A los socios del Círculo de San Pedro

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO SAN PEDRO
Jueves 8 de marzo de 2007

Queridos amigos: 

Gracias por vuestra presencia en este encuentro, con el que queréis renovar los sentimientos de afecto y devoción que unen a vuestra Asociación con el Sucesor del apóstol Pedro. Os saludo a todos cordialmente. Saludo a los miembros de la presidencia general de vuestro benemérito Círculo y de modo especial al presidente, don Leopoldo de los duques Torlonia, al que expreso mi gratitud también por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, ilustrándome vuestras actividades litúrgicas y caritativas. Extiendo mi saludo a vuestro consiliario, a vuestras familias y a cuantos de diferentes modos participan en las actividades que organizáis.

De acuerdo con una larga tradición, esta cita anual tiene lugar en relación con la fiesta de la Cátedra de San Pedro, para subrayar la peculiar fidelidad a la Santa Sede que queréis que distinga a vuestro Círculo, y para entregar al Papa la colecta del tradicional Óbolo de san Pedro, que realizáis en las parroquias y en las instituciones de la diócesis de Roma.

La antigua práctica del Óbolo de san Pedro, que en cierto modo ya se efectuaba en las primeras comunidades cristianas, brota de la certeza de que todos los fieles están llamados a sostener también materialmente la obra de evangelización y, al mismo tiempo, a ayudar con generosidad a los pobres y a los necesitados, recordando las palabras de Jesús:  "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, gracias a que se compartían los bienes materiales, "no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los Apóstoles" (Hch 4, 34 s); y también:  "Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea" (Hch 11, 29).

Esta práctica eclesial ha ido desarrollándose con el paso de los siglos, adaptándose a las diversas exigencias de los tiempos, y prosigue también ahora. En efecto, en cada diócesis, en cada parroquia y comunidad religiosa se recoge anualmente el Óbolo de san Pedro, que después se envía al centro de la Iglesia para ser redistribuido según las necesidades y las peticiones que llegan al Papa desde todas las partes de la tierra.

En la historia de la Iglesia ha habido momentos en los que la ayuda económica de los cristianos al Sucesor de Pedro ha sido particularmente significativa, como podemos comprender fácilmente, por ejemplo, leyendo lo que escribió el beato Papa Pío IX en la encíclica Saepe venerabilis, del 5 de agosto de 1871:  "Llegó a Nosotros, más abundante de lo acostumbrado, el Óbolo, con el que pobres y ricos se han esforzado por socorrernos en la pobreza que Nos han provocado; a él se han añadido numerosos, diversos y nobilísimos dones, y un espléndido tributo de las artes cristianas y de los ingenios, particularmente apto para poner de relieve la doble potestad, espiritual y real, que Dios Nos ha concedido" (Ench. Enc., 2, n. 452, p. 609).

También en nuestro tiempo la Iglesia sigue difundiendo el Evangelio y cooperando en la construcción de una humanidad más fraterna y solidaria. Precisamente también gracias al Óbolo de san Pedro le es posible cumplir esta misión de evangelización y promoción humana. Por eso, os agradezco vuestro compromiso de recoger, como ha subrayado vuestro presidente, los donativos de los romanos, signo de su gratitud por la acción pastoral y caritativa del Sucesor de Pedro.

Sé que os impulsan el celo y la generosidad. Que el Señor os recompense y haga fructuoso el servicio eclesial que prestáis, y que os ayude también a realizar todas las iniciativas de vuestro Círculo. Entre estas, me complace recordar especialmente el valioso servicio que prestáis desde hace más de seis años con el Hospicio del Sagrado Corazón, donde la presencia diaria de vuestros voluntarios ofrece ayuda a los enfermos y a sus familiares:  vuestro testimonio de amor a la vida humana, que merece atención y respeto hasta su último suspiro, es silencioso pero muy elocuente.

Queridos amigos, estamos en el tiempo cuaresmal, durante el cual la liturgia nos recuerda que, además del compromiso de la oración y del ayuno, debemos prestar atención a los hermanos, especialmente a los que se encuentran en dificultades, acudiendo en su ayuda con gestos y obras de apoyo material y espiritual.

Os repito hoy la invitación que dirigí a  todos los cristianos en el Mensaje para la Cuaresma, es decir, el deseo de que  este  tiempo litúrgico sea para todos "una  experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo,  amor que también nosotros cada día debemos "volver a dar" al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de febrero de 2007, p. 4).

Al mismo tiempo que os expreso una vez más mi agradecimiento por vuestra visita, os animo a proseguir con entusiasmo vuestras actividades caritativas y el servicio de honor y de acogida a los fieles, que prestáis en la basílica vaticana y durante las celebraciones presididas por el Papa. Os encomiendo a la protección materna de María, a quien invocáis como Salus populi romani. Con estos sentimientos, asegurándoos un recuerdo en la oración por vosotros y por vuestras iniciativas, os imparto a todos una especial bendición apostólica.

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