A XLIX Semana litúrgica nacional italiana, 24-28 de agosto de 1998

Autor: Juan Pablo II

 

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II,
FIRMADO POR EL CARDENAL ANGELO SODANO,
A LOS PARTICIPANTES EN LA XLIX SEMANA LITÚRGICA ITALIANA
(FIUGGI ,24-28 DE AGOSTO)

A su excelencia reverendísima
Luca Brandolini, c.m., obispo de Sora-Aquino-Pontecorvo
y presidente del Centro de acción litúrgica

Con amable solicitud, usted ha querido informar al Santo Padre de que del 24 al 28 de este mes de agosto se celebrará en Fiuggi la XLIX Semana litúrgica sobre el tema: «Por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo en la liturgia». Su Santidad, a la vez que expresa su profunda satisfacción por esta apreciada iniciativa, que se renueva ya desde hace muchos años, le envía a usted, a los relatores y a los participantes su cordial saludo, manifestándoles sus mejores deseos. Espera, además, que este encuentro contribuya a hacer más incisiva en todos los componentes eclesiales .diócesis, parroquias, familias religiosas, grupos y asociaciones. la conciencia del papel que el Espíritu Santo desempeña en la celebración litúrgica.

El tema del congreso se inserta bien en el itinerario eclesial de preparación del gran jubileo del año 2000, que este año dedica especial atención al Espíritu Santo, tercera persona de la santísima Trinidad. En la encíclica Dominum et vivificantem, el Sumo Pontífice afirmó que la Iglesia no puede prepararse para la cita del milenio «de otro modo, si no es por el Espíritu Santo. Lo que en .la plenitud de los tiempos. se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia» (n. 51). En efecto, el Espíritu hace presente en la comunidad eclesial la revelación de Cristo a los hombres, desarrollando su eficacia en cada creyente: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26).

Desde la perspectiva del acontecimiento jubilar, la próxima Semana litúrgica podrá dar una significativa contribución a la profundización de la reflexión en la presencia y la acción del Esp íritu Santo, que vivifica al pueblo cristiano en las celebraciones litúrgicas y con multiformes ministerios y carismas, que suscita en el cuerpo místico de Cristo. El Espíritu es quien edifica el reino de Dios en la historia y prepara su manifestación plena en Cristo al final de los tiempos, animando a todas las personas y haciendo brotar en ellas las semillas de la salvación.

El Santo Padre, al mismo tiempo que le asegura su oración para que ese interesante congreso dé los frutos deseados, expresa su deseo de que la reflexión sobre el Espíritu divino favorezca en los participantes una mayor conciencia de la admirable obra que realiza en la Iglesia y en el mundo y, de modo singular, en la sagrada liturgia. En efecto, es él quien suscita la memoria orante de los acontecimientos de salvación y actualiza el misterio pascual del Señor para cada generación de creyentes. Y es también el Espíritu quien, presente constantemente en la vida de los fieles, derrama con abundancia la variedad de sus dones; pero, de modo singular, actúa en la acción litúrgica y especialmente en la eucaristía, en la que la familia de los creyentes se pone devotamente a la escucha y se dirige con él a Cristo, con vistas a su regreso glorioso: «El Espíritu y la novia dicen: .¡Ven!.» (Ap 22, 17).

En la reciente carta apostólica Dies Domini, el Sumo Pontífice ha puesto de relieve el sentido y el valor del domingo, día del Señor, que «ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano» (n. 1).

El domingo, día de la «luz», con relación al Espíritu Santo puede definirse también como día del «fuego». En efecto, la «luz» de Cristo está profundamente relacionada con el «fuego» del Espíritu, y las dos imágenes muestran el significado profundo del domingo cristiano. Al manifestarse a los Apóstoles reunidos en el cenáculo la tarde del día de Pascua, Jesús sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23). La efusión del Espíritu, don pascual del Resucitado, se perpetúa en la vida del pueblo cristiano. Cincuenta días después de Pascua, en Pentecostés, el Espíritu descendió con fuerza, como «viento impetuoso » y «fuego» (cf. Hch 2, 2), sobre los Apóstoles reunidos con María. Pentecostés «no es sólo el acontecimiento originario, sino el misterio que anima permanentemente a la Iglesia» (Dies Domini, 28). Si este acontecimiento, observa el Vicario de Cristo, tiene su tiempo litúrgico fuerte en la celebración anual con que se cierra el «gran domingo», como decía san Atanasio de Alejandría (cf. Cartas dominicales 1, 10: PG 26, 1366), «éste, precisamente por su íntima conexión con el misterio pascual, permanece también inscrito en el sentido profundo de cada domingo» (Dies Domini, 28). La «Pascua de la semana» se convierte, en cierto modo, en el «Pentecostés de la semana», en que los cristianos, «por obra del Espíritu Santo», reviven la experiencia gozosa del encuentro de los Apóstoles con el Resucitado, dejándose vivificar continuamente por el soplo misterioso de su Espíritu (cf. ib.).

A la luz de estas consideraciones, Su Santidad desea que toda celebración litúrgica se perciba y se viva como lugar privilegiado de la experiencia pascual originaria. Precisamente esa experiencia une en un único vínculo a los fieles de todas las naciones y de todas las culturas, haciéndoles gustar el don de la unidad. En la liturgia eucarística se celebra el sacramentum unitatis, que caracteriza profundamente a la comunidad de fe, pueblo congregado «por» y «en» la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, cada familia cristiana vive una de las expresiones más características de su identidad y de su «ministerio » de «iglesia doméstica», cuando los padres participan con sus hijos en la única mesa de la Palabra y del Pan de vida.

Ojalá que esta conciencia crezca cada vez más en los fieles, para que su testimonio evangélico personal y comunitario resulte más vivo y elocuente. Invocando al Espíritu Santo sobre cuantos toman parte en la Semana litúrgica anual, el Santo Padre les asegura su recuerdo en la oración y, a la vez que encomienda el desarrollo de los trabajos a María, Madre del Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo, con gusto le imparte a usted, a los obispos y a los sacerdotes presentes, a los relatores y a todos los participantes, una especial bendición apostólica.

Me complace aprovechar esta circunstancia para confirmarle mis sentimientos de afecto.

Card. ANGELO SODANO
Secretario de Estado

 

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