A un grupo de obispos de Colombia

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS COLOMBIANOS

Castelgandolfo, sábado 20 de septiembre de 1986

Señor Cardenal,
amados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes:

Con esta visita os habéis propuesto manifestarme vuestra satisfacción y agradecimiento, en cuanto miembros cualificados de la Conferencia Episcopal, por el viaje apostólico que me llevó a compartir durante unos días los gozos y esperanzas, las inquietudes y aspiraciones de la Iglesia en Colombia. Con él tuvo cumplimiento un deseo largamente acariciado por mí, y sin duda también por los pastores y pueblo fiel de vuestra patria.

1. A vosotros quiero en primer lugar reiteraros mi más profunda gratitud por el esmerado desvelo puesto en preparar cuidadosamente las diversas etapas, de manera que respondiesen con toda nitidez, como así fue, a unos objetivos puramente eclesiales. Esta sintonía de propósitos, avivados sin cesar por el celo ardiente de la caridad y del servicio pastoral, halló pronta correspondencia en el espíritu del pueblo colombiano, que dio amplias e ininterrumpidas muestras de acendrada religiosidad y de una ilimitada disponibilidad a cultivar con ánimo consciente y decidido los valores cristianos.

Bien puedo decir que no me fue difícil, en ningún modo, cumplir mi misión de “Pastor y peregrino del evangelio”. La gracia del Señor, indispensable y que no falta nunca a la hora de intuir certeramente los planes de Dios, se derramó, por así decirlo, a manos llenas en los corazones, disipando hasta los mínimos brotes de posible inquietud, de manera que –lo digo con palabras del Apóstol– “en nada de lo que me pareció útil tuve que retraerme en cuanto a predicaros y enseñaras en público y en privado... instando a todos a convertirse y a creer en Nuestro Señor Jesús” (Hch 20, 21). 

2. Fueron suficientes aquellos pocos días para comprobar cómo la Iglesia en Colombia, no obstante la variedad de su vasto territorio y a pesar de las múltiples diferencias sociales aún existentes, está firmemente unida en la fe y en la esperanza, en torno a sus Pastores,

Naturalmente, es todavía una Iglesia en camino y. como todo el pueblo de Dios, es además una familia que se va haciendo día a día en el amor del Señor y en la paz, deseosa de avanzar en la construcción de la humanidad nueva, el Cuerpo de Cristo, animado por su Espíritu.

Esta que es una alentadora realidad constituye un ineludible desafío para todos los Responsables a no cejar en la llamada a la paz y a la edificación, a la solidaridad fraterna y a la comunión, aun en medio de posibles contradicciones y hasta de humillaciones y ultrajes por el nombre de Jesús, como tuve ocasión de repetir en diversos momentos de mi viaje.

3. Porque siento gran afecto hacia la Iglesia en Colombia y porque espero mucho de ella en el ámbito latinoamericano, os insto hoy a que, en unión con los demás Pastores, emprendáis con renovado vigor vuestra tarea de anunciadores incansables del Evangelio.

Os sirva de común acicate el entusiasmo casi instintivo que noté en los jóvenes por seguir a Cristo, cuando descubren su rostro a través de la palabra y del ejemplo que revelan su persona. Os anime a ello el sacrificio continuo de tantos padres y madres de familia, que esperan anhelantes el calor de la mano amiga para ayudarles a soportar con mayor respiro el peso de la propia responsabilidad. Os estimule también el empeño de cuantos –empresarios y obreros, profesionales de la cultura...– se esfuerzan con espíritu cristiano por procurar a todo hombre una existencia como conviene a su dignidad. En fin, os sea también de estímulo e imprescindible ayuda las laboriosas energías de sacerdotes, religiosos y religiosas que han optado por Cristo ofrendando a El totalmente su vida en el don de la comunión y del servicio que brota de la entrega exclusiva a las tareas del Reino de Cristo.

Que estas breves consideraciones corroboren en vosotros y en vuestros hermanos Obispos el infatigable celo que habéis demostrado y que exigen de nosotros los tiempos gravosos y cambiantes en que vivimos. Bajo la protección de la Santísima Virgen de Chiquinquirá, todo cuanto hagáis sea para gloria y alabanza del Señor.

 

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