Al nuevo Embajador de Perú

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
AL SEÑOR HUGO DE ZELA HURTADO
 NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ

Jueves 13 de diciembre de 1984

 

Señor Embajador:

al presentar las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Perú ante la Santa Sede, me es grato darle mi más cordial bienvenida y agradecerle los votos que me ha presentado de parte del Señor Presidente, Arquitecto Fernando Belaúnde Terry. Le ruego ahora que transmita al Supremo Magistrado de su País mis mejores deseos, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo por el bien espiritual de toda la querida Nación.

Deseo presentar igualmente a Vuestra Excelencia mis sinceros votos por el éxito de la importante misión que le ha sido confiada, la cual contribuirá sin duda a estrechar aún más los lazos de respeto y mutua colaboración existentes entre la Santa Sede y el Perú.

Quiero asegurarle en esta circunstancia que la Sede Apostólica y la Iglesia están dispuestas a continuar prestando su ayuda —en el ámbito de la misión que le es propia— en esa línea. En efecto, la Iglesia, fiel a su cometido de llevar el mensaje de salvación a todos los pueblos, pone a la vez todo su empeño en promocionar cuanto pueda favorecer el perfeccionamiento y defensa de la dignidad de la persona humana. Por ello, es consolador haber escuchado de Usted que las Autoridades de su País se adhieren a los postulados contenidos en la Encíclica “Redemptor Hominis”, particularmente en lo que se refiere al respeto de la persona y de sus valores espirituales. Estos valores, efectivamente, han de ocupar un lugar preeminente incluso para asegurar que el desarrollo material y económico de los pueblos se realice teniendo como mira el servicio integral al hombre, esto es, sin olvidar el destino eterno al que está llamado.

La Santa Sede, por su parte, está también vivamente interesada en ofrecer su propio aporte a la promoción y estímulo de todo aquello que pueda favorecer el bien común y la fraternidad entre los hombres. Como en aquella primera Encíclica de mi Pontificado, hago hoy también votos para que crezca de veras el amor social y el respeto del derecho de los demás (Redemptor Hominis, 15), para que, rechazando las tentaciones de recurso a la violencia, los ciudadanos encuentren en los postulados de justicia y en el diálogo, los instrumentos para una más pacífica convivencia.

Estoy seguro de que la Iglesia en el Perú continuará incansable en su vocación de servicio al hombre peruano, ciudadano e hijo de Dios. Los Pastores, sacerdotes y familias religiosas, —conforme a la misión de orden espiritual que les ha sido confiada —no ahorrarán por ello esfuerzos en llevar a cabo la tarea de evangelización, potenciando a la vez los valores humanos y cristianos que constituyen parte esencial del alma noble peruana.

Como Usted ha puesto de manifiesto en las palabras que ha tenido a bien dirigirme, el católico pueblo peruano ha estado siempre muy cerca de este Centro de la Iglesia. Un buen ejemplo de ello son los ilustres hijos de la Nación peruana que se distinguieron en grado heroico en el camino de la santidad. A este respecto, será para mí un verdadero gozo poder beatificar próximamente a la Venerable Ana de los Ángeles Monteagudo en la misma tierra donde vivió y murió. Pido a Dios desde ahora que mi próxima visita apostólica al Perú pueda contribuir al fortalecimiento de la fe y en beneficio de una mayor justicia, paz y fraternidad entre todos.

Señor Embajador: al asegurarle mi benevolencia en el desempeño de la misión que hoy comienza, invoco sobre Vuestra Excelencia y familiares, sobre las Autoridades y sobre los amadísimos hijos del Perú, abundantes gracias divinas.

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