Ángelus del 22 de noviembre de 1998
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 22 de noviembre de 1998
Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo
1. Hoy, último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Al término del camino de un año, la Iglesia profesa que el que fue crucificado y resucitó es el Señor del mundo y de la historia: la luz de la Pascua se proyecta sobre todo el cosmos y lo ilumina. Es la luz del amor y de la verdad, que rescata el universo de la muerte, causada por el pecado, y renueva el designio de la creación, para que todas las cosas adquieran su pleno significado y se reconcilien con Dios y entre sí.
Mientras somos peregrinos aquí en la tierra, nuestra mirada se dirige al cielo, nuestra patria definitiva. Para llegar a la plena realización del reino divino, el Evangelio nos exhorta a no seguir al «príncipe de este mundo» (Jn 12, 31; 16, 11), que siembra divisiones y escándalos, sino más bien a seguir a Cristo con fidelidad y humildad. Él nos guía al reino de la paz y de la justicia, donde Dios será todo en todos.
2. La Iglesia es en la historia una anticipación del reino de Dios, y lo demuestra también por ser católica, es decir, universal. Esta mañana, en la basílica de San Pedro, se ha inaugurado con una solemne eucaristía la Asamblea especial para Oceanía del Sínodo de los obispos, cuyo tema es: «Jesucristo: seguir su camino, proclamar su verdad y vivir su vida». El Sínodo marca una nueva etapa del camino de la Iglesia, que da gracias por el don del Evangelio a todos los pueblos y se encamina hacia el tercer milenio, comprometiéndose con renovado impulso en la tarea de anunciarlo al mundo. Doy mi más cordial bienvenida a todos los obispos de Oceanía, que desde tan lejos han venido a Roma para tomar parte, junto con los demás padres sinodales, en los trabajos de esta Asamblea. Os pido asimismo a vosotros, aquí presentes, y a todo el pueblo de Dios, que oréis por este importante acontecimiento eclesial, a fin de que dé frutos de renovación espiritual no sólo para las comunidades de Oceanía, sino también para todos los creyentes del mundo.
3. En efecto, todos los fieles, con su testimonio, son protagonistas de la misión universal al servicio del reino de Dios. De modo especial, los sacerdotes son enviados a difundir por todos los rincones de la tierra la buena nueva del amor de Dios. Amadísimos hermanos y hermanas, recordando que hoy se celebra en Roma la Jornada del seminario, os invito a elevar al Señor una oración especial por las vocaciones sacerdotales. Jesús dijo que rogáramos al Padre para que envíe obreros a su mies: lo hacemos, invocando la intercesión de María santísima, Reina de los Apóstoles, para que en Roma, en Italia y en el mundo entero surjan numerosas y santas vocaciones, a imagen del buen Pastor.
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