Ángelus del domingo 26 de junio de 1983
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 26 de junio de 1983
Queridísimos hermanos y hermanas:
1. Al regresar de mi peregrinación a Polonia, dirijo ante todo un cordial saludo a vosotros, queridos romanos, y a vosotros, peregrinos aquí presentes, agradeciéndoos las oraciones con las que habéis acompañado mi viaje apostólico entre la gente de mi tierra.
En el santuario de Jasna Góra he rezado intensamente por la querida diócesis de Roma y por todas las Comunidades cristianas, he invocado la protección materna de María sobre toda la Iglesia, y he confiado a Ella su crecimiento en la fe, en la esperanza y en el amor.
2. Hoy, al meditar sobre la oración del Ángelus, comenzamos una nueva serie de reflexiones que tendrán como tema las prefiguraciones marianas en el Antiguo Testamento.
El Concilio Vaticano II atribuye a la Virgen también el título de "excelsa Hija de Sión" (Lumen gentium, 55). Es un apelativo que debe sus orígenes a las tradiciones del Antiguo Testamento y es una expresión de sabor netamente oriental.
En efecto, Sión era la roca de la antigua Jerusalén. Sobre esta cumbre el Rey David hizo transportar el Arca de la Alianza (cf. Sam 6), y su hijo Salomón construyó allí el templo (2 Sam 24, 16-25 [cf. Par 3, 1], 1 Re 6). Desde entonces, con el nombre de Sión se designa sobre todo el monte del Templo (cf. Is 18, 7; Jer 26, 18; Sal 2, 6; 48, 2-3). Sión, pues, era como el corazón de Jerusalén, la parte más sagrada de la Ciudad Santa, puesto que allí moraba el Señor, en su casa. Como tal, la colina de Sión pasó a designar toda Jerusalén (cf. Is 37, 32: 51, 11; Jer 26, 18; 51, 35; Sof 3, 16), y también todo Israel (cf. Is 46, 13; Sal 149, 2), del que Jerusalén era el centro religioso y político.
3. María puede ser llamada "Hija de Sión"' en cuanto que en su persona culmina y se concreta la vocación de la antigua Jerusalén y de todo el pueblo elegido. Ella es la flor de Israel, que brota al final de un largo camino, hecho de luces y sombras, durante el cual Dios iba preparando a Israel para acoger al Mesías. En María de Nazaret, Dios realiza con antelación las promesas hechas a Abraham y a su descendencia.
Según muchos exegetas, en las palabras del Angel Gabriel a María se siente como el eco del mensaje gozoso que los Profetas habían dirigido a la Hija de Sión. En efecto, María es invitada a alegrase ("Alégrate, llena de gracia") (Lc 1, 28), porque el Hijo de Dios tomaba morada en Ella (cf. Lc 1, 31-32 a). Él será Rey y Salvador de la nueva casa de Jacob (cf. Lc 1, 32b - 33), que es la Iglesia.
4. Como. "Hija de Sión", la Virgen es pues el punto de arribo del Antiguo Testamento y primicia de la Iglesia. Por tanto, Ella es un reclamo permanente a recordar los vínculos que nos unen a Abraham, "nuestro padre en la fe" (primer Canon Romano), y al pueblo, que ha esperado y aguardado el acontecimiento de la redención. Y es además un estímulo para que la Iglesia ―nueva "Hija de Sión"― viva en la alegría (cf. Flp 4, 4). En efecto, Cristo está en medio de nosotros siempre (cf. Mt 28, 20, cf. Lc 1, 33). Frente a las emergencias de nuestra peregrinación, debemos sí temblar, pero no tener medio como "gente de poca fe" (Mt 8, 26 y paralelos de Mc 4, 40 y Lc 8, 25). Cristo es el Poderoso que nos salva del egoísmo y de la indiferencia. Él, derramando su sangre, toma posesión de nosotros como Rey, a fin de que toda criatura alcance la medida perfecta del amor.
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