Ángelus del 6 de septiembre de 1998
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 6 de septiembre de 1998
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con el comienzo del mes de septiembre, se reanuda plenamente la vida laboral con las ocupaciones normales: las industrias, las oficinas y la escuela vuelven a su ritmo ordinario. Para muchos, es un tiempo de «programación»: se afrontan los problemas, se definen los objetivos, y se establecen los medios y las estrategias para alcanzarlos.
Deseo recordar a todos un principio fundamental de fe: antes y más allá de nuestros programas, hay un misterio de amor, que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios. Si queremos organizar bien nuestra vida, debemos aprender a descifrar su designio, leyendo la misteriosa «señalización» que Dios pone en nuestra historia diaria. Para este fin no sirven ni horóscopos ni previsiones mágicas. Sirve, más bien, la oración, la oración auténtica, que va acompañada siempre por una opción de vida conforme a la ley de Dios.
En este año que, en la preparación para el gran jubileo, está dedicado particularmente al Espíritu Santo, dirijamos a él nuestra oración insistente. Lo invocamos como Espíritu de «consejo» y de «sabiduría». Nadie más que él conoce nuestro futuro y es capaz de orientar nuestros pasos en la dirección correcta.
2. Para programar bien, hacen falta criterios. Algunos los dicta la realidad misma: son criterios de necesidad, de oportunidad y de eficiencia. Pero estemos atentos a no reducir todo a cuestiones materiales. No nos limitemos a la tecnología y a la burocracia. Si queremos hacer proyectos verdaderamente «humanos», debemos insertar en nuestros programas el impulso de los grandes valores morales y espirituales. También debemos esforzarnos por mirar a los que están en nuestro entorno, quizá a nuestro servicio, o a los que de algún modo influenciamos con nuestras opciones, considerándolos siempre como personas y jamás como números o cosas.
En una palabra, organicemos nuestra vida, personal y comunitaria, inspirándola en el amor y no en el egoísmo. Abrámonos a nuestros hermanos, en especial a quienes por su condición pienso en los niños, en los enfermos, en los ancianos y en los parados se ven obligados a esperar mucho o todo de los demás. Que nuestra programación sea, por eso, también un gesto de solidaridad.
3. Pidamos a la Virgen santísima que nos obtenga una auténtica «sabiduría del corazón», para proyectar bien nuestra vida y reanudar con empeño nuestras actividades. Que ella, a quien en las letanías lauretanas llamamos «Madre del buen consejo», nos sugiera buenos pensamientos y nos ayude a orientar nuestra vida según el designio de Dios.
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Después del Ángelus
Saludo ahora cordialmente a las personas y grupos de lengua española. En este primer domingo de septiembre, quiero alentaros a ser sembradores de esperanza cristiana para construir juntos unasociedad más humana y acogedora.
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