Ángelus del domingo 17 de junio de 1979
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 17 de junio de 1979
1. Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis...
Queremos hoy adorar de modo especial al Cuerpo divino que se ha hecho sacramento santísimo de nuestra fe y de toda la vida de la Iglesia. Es éste el día del culto público a la Eucaristía. La expresión de este culto, tributado desde siglos, es la procesión: desfile religioso acompañando al Sumo Sacerdote y al mismo tiempo al Santísimo Sacrificio que nos invita a seguirlo.
Recordemos que el lugar de la presencia de Cristo en la tierra no fue sólo el Cenáculo de Jerusalén sino también las calles de las ciudades y los caminos del campo. Por todas partes: se reunía la gente ante Él. Se reunían para poder estar con Él, para escucharle.
En la solemnidad del Corpus Domini se renueva esta presencia especial de Cristo en las calles, plazas y caminos. Él nos habla a nosotros, reunidos, no ya como entonces con las palabras vivas del Evangelio, sino con la elocuencia de su silencio eucarístico.
En este silencio de la hostia blanca, llevada en la custodia, están todas sus palabras: está toda su vida ofrecida al Padre por cada uno de nosotros; está asimismo la gloria de su Cuerpo glorificado que comenzó con la resurrección y perdura siempre en la unión celestial.
Procuremos participar en el culto público en este día del Corpus Domini, de modo que el misterio de Cristo penetre aún más profundamente toda nuestra vida.
2. Mañana, lunes 18 de junio, las más altas autoridades de las mayores potencias nucleares firmarán en Viena el segundo acuerdo, llamado "SALT-2", sobre la limitación de los armamentos estratégicos. El acuerdo no significa todavía una reducción de los armamentos, o, como sería de desear, una iniciativa de desarme: pero esto no significa que las medidas previstas no sean ya un signo, que debemos saludar con satisfacción, del deseo de continuar un diálogo sin el cual podría desvanecerse toda esperanza de trabajar eficazmente por la paz.
Los creyentes y los hombres de buena voluntad, que sienten como imperativo de conciencia el comprometerse como "artesanos de la paz", no pueden desconocer la importancia que tiene todo cuanto favorece un clima de distensión, propicio para estimular otros progresos indispensables en el camino de la limitación y reducción de los armamentos.
Junto con vosotros ruego al Señor que ha querido darnos en la santa Eucaristía una prenda no sólo de la gloria futura, sino también de la paz y de comunión fraterna en esta tierra, para que haga progresar la noble causa del desarme y del establecimiento de acuerdos honorables duraderos y efectivos, premisa para la consolidación de la concordia y para el logro de relaciones más justas entre los pueblos. En esta perspectiva de esperanza, el encuentro de Viena es un acontecimiento que no puede menos de ocupar el centro de nuestra oración.
3. Pienso ahora con profunda tristeza en la prueba dolorosa a que está, desde hace tiempo, sometida la indefensa población de Nicaragua, querida y atormentada tierra de la que siguen llegando noticias trágicas, que demuestran el predominio del odio sobre el amor, de la violencia sobre el espíritu de concordia y fraternidad.
A la plegaria de sufragio por las víctimas de tan cruel situación, unamos la súplica ferviente a Dios, para que ilumine las mentes de aquellos sobre quienes pesan mayormente las responsabilidades del atroz conflicto, para que infunda aliento en cuantos aun viviendo entre peligros y dificultades, tienen el deber de abrir el corazón de todos a la esperanza y para que otorgue a todo el pueblo de Nicaragua días mejores para que vuelvan a encontrar la paz y fraternidad.
4. Finalmente, en este nuestro encuentro dominical para recitar el Angelus, recuerdo todavía con gran emoción mi reciente viaje a Polonia. Ha sido una peregrinación de fe, que he vivido intensamente y que conmigo ha vivido también intensamente el pueblo polaco. He rezado por la Iglesia, por la humanidad por vosotros, en los lugares consagrados por la historia religiosa de mi patria de origen, y he encomendado la Iglesia, la humanidad y a vosotros a Nuestra Señora de Jasna Góra. Deseo dirigir en estos momentos unas palabras especiales de satisfacción y gratitud a todos los obispos y fieles que, procedentes de diversas partes del mundo, han querido realizar con el Papa esta singular peregrinación, así como a todos aquello que hubieran deseado participar, pero que, por diversas razones, no han podido y han acompañado al Papa peregrino con su ferviente oración y sus sacrificios ocultos.
¡A todos mi sincero y cordial agradecimiento!
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