Al cardenal Ruini, 2001
MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL CARDENAL CAMILLO RUINI
Al señor cardenal
CAMILLO RUINI
Vicario general para la diócesis de RomaVenerado hermano:
El próximo domingo 16 de diciembre, si Dios quiere, iré a la parroquia romana de Santa María Josefa del Corazón de Jesús. Así, se elevará a trescientos el número de las comunidades parroquiales con las que me he encontrado desde que, el 3 de diciembre de 1978, comencé esta peregrinación pastoral ideal desde la iglesia de San Francisco Javier en la Garbatella.
Ante esta significativa meta, brota espontáneamente en mí la exigencia de elevar a Dios una profunda acción de gracias. Es un sentimiento que quiero compartir con usted, señor cardenal, mi vicario para la diócesis de Roma, mientras pienso con gran afecto en su venerado predecesor, el cardenal Ugo Poletti, que me acompañó en la primera parte de esta peregrinación, introduciéndome con tacto y diligencia en el conocimiento de la diócesis.
Es vivísimo este sentimiento de gratitud, porque la visita a las parroquias romanas ha constituido siempre para mí un compromiso deseado y lleno de alegría. Pasar la tarde o la mañana entre los fieles, en los diversos barrios, con el párroco y los sacerdotes, los religiosos y los laicos comprometidos; celebrar la misa en el templo parroquial; saludar a los niños, a los jóvenes y a los consejos pastorales; despertar en cada uno el compromiso en favor de la nueva evangelización, todo esto ha sido y es para mí de gran importancia con vistas al acercamiento progresivo a la realidad humana, social y espiritual de la diócesis. Mucho más para un Pontífice "venido de un país lejano". Si hoy puedo decir que me siento plenamente "romano", es también gracias a las visitas a las parroquias de esta extraordinaria y hermosa ciudad.
Ante mis ojos, en este momento, desfilan innumerables rostros de párrocos y colaboradores, con los que he tenido la alegría de encontrarme, primero invitándolos a mi mesa, y luego viéndolos trabajar en las parroquias. A todos y a cada uno quisiera renovar mi gratitud por la acogida calurosa recibida en todas partes, así como por las oraciones, el aliento y las sugerencias que me han ofrecido durante las visitas, valiosos no sólo para mi ministerio de Obispo de Roma, sino también para el servicio que me ha sido confiado en favor de la Iglesia universal.
Al visitar las comunidades parroquiales, he podido cumplir de manera muy concreta mi misión de Obispo de Roma, Sucesor del apóstol san Pedro. El tiempo dedicado a los fieles romanos no ha sido sustraído a los del mundo entero, sino que ha sido provechoso también para ellos, y, viceversa, mi solicitud por todas las Iglesias me ha ayudado a arraigarme más aún en esta singular diócesis que es Roma.
Mientras me dispongo a ir por 300ª vez a una parroquia romana, vuelvo espiritualmente a todas las visitadas hasta ahora: basílicas paleocristianas e iglesias modernísimas, algunas en el centro histórico, otras en los grandes barrios surgidos en las décadas de 1950 y 1960 o en las urbanizaciones más recientes. Por doquier he anunciado el mismo Evangelio y partido el mismo Pan: Cristo, Redentor del hombre. A todos renuevo hoy mi saludo cordial, por todos oro y a todos bendigo.Vaticano, 14 de diciembre de 2001