Regina caeli del domingo 20 de abril de 1980
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 20 de abril de 1980
1. Al reunirnos hoy de nuevo en la plaza de San Pedro para proclamar la alegría pascual con las palabras del saludo "Regina coeli", permitid que mi recuerdo se dirija a esa ciudad, en la que me fue dado pronunciar esta antífona pascual hace una semana: Turín.
Y os ruego también a todos los aquí reunidos que saludéis conmigo a la Madre del Resucitado en los santuarios marianos de la capital del Piamonte, los cuales, con un eco profundo en los corazones, respondieron, hace una semana, a estas palabras: "Regina coeli, laetare..."
Era el eco de todos esos lugares, que pude visitar el pasado domingo "in Albis", al finalizar la octava pascual, comenzando por el lugar dedicado a la Virgen Santísima, que tan elocuentemente se llama "Consolata", lugar donde la aflicción y el dolor de tantos hombres se encuentran con la alegría y el consuelo, y la desolación y el miedo causados por los dolorosos acontecimientos de nuestros tiempos, ceden el paso ante la esperanza, que brota del corazón de la Madre del Resucitado.
Precisamente desde ese lugar, desde ese santuario de la esperanza, me fue dado comenzar mi encuentro con la Iglesia y con la ciudad. Este tuvo muchas etapas consecutivas, muchos momentos cargados de contenido profundo. Tengo que manifestar cierta pena porque han sido tan breves. Sin embargo, espero que lo que no cupo en el tiempo, haya cabido en el corazón, y continúe vivo, dejando en él huellas duraderas.
Luego, el Cottolengo: la casa de la Divina Providencia y el incesante testimonio de Cristo dado en sus hermanas y hermanos más necesitados.
Y también, la catedral de Turín: el lugar donde se encuentra, desde hace siglos, la Sábana Santa, la reliquia más espléndida de la pasión y de la resurrección. Allí tuve ocasión de encontrarme con el Episcopado del Piamonte y con los sacerdotes de Turín, con quienes concelebré la Eucaristía en la plaza del templo.
Y además, las religiosas, reunidas en el santuario de María Auxiliadora, llenas de amor y de entrega a la causa de Cristo.
Después, los jóvenes en la plaza ante la basílica salesiana (y luego dentro, en el centro juvenil): la juventud tan ardiente, incansable, tan sensible a toda palabra del Evangelio.
Y finalmente, todo Turín: la ciudad de dos millones de habitantes, en su estructura actual. ¿Cómo olvidar el encuentro, que se desarrolló a lo largo de las calles de la metrópoli en todos los caminos del recorrido hasta la plaza del santuario de la Gran Madre, con una muchedumbre gigantesca, cuya imagen llevo siempre en mis ojos?
Deseo recordar todo esto hoy aquí. Dar las gracias por todo a las autoridades de la ciudad, y a los Pastores de la Iglesia de Turín. Deseo incluir todo en esta oración de alegría pascual, dirigida a la Madre de Dios: "Regina coeli, laetare".
2. ¿Por qué precisamente Turín?
Después de la visita, veo mejor aún los motivos que impulsaron al cardenal arzobispo para hacerme esta invitación y cuánta resonancia han hallado en mi corazón.
Pues bien, ante todo, la necesidad de un acto de solidaridad especial con esa ciudad y con esa Iglesia, hacia la que se dirigen, no sin preocupación, los ojos de toda Italia.
Al mismo tiempo: la necesidad de acercamiento a ese santuario particular que es Turín, el Turín de la Sábana Santa, el Turín de tantos santos comenzando por el obispo San Máximo, y sobre todo de los que han desarrollado su apostolado en esa ciudad en los umbrales de nuestro tiempo, Cafasso, Don Bosco, Cottolengo, Murialdo.
Cristo ofrece al hombre la alegría pascual
Finalmente: la necesidad de comprender, en particular, la paradoja de Turín. Por un lado, una herencia tan potente de santidad con clara dimensión social, y, por otro, una amenaza tan grave a los valores fundamentales de la convivencia y del orden social. La tensión entre la herencia de la santidad, la industrialización y el terrorismo.
Si todo esto constituye un desafío particular para la Iglesia, si con todo esto se explica la invitación del Papa a Turín, hoy, después de realizar esta invitación, séame permitido decir que el fruto de esta peregrinación pascual y de la visita es una nueva experiencia de la fe en Cristo, que constantemente devuelve al hombre la alegría de ser hombre.
Sí. Cristo da al hombre esta alegría. Y éste es el don mayor. Es el fundamento de todo lo que los hombres desean y pueden realizar a través de cualquiera de sus programas o ideologías.
Sí. Esto constituye la base de cada una de las cosas. El hombre debe reconciliarse con su humanidad. No se le puede privar de esto en cualquier camino. No se le puede privar sobre todo de la aceptación de la propia humanidad. No se le puede privar de la alegría sencilla, fundamental, del hecho de ser hombre.
Cristo da al hombre esta paz. Y le da esta alegría. Esta es precisamente la alegría pascual.
Junto con vosotros y con todos los que han participado en mi peregrinación, deseo dar gracias a Cristo porque por los caminos de Turín ha pasado esta alegría pascual y esta paz que da Cristo.
"Regina coeli, laetare".
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