A ocho nuevos embajadores ante la Santa Sede, 29 mayo 2009 -Benedicto XVI
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A OCHO NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE
Sala Clementina
Viernes 29 de mayo de 2009
Excelencias:
Me alegra recibiros esta mañana con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países ante la Santa Sede: Mongolia, India, Benín, Nueva Zelanda, República Sudafricana, Burkina Faso, Namibia y Noruega. Os doy las gracias por haberme transmitido las amables palabras de vuestros respectivos jefes de Estado. Os pido que les hagáis llegar mi cordial saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de sus países y pueblos.
Me permito saludar, por medio de vosotros, a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a vuestros compatriotas. Mis oraciones y mis pensamientos se dirigen en particular a las comunidades católicas presentes en vuestros países. Podéis estar seguros de que desean colaborar fraternalmente en la edificación nacional aportando, de la mejor manera que les sea posible, su propia contribución fundada en el Evangelio.
Señora y señores embajadores, el compromiso al servicio de la paz y el afianzamiento de las relaciones fraternas entre las naciones constituye el centro de vuestra misión diplomática. Hoy, en la crisis social y económica que vive el mundo, es urgente tomar de nuevo conciencia de que hay que luchar de manera eficaz para instaurar una paz auténtica con vistas a la construcción de un mundo más justo y próspero para todos. En efecto, las injusticias, a menudo escandalosas, entre las naciones o en su seno, al igual que todos los procesos que contribuyen a suscitar divisiones entre los pueblos o a marginarlos, son peligrosos atentados contra la paz y crean graves riesgos de conflictos.
Por tanto, todos estamos llamados a dar nuestra contribución al bien común y a la paz, cada uno según sus propias responsabilidades. Como escribí en mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz, el 1 de enero pasado, "uno de los caminos reales para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana. Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una fuerte solidaridad global tanto entre países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico" (n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 2008, p. 9). La paz sólo puede construirse tratando valientemente de eliminar las desigualdades engendradas por sistemas injustos, para garantizar a todos un nivel de vida que permita una existencia digna y próspera.
Estas desigualdades se han hecho todavía más escandalosas a causa de la crisis financiera y económica actual, que se difunde a través de diferentes canales en los países de escaso rédito. Me limito a mencionar algunos: el reflujo de las inversiones extranjeras, la caída de la demanda de materias primas y la tendencia a la disminución de la ayuda internacional. A esto se añade la reducción de las remesas enviadas a las familias que se quedaron en su país por los trabajadores emigrantes, víctimas de la recesión que afecta también a los países que los acogen.
Esta crisis puede transformarse en catástrofe humana para los habitantes de los países más débiles. Los que ya vivían en una pobreza extrema son los primeros afectados, pues son los más vulnerables. Esta crisis hace caer en la pobreza también a personas que antes vivían de manera decorosa, aunque no fueran acomodadas. La pobreza aumenta y tiene consecuencias graves, a veces irreversibles. Así la recesión engendrada por la crisis económica puede llegar a ser una amenaza para la existencia misma de innumerables individuos. Los niños son las primeras víctimas inocentes; y es preciso protegerlos a ellos con prioridad.
La crisis económica tiene otro efecto. La desesperación que provoca lleva a algunas personas a la búsqueda angustiosa de una solución que les permita sobrevivir diariamente. Por desgracia, esta búsqueda a menudo va acompañada de actos individuales o colectivos de violencia, que pueden desembocar en conflictos internos, corriendo el riesgo de desestabilizar aún más a las sociedades ya debilitadas.
Para afrontar la actual situación de crisis y encontrar una solución, algunos países han decidido no disminuir su ayuda a los países más amenazados, proponiéndose por el contrario aumentarla. Convendría que otros países desarrollados siguieran su ejemplo para que los países necesitados puedan sostener su economía y consolidar las medidas sociales destinadas a proteger a las poblaciones más necesitadas. Hago un llamamiento a una fraternidad y solidaridad mayores, y a una generosidad global realmente vivida. Esto requiere que los países desarrollados reencuentren el sentido de la medida y de la sobriedad en la economía y en su estilo de vida.
Señora y señores embajadores, no ignoráis que en estos últimos años se han manifestado nuevas formas de violencia, que por desgracia se apoyan en el nombre de Dios para justificar actos peligrosos. Dios, que conoce la fragilidad del hombre, ¿no le reveló en el Sinaí estas palabras: "No tomarás en falso el nombre del Señor, tu Dios; porque el Señor no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso"? (Ex 20, 7). Esos excesos han llevado en ocasiones a considerar las religiones como una amenaza para las sociedades. A las religiones se las ataca y desacredita, afirmando que no son factores de paz. Los líderes religiosos tienen el deber de acompañar a los creyentes y de iluminarlos para que progresen en santidad e interpreten las palabras divinas a la luz de la verdad.
Es necesario favorecer el resurgimiento de un mundo en el que las religiones y las sociedades se abran unas a otras, gracias a la apertura que practican en su seno y entre ellas. Así se daría un testimonio auténtico de vida. Así se crearía un espacio que favorecería un diálogo positivo y necesario. Dando al mundo su contribución propia, la Iglesia católica quiere testimoniar una visión positiva del porvenir de la humanidad. Estoy convencido "de la función insustituible de la religión para la formación de las conciencias, y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad" (Discurso en el Elíseo, París, 12 de septiembre de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 5).
Vuestra misión ante la Santa Sede, señora y señores embajadores, acaba de comenzar. En mis colaboradores encontraréis el apoyo necesario para realizarla adecuadamente. Os expreso de nuevo mis mejores deseos de éxito en vuestra delicada función. Que el Todopoderoso os sostenga y os acompañe a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas. Que Dios os colme de la abundancia de sus bendiciones.
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