Regina coeli del domingo 31 de mayo de 1987
JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 31 de mayo de 1987
1. El Señor Jesús, antes de elevarse milagrosamente de la tierra para volver al Padre el día de la Ascensión, confirmó a los once Apóstoles su gran promesa: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos" (Act 1, 8).
Entonces ellos volvieron solícitos a Jerusalén y se reunieron en el Cenáculo. Y, en la espera trepidante de ese acontecimiento lleno de misterio, "todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la Madre de Jesús, con sus hermanos" (Act 1, 14).
2. Esta inefable escena vuelve hoy a nuestros ojos llena de actualidad. La Iglesia se reúne idealmente en el Cenáculo para prepararse al nuevo Pentecostés, un Pentecostés singular, que coincidirá con el inicio del Año Mariano.
"En medio de los problemas, de las desilusiones y esperanzas, de las deserciones y retornos de nuestra época, la Iglesia permanece fiel al misterio de su nacimiento... La Iglesia está siempre en el Cenáculo" (Dominum et Vivificantem, 66).
En aquellas "recónditas paredes" (A. Manzoni, La Pentecoste), ella escucha de nuevo, por así decir, su respiro inicial, las primeras palpitaciones de su corazón. Y se estrecha en torno a María, su gran Madre espiritual. Madre de todo el Pueblo de Dios, de los Pastores y de los fieles.
3. Todos juntos, Pastores y fieles, tenemos fijos los ojos en la Virgen en oración, dócil animadora del primer núcleo de la comunidad cristiana, destinado a irradiar la luz del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra y hasta el cumplimiento total de la historia.
Perseveremos con Ella en la oración en solidario servicio a la humanidad de hoy, persuadidos de que "nuestra difícil época tiene especial necesidad de la oración" (Dominum et Vivificantem, 65). Tenemos necesidad, en primer lugar, nosotros, a quienes nos ha sido dada la gracia y la responsabilidad de pertenecer como miembros vivos a la familia eclesial, y estamos llamados a testimoniar creíblemente la fuerza del Espíritu Santo, inmenso don que se nos ha dado para renovar todo en Cristo.
La Virgen María, Templo del Espíritu Santo, vela incesantemente con su corazón materno sobre nuestra espera de Pentecostés y del inicio del Año Mariano.
© Copyright 1987 - Libreria Editrice Vaticana