Ángelus del domingo 19 de agosto de 1990
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 19 de agosto de 1990
1. La oración del Ángelus, queridos hermanos y hermanas, nos recuerda que nuestro Salvador nació de una Virgen. La virginidad de María, exigida por el misterio de la Encarnación, prepara la existencia virginal de Cristo. Por designio divino fue una Virgen quien preparó a Jesús para su misión sacerdotal, misión que debía realizarse en el celibato.
Aquí se halla el primer origen de esa elección de vida a la que, según la disciplina de la Iglesia latina, están llamados a los sacerdotes. El próximo sínodo, al tratar de su formación, tomará en consideración este aspecto de su vida, según el principio enunciado por el Concilio en el decreto Optatam totius: "Los alumnos que, conforme a las santas y firmes leyes de su propio rito, siguen la venerable tradición del celibato sacerdotal, han de ser educados cuidadosamente para este estado, en el cual, renunciando a la sociedad conyugal por el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12), se unen al Señor con un amor indiviso que está íntimamente en consonancia con el Nuevo Testamento; dan testimonio de la resurrección en el siglo futuro (cf. Lc 20, 36), y tienen a mano una ayuda importantísima para el ejercicio continuo de aquella perfecta caridad que les capacita para hacerse todo a todos en su ministerio sacerdotal" (n. 10).
2. En el evangelio Cristo no vaciló en pedir a quienes escogía como apóstoles que dejaran todo para seguirlo. Dejarlo todo significa también renunciar a formarse una propia familia. Jesús, mejor que nadie, sabía que esa renuncia requiere mucha generosidad porque supone el don total de sí mismo. Al ser Señor absoluto de la vida humana, Él invitó a sus apóstoles a comprometerse en ese don porque veía toda su fecundidad.
Es verdad que el celibato consagrado requiere una gracia especial, porque es un ideal que supera las fuerzas de la naturaleza humana y sacrifica algunas de sus inclinaciones. Pero el Señor, que ha guiado a su Iglesia en la elección de este camino, no dejará de conceder esa gracia a quienes llama al sacerdocio. Mediante ese don de lo alto, podrán asumir dicho compromiso y permanecer fieles a él durante toda la vida.
3. Sin embargo, es preciso preparar a los jóvenes que entran al seminario para que comprendan más claramente los motivos y las exigencias de esa elección, acogiendo en la oración la gracia que se les ofrece. También se les ha de advertir acerca de los peligros a los que podrán verse expuestos y acerca de la humilde prudencia que deben usar en su comportamiento. Sobre todo deberán ser formados en la firme convicción de que el celibato es esencialmente un amor mayor hacia Cristo y hacia el prójimo, y que está destinado a sostener la santidad y la fidelidad de los esposos cristianos.
Pidamos la intercesión de la Virgen de las vírgenes a fin de que el sínodo asegure a los jóvenes que se encaminan hacia el sacerdocio una formación adecuada con vistas a las exigencias de este amor mayor.
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