Al Embajador de Costa Rica, 4 de febrero de 1982

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DE JUAN PABLO II 
A CARLOS ALBERTO SERRANO BONILLA 
EMBAJADOR DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE

4 de febrero de 1982

 

Señor Embajador,

Con viva complacencia le recibo hoy, en este acto de presentación de las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede.

Agradezco vivamente el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, así como las amables palabras con las que Vuestra Excelencia se ha hecho intérprete de los cristianos sentimientos del querido pueblo costarricense, cuya adhesión a la Iglesia y al Papa es bien conocida. Un pueblo que se ha caracterizado además por su amor a la paz y al trabajo, tratando de seguir las orientaciones marcadas por la doctrina social católica.

Es la conciencia de su misión específica la que ha impulsado siempre a la Iglesia en la tarea de servicio a la humanidad, la cual tiene su meta final en la eternidad, pero ha de ir realizándose ya a través del camino por este mundo, viviendo desde ahora en una tensión de esperanza definitiva. Tal esperanza engendra aspiraciones profundas y universales que, abarcando a todos los hombres y a todo el hombre, conllevan la exigencia de una vida plena realmente libre, digna del ser humano.

En su afán de ayuda a los hombres, la Iglesia no busca intereses o ventajas humanas, sino que tiene el deseo de servir. En esa línea – como dice el Concilio Vaticano II – ella quiere “en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas”. Una tarea delicada y difícil, que se esfuerza por realizar inspirada en el amor y las enseñanzas del Evangelio, según las diversas circunstancias y situaciones, para poder ser luz y fermento en la sociedad.

Vuestra Excelencia acaba de aludir a la importancia y significado del trabajo en la convivencia social. En efecto, mientras por una parte crece el progreso y la técnica, por otra disminuye la demanda de mano de obra, condenando a tantos trabajadores, con frecuencia jóvenes, a un sentimiento de frustración, con todas las secuelas que ello lleva consigo.

Por esto, la doctrina social cristiana y las enseñanzas del Magisterio siguen proclamando que el trabajo es un deber y al mismo tiempo un derecho de todo hombre. Y que, consecuentemente, es una tarea irrecusable de quienes rigen los destinos de los pueblos y las relaciones socio-económicas poner todos los medios a su alcance, para que cada ciudadano pueda encontrar la oportunidad de un trabajo adecuado, y así se eviten situaciones injustas en las que se regula la actividad laboral con daño para los trabajadores.

Es claro, por otra parte, que sólo si el hombre puede realizar dignamente su vocación personal, familiar y social se alcanzará el objetivo tan deseado de la paz y de su progresiva consolidación.

Estas son las metas hacia las que constantemente invito a los hombres, convencido de servir así la verdadera causa de la dignidad de la persona humana. Y son asimismo las metas hacia las que orienta la Jerarquía costarricense. Mucho confío en su preciosa colaboración, en la de tantos cristianos y de otras personas de recta conciencia.

Pido a Dios que conceda siempre a la noble Nación de Costa Rica una paz duradera, basada en el respeto de los derechos de cada persona, un progreso constante en la implantación de la libertad y de la justicia social, un sereno crecimiento en los valores cristianos y humanos, que la alejen de toda convulsión.

Señor Embajador: al formularle, finalmente, fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alta misión y asegurarle mi benevolencia, invoco sobre Vuestra Excelencia, sobre las Autoridades que han tenido a bien confiársela y sobre los amadísimos hijos de Costa Rica, abundantes gracias divinas.