A una delegación del Gran Rabinato de Israel, 12 marzo 2009 -Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DEL GRAN RABINATO DE ISRAEL

Jueves 12 de marzo de 2009

Distinguidos representantes del Gran Rabinato de Israel;
queridos delegados católicos: 

Me alegra mucho daros la bienvenida a vosotros, miembros de la delegación del Gran Rabinato de Israel, junto con los participantes católicos guiados por la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el judaísmo. El importante diálogo en el que estáis comprometidos es fruto de la histórica visita de mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II a Tierra Santa en marzo del año 2000. Tenía el deseo de entablar un diálogo con instituciones religiosas judías en Israel, y su apoyo fue decisivo para conseguir este objetivo. Al recibir a los dos rabinos jefes de Israel en enero del año 2004, dijo que este diálogo era un "signo de gran esperanza".

Durante estos siete años no sólo se ha reforzado la amistad entre la Comisión y el Gran Rabinato, sino que además vosotros habéis podido reflexionar sobre temas importantes tanto para la tradición judía como para la cristiana. Dado que reconocemos un rico patrimonio espiritual común, es necesario y posible un diálogo basado en la comprensión mutua y en el respeto, como recomienda  la declaración Nostra aetate (n. 4).

Trabajando unidos, habéis tomado cada vez mayor conciencia de los valores comunes que están en la base de nuestras respectivas tradiciones religiosas, estudiándolos durante los siete encuentros mantenidos tanto en Roma como en Jerusalén. Habéis reflexionado sobre la santidad de la vida, los valores de la familia, la justicia social y la conducta ética, la importancia de la Palabra de Dios expresada en las Sagradas Escrituras para la sociedad y la educación, la relación entre la autoridad religiosa y la civil, y la libertad de religión y de conciencia.

En las declaraciones comunes realizadas tras cada encuentro, se pusieron de relieve las ideas arraigadas en nuestras respectivas convicciones religiosas y a la vez se tomó conciencia de las diferencias de comprensión. La Iglesia reconoce que los comienzos de su fe se remontan a la histórica intervención divina en la vida del pueblo judío y que aquí se funda nuestra relación única. El pueblo judío, que fue escogido como el pueblo elegido, comunica a toda la familia humana el conocimiento del Dios uno, único y verdadero, y la fidelidad a él. Los cristianos reconocen de buen grado que sus raíces se hunden en la misma autorrevelación de Dios, de la que se alimenta la experiencia religiosa del pueblo judío.

Como sabéis, estoy preparando mi visita como peregrino a Tierra Santa. Mi intención es orar especialmente por el precioso don de la unidad y la paz, tanto en la región como para toda la familia humana. Como recuerda el salmo 125, Dios protege a su pueblo:  "Jerusalén está rodeada de montañas, y el Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre". Ojalá que mi visita ayude a profundizar el diálogo de la Iglesia con el pueblo judío, de forma que los judíos y los cristianos, como también los musulmanes, puedan vivir en paz y en armonía en Tierra Santa.

Os agradezco vuestra visita y os renuevo mi compromiso personal de promover la visión establecida para las generaciones futuras en la declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II.

 

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