Ángelus del domingo 21 de octubre de 1984
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 21 de octubre de 1984
1. "Contad a los pueblos la gloria del Señor" (cf. Sal 95/96, 3).
Así se expresa la Iglesia en la liturgia de este domingo.
Con tales palabras, al mismo tiempo ―en esta Jornada de las Misiones― habla a todos sus hijos e hijas que colaboran en el servicio misionero en todos los lugares de la tierra.
Ciertamente, gracias a este servicio "cuentan a los pueblos la gloria del Señor".
La Iglesia piensa hoy con una gratitud especial en todos los misioneros y misioneras, lo mismo que en todas las personas e instituciones que ayudan a las misiones en el mundo entero.
La Iglesia lo expresa con las palabras del Apóstol de las Gentes: "Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1 Tes 1, 2-3).
2. Juntamente con la gratitud, quiero expresar mi estímulo más ferviente a todos los misioneros ―sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos― a fin de que prosigan y amplíen su obra, que es esencial en la Iglesia porque realiza uno de los más explícitos y apremiantes mandatos del Señor. Con su acción generosa, pues, deben sentirse avalados más que nunca por el apoyo de la autoridad de la Iglesia y guiados por la fuerza del Espíritu Santo.
En el mes del Rosario la Iglesia encomienda el trabajo de los misioneros a María, presente en el Cenáculo de Pentecostés.
Y a la vez pide a la que es dichosa por haber creído (cf. Lc 1, 45) la bendición y la intercesión en favor de la obra universal de la propagación de la fe, que tiene su comienzo en la venida del Espíritu Santo.
3. "Familias de los pueblos, aclamad al Señor, / aclamad la gloria y el poder del Señor" (Sal 95/96, 7).
Hoy la Iglesia se alegra porque el Beato Miguel Febres Cordero ha sido elevado a la gloria de los altares.
Con la canonización de este Santo, hijo del Ecuador en América Latina y miembro de la congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, la Sede de San Pedro "da gloria a Dios" y confiesa el poder de la redención de Cristo que engendra los Santos.
La santidad de San Miguel ha sido de modo especial la santidad del maestro de escuela: de la escuela católica. Por esto, al contemplar su figura, vemos nuevos motivos para asaltar el valor de la escuela cristiana, y alabar a todas las escuelas católicas que están comprometidas en formar ciudadanos honestos y preparados, así como hijos fieles de la Iglesia, dispuestos y capaces de hacerse instrumentos activos de su misión catequética y evangelizadora. Quiero proponer a todas las escuelas católicas y a cada catequista el ejemplo luminoso del Santo Hermano Miguel.
Invoquémosle, a fin de que su celestial intercesión guíe y sostenga las varias y multiformes obras escolares de la Iglesia, esparcidas por el mundo, para que, según el carisma propio de cada una, sepan anunciar con eficacia pastoral y cultural el amor salvífico de Dios Padre por el mundo.
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