Ángelus del domingo 24 de febrero de 1980
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 24 de febrero de 1980
1. Hoy es el primer domingo de Cuaresma.
Cristo ―Redentor del hombre― está presente en la Iglesia a la que ha lavado con su propia sangre en la cruz. Y en el nombre de Cristo la Iglesia, cada año, anuncia al hombre el Mensaje de la Cuaresma: el Evangelio de la conversión y del perdón. Simultáneamente ella encuentra en Cristo la esperanza de la propia renovación y la certeza de la misión.
2. Hace un año, al comienzo de mi servicio pastoral en la Sede de San Pedro en Roma, he profesado esta verdad fundamental de la fe y de la vida de la Iglesia en la Encíclica Redemptor hominis, que se publicó precisamente el primer domingo de Cuaresma.
Después de un año, en el mismo domingo, deseo afirmar una vez más que la Iglesia, en la época presente, no tiene ninguna otra necesidad tan grande, fuera de esta fe ―inflexible e intocable― en la pontencia de Cristo, que desea actuar en los corazones humanos como Redentor y Esposo de la Iglesia, y revela el misterio de ese amor que es eterno y dura por los siglos.
Escuchemos hoy su voz. "Utinam hodie vocem eius audiatis: nolite obdurare corda vestra" (Sal 94 [95], 8). Con este grito comienza la Iglesia su oración cotidiana del Breviario, en este tiempo de 40 días.
3. Al mismo tiempo Cristo nos hace conocer que por amor a nosotros ha querido someterse a las pruebas y al sufrimiento.
"Christum Dominum pro nobis tentatum et passum, venite adoremos!".
Son diversas las pruebas y los sufrimientos de la humanidad, de las naciones, de los pueblos, de las familias y de cada uno de los hombres.
Son diversas las pruebas a las que el Señor somete a su Iglesia: internas y externas. No es necesario nombrarlas aquí.
La Iglesia vive en medio de los hombres y de los pueblos.
La Iglesia es testigo de las generaciones y de los siglos. No puede estar exenta de las pruebas y de los sufrimientos.
Es necesario que la Iglesia de nuestro tiempo, la Iglesia del año del Señor 1980 (del penúltimo decenio de este siglo) sea plenamente consciente de las pruebas por las que atraviesa.
Debe ser consciente también de las tentaciones que este tiempo le prepara. La Iglesia no puede estar libre de las tentaciones, si el mismo Señor las tomó sobre sí, juntamente con el ayuno de 40 días.
La conciencia de estar sometidos a las tentaciones es, en cierto sentido, la primera condición de la penitencia, es decir, de la conversión. Y de esto ha querido convencernos Cristo: Él que ha venido a anunciar la conversión a la Iglesia y a los hombres de todos los tiempos.
4. El hombre de hoy ―la humanidad― se encuentra frente a tentaciones tales, frente a una amenaza tal del mal como quizá jamás hasta ahora ha experimentado. La Iglesia que debe servir a los hombres, a cada uno y a todos ―enseñando la conversión―, debe convertirse también ella a Cristo en la medida de las necesidades de los hombres en la medida de las amenazas que gravitan sobre la humanidad, y también en la medida de las pruebas a las que ella sola ―la Iglesia― está sometida.
¡He aquí el tiempo de Cuaresma!
He aquí el tiempo en el que debemos todos nosotros, que somos la Iglesia, demostrar al Redentor esa fidelidad que Él espera de nosotros.
Debemos convertirnos a Él ―y en Él al Padre― en la medida de las amenazas hechas al hombre y de las pruebas a las que está sometida la Iglesia.
¡Debemos confiar en Él!
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