A un coloquio internacional, 17 de agosto de 1998
PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
AL INICIO DE UN COLOQUIO INTERNACIONAL
CELEBRADO EN CASTELGANDOLFO
17 de agosto de 1998
Distinguidos señores y señoras:
Con gran placer os doy la bienvenida y os agradezco vuestra participación en este Coloquio. Ya desde ahora deseo deciros cuánto aprecio el que estéis dispuestos a brindar vuestro tiempo y vuestros conocimientos para la realización de este ejercicio, que espero sea de verdad una experiencia agradable para todos nosotros.
Representáis los campos académico, científico, político y editorial, de diversas partes del mundo y de gran variedad de ambientes. El objetivo de este Coloquio consiste en «centrar» esta gran riqueza de pensamientos y experiencias en un tema muy estimulante en la esfera de la investigación intelectual y, al mismo tiempo, muy práctico por su capacidad de sugerir a la humanidad caminos para avanzar en esta coyuntura: «Al final del milenio: tiempo y modernidad».
La Iglesia debe predicar el mensaje de salvación que ha recibido de su divino Fundador. Y tiene que predicar este mensaje a los hombres de todos los tiempos. Necesita ayuda para comprender cada época, cada período de la historia, con sus presupuestos, sus valores, sus expectativas, sus limitaciones y sus errores. ¿Estamos en uno de los períodos más complejos y decisivos de la historia humana? ¿Se trata de un tiempo que marca un fin o un comienzo?
Por mi parte, espero con ilusión conocer vuestras opiniones. Siempre he considerado la búsqueda de «la verdad de las cosas» como la cualidad que caracteriza al hombre. Albergo gran estima por el compromiso y la entrega generosa que implica vuestra investigación.
Al comenzar estos dos días de reflexión, os ofrezco mi oración al Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, para que nos guíe y sostenga nuestros esfuerzos. ¡Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones de tu amor y haz que participemos en tu gran misión: renovar la faz de la tierra!
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