Ángelus del domingo 13 de diciembre de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 13 de diciembre de 1981

1. Ya otras veces en el curso de este año, durante el cual la Iglesia recuerda el 90 aniversario de la Rerum novarum, hemos dedicado nuestra oración del "Ángelus" a los diversos problemas referentes al trabajo humano. Hoy encomendaremos a Dios, mediante la intercesión de la Madre de Cristo, el trabajo de los jóvenes.

2. Los jóvenes constituyen la esperanza de la humanidad y de la Iglesia: siendo ellos los que deberán edificar y dirigir el mundo de mañana, es necesario que se preparen para esta misión, llena de responsabilidad.

La inserción de los jóvenes en el mundo del trabajo constituye un problema a veces dolorosamente insoluble, ya sea por motivo de la saturación de mano de obra, ya porque algunos no tienen una formación profesional suficiente, o también porque el trabajo que ejercitan, aun cuando proporciona cierta ganancia, no basta para satisfacer sus legítimas aspiraciones humanas y sociales. En los países ricos su angustia ante la tecnocracia que todo lo invade, los lleva fácilmente al rechazo de la sociedad en que viven. Por el contrario, en los países pobres la falta de adecuada preparación profesional y de medios idóneos deprime sus espíritus, no pudiendo dar ellos una aportación al crecimiento de la propia patria.

Reviste fundamental importancia la formación ―especialmente la profesional― de la juventud, problema que compete directamente a los responsables de la sociedad, a los padres y educadores, y compromete también a la Iglesia.

3. No basta "especializar" a los jóvenes trabajadores, o sea, hacerlos idóneos para el oficio y la específica capacitación que requieren las máquinas modernas y la técnica; no basta preparar técnicos, sino que es necesario formar personalidades. Esta formación no se agota con hacer del joven obrero un complemento inteligente ―pero subordinado― de su instrumento; sino que debe hacer de él un hombre completo, reflexivo, responsable, conocedor no sólo de las realidades mecánicas económicas y sociales, sino también de las morales y religiosas. El joven que trabaja toma la vida en serio, demuestra tener sentido del deber, conocer el valor del tiempo, de la fatiga y del dinero; hacer del trabajo no sólo una ley de vida, sino un principio de desarrollo personal y social. "El joven trabajador vale más que todo el oro del mundo": son palabras del cardenal Cardijn tan experto y benemérito en lo que se refiere a los jóvenes obreros.

4. Teniendo todo esto ante los ojos, oremos hoy por los jóvenes que se preparan para el trabajo, y por los que comienzan a trabajar en cualquier oficio. Que el trabajo les ayude a encontrarse de nuevo a sí mismos y a realizar la vocación de su vida. Que se convierta en un servicio creativo a semejanza del realizado por Aquella que siempre dice de Sí: "He aquí la esclava del Señor "

5. El domingo 29 de noviembre hice referencia al mensaje que envié a los Jefes de Estado de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, en vísperas de las negociaciones de Ginebra para la reducción de los armamentos nucleares en Europa.

Con idéntico espíritu de profunda preocupación ante la terrorífica hipótesis de una guerra atómica, he pedido a las mismas altas autoridades y también a las de Gran Bretaña y Francia, igual que al Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que tengan la gentileza de recibir en los próximos días a Delegaciones de la Pontificia Academia de las Ciencias, encargadas de explicar un documento científico, fruto de un esmerado estudio realizado por la misma Academia con la colaboración también de otros eminentes estudiosos, sobre las consecuencias que resultarían del empleo de estos armamentos.

Efectivamente, tengo la profunda convicción de que ante los efectos científicamente previstos como seguros de una guerra nuclear, la única opción moral y humanamente válida, está representada por la reducción de los armamentos nucleares, en espera de su futura eliminación completa, efectuada simultáneamente por todas las partes, mediante acuerdos explícitos y con el compromiso de aceptar controles eficaces.

En nuestra oración del "Ángelus" encomendemos ahora a la Virgen también la causa de la paz.

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