A Monseñor Albino Mamede Cleto, Obispo de Coimbra, con ocasión del funeral de Sor Lucía

Autor: Juan Pablo II

 

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A MONSEÑOR ALBINO MAMEDE CLETO, OBISPO DE COIMBRA,
CON OCASIÓN DEL FUNERAL DE SOR LUCÍA

Al venerable hermano
ALBINO MAMEDE CLETO
Obispo de Coimbra
Con profunda emoción he recibido la noticia de que la hermana María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado, a la edad de 97 años, ha sido llamada por el Padre celestial a la morada eterna del cielo. Así, ha llegado a la meta a la que siempre aspiró en la oración y en el silencio del convento.
La liturgia de estos días nos ha recordado que la muerte es la herencia común de los hijos de Adán, pero, al mismo tiempo, nos ha dado la certeza de que Jesús, con el sacrificio de la cruz, nos abrió las puertas a la vida inmortal. Recordamos estas certezas de la fe en el momento en que damos nuestra despedida a esta humilde y devota carmelita que consagró su vida a Cristo, Salvador del mundo.
La visita de la Virgen María, que la pequeña Lucía recibió en Fátima, en 1917, juntamente con sus primos Francisco y Jacinta, fue para ella el inicio de una misión singular a la que se mantuvo fiel hasta el final de su vida. La hermana Lucía nos deja un ejemplo de gran fidelidad al Señor y de gozosa adhesión a su divina voluntad.
Recuerdo con emoción los diversos encuentros que tuve con ella y los vínculos de amistad espiritual que a lo largo del tiempo se fueron intensificando. Me he sentido siempre sostenido por el ofrecimiento diario de su oración, especialmente en los duros momentos de la prueba y del sufrimiento. Que el Señor la recompense ampliamente por el gran servicio oculto que prestó a la Iglesia.
Me complace pensar que, en su paso piadoso de esta tierra al cielo, la hermana Lucía ha sido acogida precisamente por Aquella a quien vio en Fátima, hace ya muchos años. Que ahora la Virgen santísima acompañe el alma de esta devota hija suya al encuentro bienaventurado con el Esposo divino.
Le encomiendo a usted, venerable hermano, el encargo de asegurar a las monjas del Carmelo de Coimbra mi cercanía espiritual, a la vez que imparto, como prenda de consuelo en este momento de la separación, una afectuosa bendición, que hago extensiva a los familiares, a usted, al cardenal Tarcisio Bertone, mi enviado especial, y a todos los participantes en el sagrado rito de sufragio. Vaticano, 14 de febrero de 2005

Copyright © Libreria Editrice Vaticana