Al cardenal Edward Idris Cassidy

Autor: Juan Pablo II

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
 AL CARDENAL EDWARD IDRIS CASSIDY
EN EL 20 ANIVERSARIO DEL VIAJE DE JUAN PABLO II A AUSTRALIA

A mi venerable hermano
Cardenal EDWARD IDRIS CASSIDY

Con gran alegría envío, a través de usted, mi saludo a monseñor Edmund Collins, obispo de Darwin, y a todos los que se han reunido en Alice Springs del 2 al 7 de octubre con ocasión del 20° aniversario de la visita de mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II. Le ruego que les asegure mis oraciones y mi cercanía espiritual en este tiempo de gozosa conmemoración.
El arte de conmemorar, en un marco de esperanza, no es sólo ocasión de mero recuerdo. Renueva los propósitos. Para las comunidades aborígenes e isleñas del estrecho de Torres, en Australia, reunidas hoy, esto se manifiesta con el deseo de proponer de nuevo los desafíos con que el Papa Juan Pablo II las estimuló:  "Estáis llamados a ser fieles a vuestras excelentes tradiciones, y a adaptar vuestra cultura viva siempre que lo exijan vuestras necesidades. Sobre todo estáis llamados a abrir vuestros corazones cada vez más al mensaje consolador, purificante y exaltante de Jesucristo, que murió para que todos tengamos vida, y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10)" (Discurso a los aborígenes e isleños del estrecho de Torres, Alice Springs, 29 de noviembre de 1986, n. 14:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 1986, p. 18).

¿Cómo se pueden afrontar estos desafíos cuando tantas cosas pueden llevar al desaliento o incluso a la desesperación? Cuando Jesús, durante su vida terrena, se desplazaba de aldea en aldea anunciando la buena nueva de la verdad y el amor, captaba la atención de los que lo escuchaban. A diferencia de los escribas, que eran rechazados por su hipocresía, sabemos que el Señor los "dejaba asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad" (Mc 1, 22).
En efecto, toda comunidad humana necesita y busca líderes fuertes y clarividentes que guíen a los demás por el camino de la esperanza. Por tanto, mucho depende del ejemplo de las personas mayores de las comunidades. Las animo a ejercer la autoridad con sabiduría mediante la fidelidad a sus tradiciones -cantos, historias, pinturas, danzas- y, en especial, mediante una renovada expresión de su profunda conciencia de Dios, hecha posible por la buena nueva de Jesucristo.

Eminencia, a través de usted deseo exhortar directamente a los jóvenes presentes:  mantened encendida la antorcha de la esperanza y "caminad con la cabeza bien alta". Cristo está a vuestro lado. Su luz sigue brillando incluso en los momentos de mayor oscuridad. En efecto, podemos proclamar con el salmista:  "Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados... Mas yo confío en ti, Señor; me digo:  Tú eres mi Dios" (Sal 31, 13-15).

No permitáis que vuestros "sueños" sean minados por la llamada superficial de quienes podrían atraeros hacia el abuso de alcohol y drogas como promesas de felicidad. Esas promesas son falsas y sólo conducen a un círculo de miseria y esclavitud. Os exhorto, en cambio, a promover el encuentro con el misterio del espíritu de Dios que actúa en vosotros y en la creación, indicándoos una vida con un objetivo, una vida de servicio, de satisfacción y de alegría.

A la comunidad más amplia deseo repetirle lo que ya dije en mi discurso de este año al embajador de vuestra nación ante la Santa Sede. Mucho se ha logrado en el camino de la reconciliación racial, pero aún queda mucho por hacer. Nadie puede eximirse de este proceso. Aunque ninguna cultura puede usar las heridas del pasado como un pretexto para evitar afrontar las dificultades que se encuentran al tratar de satisfacer las necesidades sociales contemporáneas de su pueblo, también es cierto que sólo a través de la disponibilidad a aceptar la verdad histórica se puede alcanzar una profunda comprensión de la realidad contemporánea y adoptar la visión de un futuro armonioso.

Por tanto, una vez más aliento a todos los australianos a afrontar con compasión y determinación las causas profundas de la situación que aún afecta a tantos ciudadanos aborígenes. El compromiso por la verdad abre el camino a la reconciliación permanente a través de un proceso curativo que implica pedir perdón y perdonar, dos elementos indispensables para la paz. De este modo, nuestra memoria se purifica, nuestro corazón se serena y nuestro futuro se llena de una esperanza bien fundada en la paz que brota de la verdad.

Con estos sentimientos de solicitud orante, y confiando en el amor de Cristo que nos impulsa (cf. 2 Co 5, 14), os imparto de corazón a vosotros y a todos los presentes mi bendición apostólica, que de buen grado extiendo a los miembros de  sus familias dondequiera que estén.

Vaticano, 22 de septiembre de 2006

 

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