Ángelus del 20 de diciembre de 1998
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 20 de diciembre de 1998
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Dentro de pocos días será Navidad. En las familias se intensifican los preparativos. También en esta plaza, el belén que se está preparando y el árbol, ya adornado de luces, que se eleva hacia el cielo, nos recuerdan la proximidad de una fiesta tan rica en sentimientos y emociones. Al expresaros mi felicitación más cordial, exhorto a cada uno a no quedarse sólo en el aspecto exterior de la Navidad, reduciéndola a una fiesta folclórica, sino a redescubrir su verdad profunda, es decir, la del Hijo de Dios que vino a nosotros en la humildad de nuestra carne. Es necesario revivir la actitud de asombro y gran admiración de la Virgen María ante el misterio. Que la Navidad lleve a todos al encuentro con Dios y suscite en cada corazón sentimientos de perdón recíproco y de solidaridad fraterna.
2. El clima navideño hace más vivo el sufrimiento por lo que ha sucedido durante estos días a las poblaciones iraquíes, ante cuyo drama nadie puede permanecer indiferente.
A mi profundo dolor por la situación de esas poblaciones, se añade la amargura de constatar con cuánta frecuencia se defraudan las esperanzas puestas en la validez y en la fuerza del derecho internacional y en las organizaciones llamadas a garantizar su aplicación.
Repito una vez más: la guerra nunca ha sido y nunca será un medio adecuado para la solución de los problemas entre las naciones. Por eso ahora, más que nunca, el pueblo iraquí debe ser objeto de la atención de cuantos, tanto en Irak como en otros lugares, tienen el deber de resolver la crisis. A todos dirijo mi apremiante llamamiento para que prevalezcan la solidaridad humana y el respeto al orden internacional.
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