Ángelus del domingo 11 de noviembre
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 11 de noviembre de 1979
Hermanas y hermanos queridísimos:
Se han registrado estos días importantes acontecimientos eclesiales, de los que os habéis informado por los medios de comunicación social, y de los que deseo hablaros brevemente.
Ante todo, la reunión plenaria del Colegio de los Cardenales, invitados a Roma para tratar algunos problemas de gran relieve para la Iglesia y para su Sede Apostólica. Este encuentro ha contribuido ciertamente ―como he dicho al finalizar los trabajos― a recorre una etapa importante en el camino de la "colegialidad" y a intensificar la revitalización de esa maravillosa institución, cual es el Colegio Cardenalicio, conforme a su naturaleza y tradición.
En este momento deseo dar las gracias públicamente a los cardenales que han afrontado molestias y sacrificios para venir a Roma desde todas partes del mundo y, con sus sabias y concretas intervenciones, han aportado elementos valiosos para el estudio de los problemas mencionados.
2. De manera particular quiero llamar mi atención y la vuestra sobre uno de estos problemas: el de la relación entre la Iglesia y la cultura. Precisamente ayer la Pontificia Academia de las Ciencias, fundada ―como es sabido― por Pío XI en 1922, inauguró la sesión plenaria anual con la conmemoración solemne del nacimiento de Albert Einstein, el gran pensador, que ha dado una singular y alta aportación al progreso de la ciencia.
Este acontecimiento vuelve a proponer a nuestra consideración el problema, antiguo y siempre nuevo, de las relaciones entre razón y revelación, entre fe y ciencia, entre Iglesia y cultura.
La Iglesia, por su parte, no puede menos de mirar con estima, confianza, respeto y esperanza a la ciencia, que tiene su razón de ser en la serena, libre, objetiva búsqueda de la verdad. Como afirmaba San Agustín, "si Sapientia Deus est, per quem facta sunt omnia..., verus philosophus est amator Dei" ("Si Dios, por quien ha sido hecho todo, es la Sabiduría..., el verdadero filósofo, es decir, el verdadero hombre de ciencia, es quien ama a Dios": De Civitate Dei, 8, 1).
3. Una vez más quiero recordar a los ferroviarios, que el jueves pasado han celebrado su "Jornada". Expreso de nuevo el deseo de que esta clase profesional continúe desarrollando, en Italia y en todo el mundo, cada vez en condiciones de mayor seguridad y serenidad, su trabajo indispensable, y pueda contribuir, con la ayuda del Señor, a promover el conocimiento, la mejor comprensión y el sentido de la fraternidad entre los hombres.
4. Entre los encuentros con los obispos latinoamericanos en vista ad Limina, me es grato recordar hoy los tenidos con los Episcopados de Uruguay y Paraguay.
En Uruguay, con una población de cerca de tres millones de habitantes, hay una arquidiócesis u nueve diócesis con casi 600 sacerdotes en total.
En Paraguay son 9 las circunscripciones eclesiásticas, con cerca de 400 sacerdotes y una población de 2.700.000 habitantes.
Por las audiencias con los prelados he podido captar múltiples hechos consoladores y prometedores en la vida de la Iglesia en esos dos países. Ante todo el florecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; la participación creciente en los ministerios eclesiales; una comprensión profunda y segura ―en todo el ámbito de la Iglesia― de su identidad: todo en el clima de una floración lozana de espiritualidad.
Reconozco en este panorama consolador la eficacia del trabajo silencioso, del sacrificio, de la entrega consciente con que los Pastores se consagran al bien de las almas.
Garantía grata y segura de la autenticidad de la vida de la Iglesia y que al mismo tiempo abre una perspectiva luminosa en su futuro es la devoción a la Virgen, que anima a los Pastores y a todo el Pueblo de Dios. En Uruguay esta devoción va sobre la línea de una larga tradición, que tiene un singular punto de partida en la fe con que los fundadores de la República Oriental del Uruguay recurrieron a María en el santuario de Florida para obtener su protección en sus afanes patrióticos.
En Paraguay el centro de devoción a María está en el santuario de Caacupé, con la advocación de "Virgen de los Milagros".
María asista con su protección materna a los hijos de esas dos naciones.
5. He seguido con viva preocupación en estos días el desarrollo de la grave crisis en Bolivia y he sabido con profundo dolor las tensiones violentas que han sembrado graves sufrimientos con numerosos muertos y heridos.
Me siento cercano a los obispos que, con viva solicitud, se están afanando para conjurar el peligro de que se prolonguen las luchas fraticidas y para facilitar soluciones pacíficas.
Quiero confiar a vuestras oraciones esta querida nación, tan cercana a mi corazón, con el deseo de que los intentos en marcha puedan corresponder a las aspiraciones profundas de paz y de progreso del pueblo boliviano.
Confiemos nuestro deseo a la intercesión de la Virgen Santísima, que es invocada en aquella tierra con la advocación de "Virgen de Copacabana".
© Copyright 1979 - Libreria Editrice Vaticana