Ángelus del domingo 16 de marzo de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de marzo de 1980

1. "Padre, he pecado contra ti... " (Lc 15, 18).

El cuarto domingo de Cuaresma nos presenta toda la realidad de la conversión y, mediante la parábola del hijo pródigo, nos demuestra su profundidad, riqueza y sencillez.

En el centro mismo de esta página evangélica se encuentran precisamente las palabras: "Padre, he pecado contra ti".

La Iglesia, en el período de la Cuaresma, pondera estas palabras con una particular emoción, puesto que se trata de un tiempo en que la Iglesia desea más profundamente convertirse a Cristo, y sin estas palabras no hay conversión en toda su verdad interna. Sin estas palabras: "Padre, he pecado", el hombre no puede entrar verdaderamente en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, para sacar de ella los frutos de la redención y de la gracia.

Estas son palabras-clave. Evidencian sobre todo la gran apertura interior del hombre hacia Dios: "Padre, he pecado contra ti". Si es verdad que el pecado, en cierto sentido, cierra al hombre por lo que se refiere a Dios, al contrario, la confesión de los pecados abre la conciencia del hombre de toda la grandeza y la majestad de Dios, y sobre todo su paternidad. El hombre permanece cerrado en relación con Dios mientras falten en sus labios las palabras: "Padre he pecado" y sobre todo mientras falten en su conciencia, en su "corazón".

Convertirse a Cristo, experimentar la potencia interior de su cruz y de su resurrección, experimentar la plena verdad de la humana existencia en Él, "en Cristo", sólo es posible con la fuerza de estas palabras: "Padre, he pecado". Y sólo al precio de ellas. En el período de Cuaresma, la Iglesia ora y trabaja de modo especial, para que ellas maduren en el más amplio círculo de las conciencias humanas, a fin de que el hombre de nuestro tiempo las pronuncie con toda la sencillez y la confianza indispensables.

Son palabras liberadoras.

2. La Sagrada Escritura, con la expresión: "mundo", entiende la temporalidad del hombre, hasta convertirse en la dimensión completa y exclusiva de su existencia.

Pues bien, "el mundo" ―sobre todo muchas palabras "del mundo" dirigidas al hombre contemporáneo― trata de impedir al hombre pronunciar estas palabras: "Padre, he pecado contra ti", para que las considere como inútiles y olvidadas y se libere de ellas.

"El mundo", pues, de diversos modos, trata de privar al hombre de este profundo aspecto de la verdad, con la que él se hace consciente del propio pecado y lo llama por su nombre, ante Dios mismo.

El Salmista habla aún más claramente: "Tibi soli peccavi", "Contra ti sólo pequé" (Sal 51, 6).

Ese "Tibi soli" no ofusca todas las otras dimensiones del mal moral, cual es el pecado en relación con la comunidad humana. Sin embargo, "el pecado" es un mal moral de modo principal y definitivo en relación con Dios mismo, con el Padre en el Hijo. Así, pues, "el mundo" (contemporáneo), ―y "el príncipe de este mundo"― trabaja muchísimo para ofuscar y aniquilar en el hombre este aspecto.

En cambio, la Iglesia en Cuaresma trabaja sobre todo para que cada uno de los hombres se encuentre a sí mismo con el propio pecado ante Dios solo, y en consecuencia para que acoja la potencia salvífica del perdón contenida en la pasión y en la resurrección de Cristo.

Dirijo un especial saludo a los numerosos afiliados a las comunidades neocatecumenales que se proponen ayudar a los bautizados para que comprendan, aprecien y secunden la inestimable fortuna del sacramento del bautismo, mediante un itinerario de evangelización, de catequesis y de participación en la vida litúrgica, itinerario gradual e intensivo, que en cierto modo nos recuerda el antiguo catecumenado.

Carísimos os exhorto a interesaros cada vez con mayor generosidad en vuestro esfuerzo de contribuir a la edificación del Cuerpo místico de Cristo y a la acción de apostolado de la Iglesia, obedeciendo al mandato del Señor: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Que os sostenga y os guíe la constante fidelidad a las enseñanzas del Magisterio y de la obediencia a los pastores de la Iglesia. Os deseo de corazón que realicéis con generosidad y entusiasmo vuestros afanes a la luz de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, de mi venerado predecesor Pablo VI, y de la Catechesi tradendae, emanada por mí siguiendo las indicaciones del Sínodo de los Obispos sobre la catequesis.

Que os acompañe mi bendición que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos.

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