Almo Colegio Capránica
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS Y SUPERIORES
DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA
Martes 19 de enero de 1999
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos alumnos del Almo Colegio Capránica:
1. Con alegría os recibo hoy, con ocasión de la fiesta de vuestra patrona, la santa virgen y mártir Inés. Os saludo de corazón a cada uno de vosotros, que provenís de diversas naciones y, en particular, al rector, monseñor Michele Pennisi, al que agradezco las palabras que me ha dirigido no sólo en nombre vuestro, sino también del cardenal Camillo Ruini y de los miembros de la comisión especial que sigue vuestro almo colegio. Gracias de corazón a todos.
He apreciado mucho la meta pedagógica que os habéis propuesto durante este año comunitario. Siguiendo la línea de preparación para el gran jubileo, se expresa en el lema: «Caridad y misión: como hijos del único Padre vivamos la fraternidad en la gratuidad del servicio y en la acogida del otro». Se trata de un itinerario formativo que os lleva a entablar un diálogo cada vez más intenso y profundo con Jesús, para poder testimoniar después su amor salvífico a vuestros hermanos.
2. En el origen de toda misión en la Iglesia hay una llamada al amor. «Fijando en él su mirada, lo amó»: con estas palabras el evangelista san Marcos narra el encuentro de Jesús con el joven que «tenía muchos bienes» (Mc 10, 22). Ante las numerosas cosas que uno puede poseer, el Señor propone, como alternativa, la única esencial: dejarlo todo por amor y seguirlo: «Ven y sígueme» (Mc 10, 21). La virgen y mártir Inés, a la propuesta que le hizo Cristo respondió con plena generosidad y con corazón indiviso: su misma existencia fue «ejemplo elocuente y fascinador de una vida transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad» (Veritatis splendor, 93), y por eso ella misma ha sido capaz de iluminar «cada época de la historia despertando el sentido moral» (ib.). Su ejemplo ha animado a numerosos creyentes a lo largo de los siglos a seguir sus pasos. Vuestro colegio, muy oportunamente, la ha elegido como su patrona, y también hoy vosotros la contempláis como un modelo digno de imitar.
Además de su testimonio, tenéis ante vosotros el de algunos ex alumnos de vuestro seminario, cuyo proceso de beatificación ya se ha incoado. Vuestro rector acaba de recordarlos: ¡ojalá que su vida os anime a cumplir cada vez con mayor fidelidad lo que el Señor os pida! Que en vuestra existencia todo sea para su mayor gloria y para la salvación de las almas.
3. Nuestro encuentro tiene lugar en el año dedicado al Padre, mientras nos encaminamos ya a grandes pasos hacia el gran jubileo del año 2000. Quisiera invitaros a dirigir vuestra mirada hacia la Puerta santa, a través de la cual entraremos en el año jubilar con espíritu de íntima conversión. En efecto, es preciso llegar a ese acontecimiento con corazón renovado. Y a los sacerdotes, en primer lugar, les corresponde ser testigos y apóstoles de una auténtica renovación personal y comunitaria. Además, desde la perspectiva de la festividad de santa Inés, no podemos menos de considerar la eventualidad de una fidelidad heroica que llegue, si fuera necesario, hasta el martirio.
Quisiera repetiros hoy a vosotros lo que proclamé a toda la Iglesia: «El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva de su propio horizonte existencial» (Incarnationis mysterium, 13).
Os digo estas palabras, que pueden pareceros fuertes y exigentes, a vosotros «jóvenes, porque sois fuertes», según la expresión con que os califica el apóstol san Juan (cf. 1 Jn 2, 14). El mundo espera entrega total y santidad de vida de aquellos a quienes el Señor llama a su servicio más íntimo. Que ésta sea vuestra primera preocupación. Abrid vuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, y encomendaos con confianza al Padre celestial, especialmente durante este año.
Os guíen María, la Virgen fiel, santa Inés y vuestros demás santos patronos. Por mi parte, asegurándoos un recuerdo especial en mi oración, os imparto a todos vosotros y a vuestros seres queridos mi afectuosa bendición.