A los superiores y alumnos de la Academia eclesiástica pontificia
DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS
DE LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA
Viernes 2 de junio de 2006
Señor presidente y queridos alumnos de la Academia eclesiástica pontificia:
Me alegra encontrarme hoy con vosotros y dirigiros a cada uno y a toda vuestra comunidad mi cordial saludo; un saludo que dirijo en primer lugar a vuestro presidente, monseñor Justo Mullor García. Le doy las gracias porque acaba de hacerse intérprete de vuestros devotos y filiales sentimientos. Vuestra visita me brinda la oportunidad de manifestaros la atención con que sigo vuestra Academia: en ella os preparáis con esmero y empeño al particular modo de ejercer el ministerio sacerdotal que es el servicio a la Santa Sede. Es un servicio importante, porque se propone llevar a las Iglesias particulares y a las naciones de todo el mundo el testimonio de la solicitud del Sucesor de Pedro.
Queridos alumnos, para una adecuada preparación a la misión que os espera, estáis llamados ante todo a ser una comunidad de oración, en la que la relación con Dios sea constante, fiel, intensa, y llegue a ser para cada uno la savia indispensable de toda la existencia. La Eucaristía que celebráis diariamente ha de ser el centro vital, el manantial y la raíz de todas vuestras actividades durante estos años y en el futuro, cuando desempeñéis el ministerio sacerdotal al servicio de la Santa Sede en los diversos países.
En efecto, vuestra acción será eficaz en la medida en que os esforcéis por ser testigos de Cristo, Verdad que ilumina y orienta el camino de los pueblos. Por tanto, sed heraldos de su Evangelio de amor, capaz de renovar los corazones y de hacer plenamente humana la convivencia en el seno de toda sociedad. Solamente si sois fieles a vuestra vocación, podréis prestar un valioso servicio a la Sede apostólica.
Además de escuela de oración, vuestra Academia quiere seguir siendo un gimnasio de auténtica formación humana y teológica. El ministerio pastoral al que os estáis preparando exige una formación esmerada, con competencias específicas. Hoy, más que nunca, es indispensable una sólida cultura que, además de la formación teológica necesaria, incluya una profundización de la doctrina perenne de la Iglesia y de las líneas directrices de la actividad de la Santa Sede a nivel eclesial e internacional. Aprovechad las posibilidades didácticas que se os ofrecen durante este tiempo de estudios, y en el futuro seguid actualizándoos constantemente mediante un serio compromiso personal de estudio.
Vuestra Academia ya tiene tres siglos de historia y, en sintonía con su pasado, debe seguir siendo un lugar de comunión. La posibilidad de residir en Roma, donde se percibe de modo único la catolicidad de la Iglesia, y el hecho de que provenís de varios continentes constituyen una valiosa oportunidad para alimentar el espíritu de unidad y de comunión.
En el futuro entraréis en contacto con poblaciones diversas por lengua y civilización; ejerceréis el ministerio sacerdotal en Iglesias particulares a menudo culturalmente diferentes de aquellas de las que provenís. Entonces deberéis ser capaces de comprender, amar, sostener y animar a todas las comunidades cristianas, para ser por doquier fieles servidores del carisma de Pedro, que es carisma de unidad y de cohesión para toda la comunidad eclesial. Por eso con razón se os estimula a vivir con espíritu de verdadera fraternidad sacerdotal vuestra estancia en la Academia, a fin de madurar el sentido pastoral de la comunión y de la unidad. Por tanto, ensanchad cada vez más los horizontes de vuestra mente y de vuestro corazón a la universalidad de la Iglesia, para superar toda tentación de particularismo e individualismo.
Por último, deseo que en vuestro itinerario formativo no falte una filial y genuina devoción a la Virgen María. Que ella os ayude a crecer en el amor a Cristo y a la Iglesia, y a tender siempre a la santidad, suprema e irrenunciable aspiración de nuestra existencia cristiana y sacerdotal.
Con estos sentimientos y deseos, invoco sobre vosotros la abundancia de los dones del Espíritu Santo, a la vez que con afecto os imparto a cada uno de vosotros y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.
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