Regina caeli del domingo 10 de abril de 1983
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 10 de abril de 1983
Hermanos y hermanas queridísimos:
1. Regina coeli, laetare, alleluia! La hermosa y antigua antífona que rezaremos dentro de poco, intercalada toda ella con "alleluia" de exultación, nos habla muy bien de la alegría de la Madre del Señor por la resurrección de su Hijo divino y, con Ella y en Ella, de la alegría de la Iglesia y de todos nosotros.
Los Evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a la Madre: este inefable misterio de alegría queda bajo el velo de un silencio místico. De todos modos, es cierto que Ella, la primera redimida, lo mismo que estuvo de manera especial cercana a la cruz del Hijo (cf. Jn 19, 25), así también tuvo una experiencia privilegiada del Resucitado, capaz de causar en Ella una alegría intensísima, única entre la de todas las criaturas salvadas por la Sangre de Cristo.
2. María nos guía en el conocimiento de los misterios del Señor: y del mismo modo que en Ella y con Ella comprendemos el sentido de la cruz, así también en Ella y con Ella llegamos a captar el significado de la resurrección, saboreando la alegría que dimana de esta experiencia.
Efectivamente, María, entre todas las criaturas, creyó, desde el principio, en todo lo que el Verbo, encarnándose en Ella, realizó en el mundo para la salvación del mundo. En una ascensión de júbilo, fundada en la fe, su alegría pasó desde la del "Magníficat", llena de esperanza, a la purísima, sin la menor sombra de mengua, por el triunfo del Hijo sobre el pecado y la muerte.
María es la que cooperó, como dice el Concilio Vaticano II, "en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas" (Lumen gentium, 61). Y ahora "se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" (ib., 62).
Hermanos y hermanas:
Que el camino de María sea también el nuestro. Que su alegría también sea la nuestra. Y como Ella, gozosa por la resurrección del Hijo, es la fuente de nuestra alegría, causa nostrae letitiae, así nos comprometamos a ser la alegría de María dejando que Cristo Redentor plasme en nosotros la vida sobrenatural, hasta el eterno gozo de la patria bienaventurada. Con Ella, Reina del cielo.
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