Al XVIII Encuentro internacional de oración por la paz
MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL XVIII ENCUENTRO INTERNACIONAL
DE ORACIÓN POR LA PAZ
Al venerado hermano
Cardenal WALTER KASPER
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad
de los cristianos
1. Me es particularmente grato enviar mi saludo y la expresión de mi aprecio cordial, a través de usted, amadísimo hermano, a todos los representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales y de las grandes religiones mundiales, reunidos en Milán para el XVIII Encuentro, titulado "Religiones y culturas: la valentía de un nuevo humanismo". Es para mí motivo de gran alegría y consuelo ver cómo la peregrinación de paz, que yo mismo inicié en Asís en octubre de 1986, no se ha detenido, sino que prosigue y crece tanto en número de participantes como en frutos.
Asimismo, me alegra saludar a la amada Iglesia ambrosiana que, con su arzobispo, el cardenal Dionigi Tettamanzi, acoge de nuevo generosamente ese providencial Encuentro. Doy las gracias también a la Comunidad de San Egidio, que ha captado la importancia de lo que llamé "espíritu de Asís" y, desde 1986, sigue proponiéndolo con audacia y perseverancia, alimentando el compromiso en un camino tan necesario para nuestro mundo, marcado por profundas incomprensiones y graves conflictos.
2. En 1993, los líderes religiosos, reunidos por primera vez en Milán para el VII encuentro "Hombres y religiones", hicieron un llamamiento al mundo: "Ningún odio, ningún conflicto, ninguna guerra ha de encontrar un incentivo en las religiones. La guerra no puede ser motivada por las religiones. Que las palabras de las religiones sean siempre palabras de paz. Que el camino de la fe abra al diálogo y a la comprensión. Que las religiones guíen a los corazones a pacificar la tierra". En los años pasados, muchas personas han acogido este llamamiento y se han puesto al servicio de la paz y del diálogo en los diversos países del mundo. A menudo el espíritu de diálogo y comprensión ha guiado itinerarios de reconciliación. Por desgracia, han surgido nuevos conflictos, más aún, se ha difundido una mentalidad según la cual el conflicto entre mundos religiosos y civilizaciones es casi una herencia inevitable de la historia.
¡No es así! ¡La paz siempre es posible! Siempre se debe cooperar para erradicar de la cultura y de la vida las semillas de amargura e incomprensión presentes en ellas, así como la voluntad de prevalecer sobre el otro, la arrogancia del interés particular y el desprecio de la identidad ajena. En efecto, en esos sentimientos están los presupuestos de un futuro de violencia y de guerra. ¡El conflicto nunca es inevitable! Y las religiones tienen el deber especial de recordar a todos los hombres y mujeres esta convicción que es, al mismo tiempo, don de Dios y fruto de la experiencia histórica de muchos siglos. Esto es lo que he llamado el "espíritu de Asís". Nuestro mundo necesita este espíritu. Necesita que broten de este espíritu convicciones y comportamientos que consoliden la paz, fortaleciendo las instituciones internacionales y promoviendo la reconciliación. El "espíritu de Asís" estimula a las religiones a dar su contribución a ese nuevo humanismo que tanto necesita el mundo contemporáneo.
3. En particular, el camino que comienza en Asís en 1986 y prosigue con la comprometida participación de numerosos líderes religiosos encuentra alimento y estímulo en el "vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz" (Discurso conclusivo del Encuentro de Asís, 27 de octubre de 1986, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de noviembre de 1986, p. 11). En Asís, primero en 1986 y luego en 2002, quise subrayar este valioso vínculo, que considero fundamental para el camino entonces iniciado. En efecto, como escribí en el mensaje al encuentro de Lovaina-Bruselas, "la oración que hacemos unidos unos con otros, dejando a un lado las diferencias, expresa un lazo profundo que nos convierte en humildes constructores de paz" (10 de septiembre de 1992: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de septiembre de 1992, p. 2).
El mundo tiene necesidad de paz. Cada día llegan noticias de violencias, atentados terroristas y operaciones militares. ¿Acaso el mundo está abandonando la esperanza de alcanzar la paz? A veces se tiene la impresión de que se está acostumbrando progresivamente al uso de la violencia y al derramamiento de sangre inocente. Ante estos datos preocupantes, acudo a las Escrituras y encuentro allí las palabras consoladoras de Jesús: "La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde" (Jn 14, 27). Son palabras que encienden la esperanza en los cristianos que creemos en él, "nuestra paz" (Ef 2, 14). Sin embargo, quisiera dirigirme a todos para pedir que no cedan a la lógica de la violencia, la venganza y el odio, sino que, por el contrario, perseveren en el diálogo. Es preciso romper la cadena mortal que aprisiona y ensangrienta demasiadas partes del planeta. Los creyentes de todas las religiones pueden hacer mucho a este respecto. La imagen de paz que proviene del Encuentro de Milán alienta a muchos a seguir el camino de la paz.
4. Dentro de algunos días recordaremos aquel terrible 11 de septiembre de 2001, que llevó la muerte al corazón de Estados Unidos. Ya han pasado tres años, y desde aquel día, por desgracia, el terrorismo parece aumentar sus amenazas de destrucción. No cabe duda de que hacen falta firmeza y decisión al combatir a los agentes de muerte. Sin embargo, al mismo tiempo es necesario hacer todo lo posible por erradicar cuanto pueda favorecer la consolidación de esta situación de terror: en particular, la miseria, la desesperación y el vacío de los corazones. No debemos dejarnos vencer por el miedo que lleva a encerrarse en sí mismos y a reforzar el egoísmo de las personas y de los grupos. Hace falta la valentía de globalizar la solidaridad y la paz. En particular, pienso en África, "continente que parece encarnar el desequilibrio existente entre el Norte y el Sur del planeta" (Mensaje para el XVI Encuentro "Hombres y religiones", Palermo, 29 de agosto de 2002, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de septiembre de 2002, p. 4), y una de mis preocupaciones principales es el amado pueblo iraquí, para el cual, cada día, imploro de Dios la paz que los hombres no saben darse.
El Encuentro de Milán muestra la necesidad de emprender con decisión el verdadero camino de la paz, que jamás pasa por la violencia y siempre por el diálogo. Es bien conocido -lo saben en particular los que provienen de los países ensangrentados por conflictos- que la violencia engendra siempre violencia. La guerra abre de par en par las puertas al abismo del mal. Con la guerra todo resulta posible, incluso lo que no tiene lógica alguna. Por eso, la guerra debe considerarse siempre una derrota: una derrota de la razón y de la humanidad. Así pues, ojalá venga pronto un impulso espiritual y cultural que lleve a los hombres a desterrar la guerra. Sí, ¡nunca más la guerra! Estaba convencido de ello en aquel mes de octubre de 1986 en Asís, cuando pedí a los creyentes de todas las religiones que se reunieran para pedir a Dios la paz. Estoy todavía más convencido hoy: mientras se reducen las fuerzas del cuerpo, siento más viva aún la fuerza de la oración.
5. Por eso, es significativo que la Comunidad de San Egidio haya elegido para el Encuentro de este año el título mencionado: "Religiones y culturas: la valentía de un nuevo humanismo". Este mismo modo de encontrarse engendra un humanismo, o sea, un modo nuevo de mirarse unos a otros, de comprenderse, de pensar en el mundo y de trabajar por la paz. En el Encuentro participan personas capaces de estar unas al lado de otras, descubriendo la amistad que hace percibir la elevada dignidad de todo hombre y la riqueza a menudo ínsita en la diversidad.
El diálogo revela la valentía de un nuevo humanismo, porque requiere la confianza en el hombre. No pone jamás a unos contra otros. Su objetivo consiste en eliminar las distancias y limar las asperezas, para hacer madurar la conciencia de que todos son criaturas del único Dios y, por eso, hermanos de una misma humanidad.
Con estas convicciones en el corazón, aseguro mi participación espiritual en el Encuentro e invoco de corazón sobre todos las bendiciones celestiales de Dios omnipotente. Castelgandolfo, 3 de septiembre de 2004