Al final del Concierto en el 60° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, 10 diciembre 2008- Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

CONCIERTO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO JUSTICIA Y PAZ
EN EL 60° ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL
DE DERECHOS HUMANOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Pablo VI
Miércoles 10 de diciembre de 2008

Ilustres señores y amables señoras;
queridos hermanos y hermanas: 

Dirijo mi cordial saludo a las autoridades presentes y, en particular, al presidente de la República italiana, a las demás autoridades italianas, al gran maestre de la Orden de Malta y a todos los que habéis participado en esta velada dedicada a la escucha de piezas de música clásica, interpretadas por la Brandenburgisches Staatsorchester de Francfort, dirigida en esta ocasión por la maestra Inma Shara. A ella y a los miembros de la orquesta deseo expresar el aprecio común por el talento y la eficacia con que han interpretado estos sugestivos fragmentos musicales.

Doy las gracias al Consejo pontificio Justicia y paz y a la "Fundación San Mateo en memoria del cardenal François-Xavier Van Thuân" por haber organizado el concierto, que ha estado precedido por el acto conmemorativo del 60° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, por la entrega del premio Cardenal Van Thuân 2008 al señor Cornelio Sommaruga, ex presidente del Comité internacional de la Cruz Roja, y por la entrega de los premios "Solidaridad y desarrollo" al padre Pedro Opeka, misionero en Madagascar, al padre José Raúl Matte, misionero entre los leprosos de Amazonia, a los destinatarios del proyecto Gulunap, para la realización de una Facultad de medicina en Uganda del norte y a los responsables del proyecto "Villaggio degli Ercolini", para la integración de niños y muchachos gitanos en Roma.

También expreso mi agradecimiento a cuantos han colaborado en la realización del concierto y a la Radiotelevisión italiana (RAI), que lo ha transmitido, aumentando, por decirlo así, la audiencia de quienes han podido beneficiarse de él.

Hace sesenta años, el 10 de diciembre, la Asamblea general de las Naciones Unidas, reunida en París, adoptó la Declaración universal de derechos humanos, que constituye aún hoy un altísimo punto de referencia del diálogo intercultural sobre la libertad y los derechos humanos. La dignidad de todo hombre solamente queda garantizada cuando todos sus derechos fundamentales son reconocidos, tutelados y promovidos. Desde siempre, la Iglesia reafirma que los derechos fundamentales, más allá de la diferente formulación y del distinto peso que pueden revestir en el ámbito de las diversas culturas, son un dato universal, porque está inscrito  en  la naturaleza misma del hombre.

La ley natural, escrita por Dios en la conciencia humana, es un común denominador a todos los hombres y a todos los pueblos; es una guía universal que todos pueden conocer. Sobre esa base todos pueden entenderse. Por tanto, en última instancia, los derechos humanos están fundados en Dios creador, el cual dio a cada uno la inteligencia y la libertad. Si se prescinde de esta sólida base ética, los derechos humanos son frágiles porque carecen de fundamento sólido.

La celebración del 60° aniversario de la Declaración constituye, por consiguiente, una ocasión para verificar en qué medida los ideales aceptados por la mayor parte de la comunidad de las Naciones en 1948 son respetados hoy en las diversas legislaciones nacionales y, más aún, en la conciencia de los individuos y de las colectividades.

Sin duda, se ha recorrido un largo camino, pero queda aún un largo tramo por completar:  cientos de millones de hermanos y hermanas nuestros ven cómo están amenazados sus derechos a la vida, a la libertad, a la seguridad; no siempre se respeta la igualdad entre todos ni la dignidad de cada uno, mientras que se alzan nuevas barreras por motivos relacionados con la raza, la religión, las opiniones políticas u otras convicciones. Así pues, no ha de cesar el compromiso común de promover y definir mejor los derechos humanos, y se debe intensificar el esfuerzo por garantizar su respeto.

Acompaño estos deseos con la oración para que Dios, Padre de todos los hombres, nos conceda construir un mundo donde cada ser humano se sienta acogido con plena dignidad, y donde las relaciones entre las personas y entre los pueblos estén reguladas por el respeto, el diálogo y la solidaridad.

A todos imparto mi bendición.

 

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