Ángelus del domingo 19 de octubre de 1980
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 19 de octubre de 1980
1. Mientras hoy, domingo misionero de la Iglesia, nos reunimos en la plaza de San Pedro para rezar el "Ángelus", vienen a la mente las palabras del Evangelio de San Lucas, a las que hace referencia esta oración:
"Missus est ángelus Gabriel ad Virginem..." (Lc 1, 26-27).
En el comienzo de la obra, a la que deseamos servir, se halla la "misión". La palabra que habla de la "misión", esto es, de la " vocación", es, en cierto sentido, la palabra primera del Evangelio. Y la realidad divina de la misión decide del misterio mismo de la Iglesia, como ha recordado, de manera espléndida, el Concilio en su principal documento, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: "La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino" (Lumen gentium, 5).
La Iglesia es el Pueblo de Dios que acepta la misión, la misma, en corto sentido, que aceptó la Virgen de Nazaret. Es el Pueblo que asume esta misión divina juntamente con Cristo en el Espíritu Santo. De este modo, toda la Iglesia se halla en estado de misión (in statu missionis), y cada uno de los cristianos sin excepción, consciente de su Credo, participa en la misión de la Iglesia.
2. Hoy nuestros pensamientos y nuestros corazones, nuestras plegarias y meditaciones se dirigen, de modo particular, hacia esos territorios del globo terrestre, que llamamos "tierras de misión ". Y todavía más que hacia los territorios del globo, nos dirigimos hacia los espacios de las almas humanas; a esto nos ha preparado el Concilio de modo particularmente profundo.
La Iglesia no cesa ―no puede cesar―, de ir con el Evangelio hacia todos aquellos que todavía no lo conocen. Así como no cesa de retornar con el Evangelio hacia todos aquellos que se han alejado de él. Lo hace sin mirar las dificultades, que se acumulan en su camino misionero. Lo hace en el espíritu del Apóstol, que escribió: "Ay de mí si no evangelizara" (1 Cor 9, 16).
Lo mismo debe repetir de sí misma toda la Iglesia y cada uno que, en la Iglesia, se deja guiar por el Espíritu de responsabilidad en favor del Evangelio. "La misión de la Iglesia ―ha afirmado el Concilio Vaticano II― se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres y pueblos, para llevarlos, con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo" (Ad gentes, 5).
3. En el presente domingo, desde este lugar donde, junto con la heredad dejada por San Pedro, lote el corazón de la Iglesia, nos dirigimos a todos los que constituyen en el mundo entero una gran Iglesia misionera. Juzgo como un don particular de la Providencia el hecho de que, este año, se me haya ofrecido la oportunidad de visitar algunas zonas de esta Iglesia, algunos países misioneros.
Deseo, en esta significativa circunstancia, recordar a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, médicos, misioneros laicos, catequistas, en particular a los autóctonos, que con tanto celo y espíritu de sacrificio se dedican al anuncio del mensaje de Cristo. Mi recuerdo, lleno de sincera gratitud, se dirige también a las órdenes, congregaciones e institutos religiosos, que entregan lo mejor de sus energías a la gran causa misionera; como se dirige también mi aliento a las Obras Misionales Pontificias como la Obra de la Propagación de la Fe, de la Santa Infancia, de San Pedro Apóstol, de la Unión Misional, y a todas las Obras Misionales de carácter nacional y diocesano.
4. A todos ellos les decimos: ¡Este es vuestro día! Pero no sólo este día. Todo el tiempo de la Iglesia es vuestro: ¡Con vosotros, por vosotros y mediante vosotros! Sin embargo, en esta jornada, deseamos manifestarlo de modo particular.
Mientras damos gracias al Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo por todos vosotros que, de cualquier modo, constituís "la Iglesia misionera" contemporánea, al mismo tiempo, rezamos para que vuestras fuerzas no disminuyan ni se debiliten. Rezamos para que se haga cada vez más intensa la conciencia misionera de toda la Iglesia. Rezamos también por las vocaciones misioneras eclesiales y laicas. Rezamos con infatigable confianza.
¡La mies es mucha!
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