Ángelus del domingo 14 de septiembre de 1986
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 14 de septiembre de 1986
1. Como es sabido, el 25 de enero del presente año invité en San Pablo Extramuros a todos los responsables de las Iglesias y Comunidades cristianas, así como de las demás grandes religiones del mundo a "un encuentro especial de oración por la paz en la ciudad de Asís, lugar que la seráfica figura de San Francisco ha transformado en un centro de fraternidad universal" (Homilía del 25 de enero de 1986, en San Pablo Extramuros, n. 7; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 febrero 1986, pág. 11). He querido hacer esta invitación a la oración, considerando además el hecho de que este año de 1986 ha sido proclamado por las Naciones Unidas Año Internacional de la Paz. El encuentro está ya muy cerca. En esta cita mariana del Ángelus quisiera invitaros a dirigir la mente y la oración a dicho acontecimiento que, si Dios quiere, tendrá lugar el lunes 27 de octubre.
2. El encuentro de Asís, será una jornada dedicada precisamente a impetrar el gran don de la paz. Cuantos creemos en Dios estamos convencidos, en efecto, de que es Él quien nos da la paz. Cuanto más intrincadas se hacen las situaciones conflictivas y las dificultades resultan humanamente insuperables; cuantos más peligros se ciernen sobre la humanidad, tanto más debemos dirigirnos a Dios para que nos conceda la gracia de vivir como hermanos, en un mundo reconciliado. Nuestros recursos y medios humanos no bastan. Y la alternativa no es otra que la destrucción y la muerte.
Vuelve a la mente lo que le ocurrió a Francesco di Pietro di Bernardone, quien intuyó esta sencilla verdad en un momento fundamental de su vida, tras haber participado en un enfrentamiento armado, con ocasión de una guerra entre diversos municipios. Francisco, derrotado y hecho prisionero, permaneció en la cárcel un año entero. Aquella experiencia le dio una concepción diversa de la vida; lo impulsó a convertirse en auténtico artífice de paz. Un servidor extraordinario de la paz interior y social.
Dios no quiere "la pérdida de los vivientes" (cf. Sab 1, 13). Es un Dios que "ama la vida" (ib., 12, 26). Firmes en esta convicción, común a todos los que creen en Dios, acudiremos juntos a Asís a presentar nuestras súplicas, para que la humanidad no se vea envuelta en una catástrofe. Y estoy seguro de que todos los católicos, así como todos los fieles de otras confesiones se unirán a nosotros con la oración. La oración es el medio más inofensivo al que se puede recurrir y es, sin embargo, un arma potentísima; es una llave capaz de forzar incluso las situaciones de odio más inveterado.
La oración nace del corazón y tiene sus raíces en un espíritu que cree en la posibilidad de la reconciliación y de la paz.
4. Nosotros, los cristianos, sabemos que es Jesús quien nos da la paz verdadera (cf. Jn 14, 27).
A Él, pues, decimos desde ahora, con la oración que precede a la comunión eucarística:
"Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz".
Y que María, Madre del Cordero Inmaculado, interceda por nosotros ante Él.
Y el Señor, que "ve en los corazones" (cf. 1Sam 16, 7) y sigue desde lo alto del cielo nuestros pasos en la tierra, acogerá ―así confiamos― nuestras súplicas, concediéndonos este gran don por el que suspira la humanidad entera.
Así, pues, a Él y a María Santísima, a quien nos dirigimos ahora con el Ángelus, encomendamos la preparación de la Jornada de Asís.
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