A los profesores y alumnos de las universidades eclesiásticas pontificias y ateneos de Roma, 30 octubre 2008- Benedicto XVI
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LAS UNIVERSIDADES
ECLESIÁSTICAS PONTIFICIAS Y ATENEOS DE ROMA
Basílica de San Pedro
Jueves 30 de octubre de 2008
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Para mí siempre es motivo de alegría este encuentro tradicional con las universidades eclesiásticas romanas al inicio del año académico. Os saludo a todos con gran afecto, comenzando por el señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, que ha presidido la santa misa y al que agradezco las palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Me complace saludar a los demás cardenales y prelados presentes, como también a los rectores, a los profesores, a los responsables y a los superiores de los seminarios y de los colegios, y naturalmente a vosotros, queridos estudiantes, que habéis venido a Roma desde distintos países para realizar vuestros estudios.
En este año, en el que celebramos el jubileo bimilenario del nacimiento del apóstol san Pablo, quiero reflexionar brevemente con vosotros en un aspecto de su mensaje que me parece particularmente adecuado para vosotros, estudiosos y estudiantes, y sobre el que hablé también ayer en la catequesis durante la Audiencia general. Me refiero a lo que escribe san Pablo sobre la sabiduría cristiana, de modo particular en su primera carta a los Corintios, comunidad en la que habían surgido rivalidades entre los discípulos. El Apóstol afronta el problema de esas divisiones en la comunidad, afirmando que son un signo de la falsa sabiduría, es decir, de una mentalidad aún inmadura por ser carnal y no espiritual (cf. 1Co 3, 1-3). Refiriéndose después a su propia experiencia, san Pablo recuerda a los Corintios que Cristo lo envió a anunciar el Evangelio "no con sabiduría de palabras, para no desvirtuar la cruz de Cristo" (1 Co 1, 17).
Partiendo de allí, desarrolla una reflexión sobre la "sabiduría de la cruz", es decir, sobre la sabiduría de Dios, que se contrapone a la sabiduría de este mundo. El Apóstol insiste en el contraste existente entre las dos sabidurías, de las cuales sólo una es verdadera, la divina, mientras que la otra en realidad es "necedad". Ahora bien, la novedad sorprendente, que exige ser siempre redescubierta y acogida, es el hecho de que la sabiduría divina, en Cristo, nos ha sido dada, nos ha sido participada. Al final del capítulo 2 de esa Carta, hay una expresión que resume esta novedad y que, precisamente por esto, nunca deja de sorprender. San Pablo escribe: "Ahora tenemos el pensamiento de Cristo" —ημεĩς δε νουν Хριστου έχομεν— (1 Co 2, 16). Esta contraposición entre las dos sabidurías no se ha de identificar con la diferencia entre la teología, por una parte, y la filosofía y las ciencias, por otra. En realidad, se trata de dos posturas fundamentales. La "sabiduría de este mundo" es un modo de vivir y de ver las cosas prescindiendo de Dios y siguiendo las opiniones dominantes, según los criterios del éxito y del poder. La "sabiduría divina" consiste en seguir el pensamiento de Cristo: es Cristo quien nos abre los ojos del corazón para seguir el camino de la verdad y del amor.
Queridos estudiantes, habéis venido a Roma para profundizar vuestros conocimientos en el campo teológico; y, aunque estudiéis otras materias distintas de la teología, por ejemplo derecho, historia, ciencias humanas, arte, etc., sin embargo la formación espiritual según el pensamiento de Cristo sigue siendo fundamental para vosotros, y esta es la perspectiva de vuestros estudios. Por eso para vosotros son importantes estas palabras del apóstol san Pablo y las que leemos inmediatamente después, también en la primera carta a los Corintios: "¿Quién conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado" (1 Co 2, 11-12). Seguimos dentro del esquema de contraposición entre la sabiduría humana y la sabiduría divina. Para conocer y comprender las cosas espirituales es preciso ser hombres y mujeres espirituales, porque si se es carnal, se recae inevitablemente en la necedad, aunque uno estudie mucho y sea "docto" y "sutil razonador de este mundo" (cf. 1 Co 1, 20).
En este texto paulino podemos ver un acercamiento muy significativo a los versículos del Evangelio que narran la bendición de Jesús dirigida a Dios Padre, porque —dice el Señor— "has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25). Los "sabios" de los que habla Jesús son aquellos a quienes san Pablo llama "los sabios de este mundo". En cambio, los "pequeños" son aquellos a quienes el Apóstol califica de "necios", "débiles", "plebeyos y despreciables" para el mundo (1Co 1, 27-28), pero que en realidad, si acogen "la palabra de la cruz" (1 Co 1, 18), se convierten en los verdaderos sabios. Hasta el punto de que san Pablo exhorta a quienes se creen sabios según los criterios del mundo a "hacerse necios", para llegar a ser verdaderamente sabios ante Dios (cf. 1 Co 3, 18). Esta no es una actitud anti-intelectual, no es oposición a la "recta ratio". San Pablo, siguiendo a Jesús, se opone a un tipo de soberbia intelectual en la que el hombre, aunque sepa mucho, pierde la sensibilidad por la verdad y la disponibilidad a abrirse a la novedad del obrar divino.
Queridos amigos, esta reflexión paulina no quiere en absoluto llevar a subestimar el empeño humano necesario para el conocimiento, sino que se pone en otro plano: a san Pablo le interesa subrayar —y lo hace con claridad— qué es lo que vale realmente para la salvación y qué, en cambio, puede ocasionar división y ruina. El Apóstol, por tanto, denuncia el veneno de la falsa sabiduría, que es el orgullo humano. En efecto, no es el conocimiento en sí lo que puede hacer daño, sino la presunción, el "vanagloriarse" de lo que se ha llegado —o se presume haber llegado— a conocer.
Precisamente de aquí derivan las facciones y las discordias en la Iglesia y, análogamente, en la sociedad. Así pues, se trata de cultivar la sabiduría no según la carne, sino según el Espíritu. Sabemos bien que san Pablo con las palabras "carne, carnal" no se refiere al cuerpo, sino a una forma de vivir sólo para sí mismos y según los criterios del mundo. Por eso, según san Pablo, siempre es necesario purificar el propio corazón del veneno del orgullo, presente en cada uno de nosotros. Por consiguiente, también nosotros debemos gritar como san Pablo: "¿Quién nos librará?" (cf. Rm 7, 24). Y también nosotros podemos recibir como él la respuesta: la gracia de Jesucristo, que el Padre nos ha dado mediante el Espíritu Santo (cf. Rm 7, 25).
El "pensamiento de Cristo", que por gracia hemos recibido, nos purifica de la falsa sabiduría. Y este "pensamiento de Cristo" lo acogemos a través de la Iglesia y en la Iglesia, dejándonos llevar por el río de su tradición viva. Lo expresa muy bien la iconografía que representa a Jesús-Sabiduría en el seno de su Madre María, símbolo de la Iglesia: In gremio Matris sedet Sapientia Patris: en el regazo de la Madre está la Sabiduría del Padre, es decir, Cristo. Permaneciendo fieles a ese Jesús que María nos ofrece, al Cristo que la Iglesia nos presenta, podemos dedicarnos intensamente al trabajo intelectual, libres interiormente de la tentación del orgullo y gloriándonos siempre y sólo en el Señor.
Queridos hermanos y hermanas, este es el deseo que os expreso al inicio del nuevo año académico, invocando sobre todos vosotros la protección maternal de María, Sedes Sapientiae, y del apóstol san Pablo. Que os acompañe también mi afectuosa bendición.
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