Al final de un concierto en su honor 2 de agosto de 1998
PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
AL FINAL DE UN CONCIERTO
DE LA ORQUESTA FILARMÓNICA HÚNGARA
Domingo 2 de agosto de 1998
Excelencias;
ilustres señores y señoras:
He escuchado con interés las piezas musicales de Félix Mendelssohn y de Zoltán Koldály, que la Orquesta filarmónica húngara acaba de interpretar durante esta interesante velada artística, organizada por la Academia musicae pro mundo uno de Roma.
Doy las gracias, ante todo, al maestro Ervin Acél, director estable de la orquesta sinfónica de Szeged, al violinista Stefan Milenkovich y a todos los miembros de la orquesta, por la competencia y el arte con que nos han alegrado el esp íritu. También expreso mi agradecimiento al maestro Giuseppe Juhar y a la doctora Monika Ryba-Juhar, respectivamente presidente y directora artística de la Academia musicae pro mundo uno.
Saludo cordialmente, asimismo, a los huéspedes que han venido aquí, y les expreso mis sentimientos de gratitud por haber querido honrar con su presencia esta velada musical en el palacio apostólico de Castelgandolfo.
En la interpretación de las composiciones que nos han ofrecido se manifiestan toda la fuerza y todo el pathos del alma nacional húngara, tan rica en sentimientos y, al mismo tiempo, tan sobria y noble, abierta al diálogo con las demás culturas.
La música, por la índole misma de su lenguaje universal, tiene la capacidad de favorecer el encuentro entre culturas diversas, convirtiéndose en vehículo de un provechoso intercambio de dones, que a menudo enriquece más a quien da que a quien recibe. Eleva el espíritu a sentimientos nobles y sinceros, y puede llevar, a través de la armonía de las notas y del diálogo de los instrumentos, a contemplar la suprema y eterna belleza de Dios.
Deseo de todo corazón que cada ejecución musical sea una ocasión de enriquecimiento espiritual interior, y motivo de entendimiento fraterno entre las personas y las naciones.
Acompaño estos sentimientos con una bendición especial, que imparto de buen grado a los presentes y a sus respectivas familias, como prenda de abundantes gracias celestiales.
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