Ángelus del domingo 23 de septiembre de 1984

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Castelgandolfo, domingo 23 de septiembre de 1984

1. En la liturgia de este domingo la Iglesia ofrece en la mesa de la Palabra de Dios la parábola de los obreros enviados a la viña, que relata el Evangelio de San Mateo.

"El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña" (Mt 20, 1).

A esta ''invitación'' a la viña corresponde la vocación que Dios dirige al hombre en Jesucristo.

El Concilio Vaticano II enseña que todo el Pueblo de Dios y todos los que pertenecen a él están llamados a participar en la triple misión mesiánica de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. En esto consiste la sustancia de la vocación cristiana.

Esta participación en la misión de Cristo constituye el contenido de la llamada a la viña del Señor. Esta llamada se dirige a la persona y, al mismo tiempo, se extiende a la comunidad que, participando en la misión mesiánica de Cristo, forman la Iglesia en la tierra y, a la vez, preparan la forma definitiva del reino de los cielos.

Hoy, al rezar el Ángelus, damos gracias al Señor, juntamente con María, la primera entre los llamados, por todos los obreros de la viña del Señor.

Y simultáneamente pedimos que esta llamada ―o sea, la vocación al reino de Dios― se dilate continuamente y llegue a los corazones humanos.

2. Todavía tengo en el corazón y en la mente las espléndidas manifestaciones de fe que he podido constatar en mi reciente viaje apostólico, cruzando Canadá desde un Océano al otro. He podido notar cuán profundamente ha grabado en su historia ese gran país el sello de la fe cristiana y que elevado es el dinamismo humano, el espíritu de iniciativa y la vitalidad religiosa de esas queridas poblaciones.

Quiero dar las gracias cordialmente por la calurosa acogida que me han dispensado. A todos va mi gratitud: al Episcopado y a las autoridades civiles, a los organizadores de los diversos encuentros, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a todos los buenos fieles, tan diversos por historia y cultura, pero animados todos por los mismos ideales y por la misma fe. Reitero mi saludo a todos los canadienses y la seguridad de que los llevo en el corazón. De modo particular correspondo al afecto que me han manifestado quienes han tenido que afrontar viajes o incomodidades para participar en la común celebración de la fe católica: ancianos, enfermos, pobres, personas que venían de lejos. A todos prometo un recuerdo en mi oración.

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