia deben proponer a los jóvenes la opción radical de seguir a Cristo, para que, al encontrarlo a él, se encuentren a sí mismos (cf. Sacramentum caritatis, 25).
Como sabéis, la familia es la "célula primera y vital": el prototipo para todos los niveles de la sociedad (cf. Apostolicam actuositatem, 11). Vuestra reciente carta pastoral "Preocupación social y evangelización" subraya la necesidad de la Iglesia de comprometerse activamente en la promoción de la vida familiar. La familia, fundada en una alianza indisoluble, lleva a las personas a descubrir el bien, la belleza y la verdad, para que puedan percibir su destino único y aprender cómo contribuir a la construcción de la civilización del amor.
Vuestra profunda solicitud por el bien de la familia y de la sociedad en su conjunto, queridos hermanos, os impulsa a ayudar a los cónyuges a preservar la indisolubilidad de sus promesas matrimoniales. Jamás os canséis de promover una legislación civil justa y políticas que protejan el valor sagrado del matrimonio. Salvaguardad este sacramento de todo lo que pueda dañarlo, especialmente de la supresión deliberada de la vida en sus fases más vulnerables.
Del mismo modo, la solicitud de la Iglesia por los débiles le impone prestar atención especial a los inmigrantes. En diversas cartas pastorales recientes habéis subrayado el papel esencial de la parroquia para servir a los inmigrantes y para sensibilizar a las personas con respecto a sus necesidades. Me complace asimismo notar que la Iglesia en Taiwan ha promovido activamente leyes y políticas que defienden los derechos humanos de los inmigrantes. Como sabéis, muchos de los que llegan a vuestras costas no sólo participan en la plenitud de la comunión católica, sino que también llevan consigo la herencia cultural única de sus respectivos lugares de origen. Os animo a seguir acogiéndolos con afecto, para que puedan recibir un asiduo cuidado pastoral que les garantice su pertenencia a la "familia en la fe" (cf. Ga 6, 10).
Queridos hermanos en el episcopado, por la providencia de Dios todopoderoso, habéis sido elegidos para velar sobre esta familia en la fe. Vuestro vínculo apostólico con el Sucesor de Pedro implica una responsabilidad pastoral con respecto a la Iglesia universal en todo el mundo. En vuestro caso, esto significa particularmente una solicitud amorosa por los católicos del continente, a los que tengo presentes constantemente en mis oraciones. Vosotros y los fieles cristianos de Taiwan sois un signo vivo de que, en una sociedad ordenada con justicia, no se debe temer ser un católico fiel y un buen ciudadano. Ruego para que, como parte de la gran familia católica china, sigáis estando espiritualmente unidos a vuestros hermanos del continente.
Queridos hermanos, soy bien consciente de que los obstáculos que afrontáis pueden pareceros insuperables. Pero hay muchos signos claros —la Jornada de la juventud de Taiwan y la Conferencia sobre la evangelización creativa son sólo dos ejemplos recientes— de la fuerza del Evangelio para convertir, sanar y salvar. Ojalá que animen siempre vuestro corazón las palabras del profeta Isaías: "No temáis. He aquí vuestro Dios" (Is 40, 9).
En efecto, el Señor habita en medio de nosotros. Sigue enseñándonos con su Palabra y alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre. La espera de su vuelta nos impulsa a renovar el grito lanzado por Isaías y repetido por Juan el Bautista: "Preparad el camino del Señor" (cf. Is 40, 3). Confío en que vuestra celebración fiel del santo Sacrificio os prepare a vosotros y a vuestro pueblo para encontrar al Señor cuando venga de nuevo.
Encomendándoos a vosotros y al pueblo confiado a vuestro cuidado a la protección materna de María, Auxilio de los cristianos, de corazón os imparto mi bendición apostólica.
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