Ángelus del domingo 20 de diciembre de 1987

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de diciembre de 1987

1. En nuestra peregrinación espiritual, nos dirigimos hoy a Belén, al santuario de la Natividad. Desde que los pastores hicieron la primera visita a María Santísima, al Salvador recién nacido y a San José y "les contaron lo que les habían dicho de aquel niño" (Lc 2, 17), esa "mística gruta", como la llamaban los fieles de las primeras generaciones, fue considerada un santuario, celebrado por cristianos y no cristianos. Aún después que el emperador Adriano, en el año 135, la hizo recubrir con tierra de relleno, ordenando que se plantara allí un bosque en honor de una divinidad pagana, la gruta no quedó en el olvido y siguió visitándose devotamente; de modo que, cuando el emperador Constantino ordenó en el año 325 los trabajos de demolición para la construcción de la basílica, ésta fue hallada casi intacta.

El centro ideal de la maravillosa basílica de la Natividad, la única superviviente de las tres que hizo construir ese emperador, es la cripta, formada por la sagrada gruta, donde la Bienaventurada Virgen "dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc 2, 7). Al visitar la basílica, se puede bajar a la gruta y admirar el ábside que recubre como una concha el altar de la Natividad; pero sobre todo, se puede rezar ante la lápida de mármol que hay debajo, donde está incrustada una estrella, alrededor de la cual se lee una inscripción en latín: "Hic de Vergine Maria Iesus Christus natus est".

2. Este santuario está vinculado de modo especial a la Bienaventurada Virgen María. Allí, no sólo el pueblo cristiano sino también personalidades ilustres de otras religiones han expresado su respeto y devoción por la Madre de Jesús, quien precisamente en este bendito lugar, que San Jerónimo llama "augustissimum orbis locum" (Epist. 58) dio a luz al Salvador del mundo.

3. ¡Sí! El santuario de Belén nos recuerda a la Theotokos; nos hace venerar a la alma Redemptoris Mater, que en este Año Mariano brilla ante nuestros ojos con luz más espléndida. La contemplamos absorta ante su Hijo, el Niño divino, que tomó carne de su seno purísimo. Pero la contemplamos también solícita para con todos nosotros, hermanos adoptivos de su Primogénito. La maternidad de María nos hace descubrir el sentido y el valor de ser sus hijos espirituales. Pero el serlo nos compromete a parecernos a Ella, a cambiar la forma de pensar y de amar; y a ver en los hombres a sus hijos y a nuestros hermanos, y a acoger en nuestro corazón al Verbo Encarnado.

4. Con el espíritu de este santuario de Belén, dirijo mi pensamiento a todos los santuarios marianos, en los que la Bienaventurada Virgen, venerada con tan diversos títulos, nos recuerda siempre el misterio de la Encarnación.

Y es también la luz de Belén la que ha inspirado la hermosa iniciativa de los niños de las parroquias y de las escuelas de Roma, que han venido a esta plaza, trayendo en las manos las figuritas del Niño Jesús, para ser bendecidas y ponerlas después en los belenes de sus casas. Queridísimos: Que el Niño que lleváis en las manos os haga crecer cada vez más en el amor a Él, amigo de los pequeños.

La próxima fiesta de la santa Navidad hace aún más vivo nuestro afecto a la tierra donde nació Jesús, Príncipe de la Paz y del Amor. Esa tierra no puede continuar siendo teatro de violencias, de contraposiciones y de injusticias, con sufrimientos para esas poblaciones a las que me siento particularmente cercano.

Dirijamos a Dios Omnipotente nuestra oración, para que inspire a las partes implicadas y a cuantos puedan colaborar a poner fin a estas violencias y a encontrar soluciones pacíficas.

Lo pedimos por intercesión de la Madre de Jesús, María, a quien ahora invocamos.

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