Ángelus del domingo 26 de noviembre de 1989
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 26 de noviembre de 1989
Fiesta de Cristo Rey
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En este último domingo del año litúrgico, la Iglesia propone a nuestra meditación la persona y el misterio de Jesucristo, Rey del universo. Esta solemnidad, instituida por el Papa Pío XI, nos ayuda a comprender más a fondo la posición central de Cristo, bajo cuyos pies se hallan sometidas todas las cosas, para que Él, a su vez, las someta al Padre, de forma que Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 27-28).
Es verdad que Jesús durante su vida terrena no se dejó arrastrar por las intenciones del pueblo que quería proclamarlo "rey", tras el milagro de la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 1-15), pero lo hizo para rectificar la opinión equivocada de quienes veían en Él sólo un liberador político y mundano.
La realeza de Cristo, trasciende la dimensión puramente terrena y no se funda en la lógica del poder, sino en la del sacrificio. En efecto, mediante la exaltación en la Cruz, seguida por la elevación de la resurrección y por la glorificación a la diestra del Padre, Jesús se afirma como Rey del universo y Salvador del mundo. Él manifiesta su poder real precisamente sobre el árbol de la Cruz: "Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32).
2. En este sentido Jesús, respondiendo a la pregunta del procurador Poncio Pilato "¿Luego tú eres Rey?", afirma: "Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo" pero "mi Reino no es de este mundo" (cf. Jn 18, 36-37)
Es decir, Jesús aclara que su soberanía real no pertenece a la ordenación política humana, no proviene "de abajo" sino "de arriba" (Jn 8, 23). Sin embargo, si su Reino no tiene carácter mundano, no por eso está fuera del mundo, no es extraño a los avatares del mundo. Por eso Jesús manifiesta también el objetivo de su realeza: "Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37).
Como Rey viene para ser el Revelador del amor de Dios, el Mediador de la Nueva Alianza, el Redentor del hombre. El Reino instaurado por Jesucristo actúa en su dinamismo interior como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la futura bienaventuranza, a la que todos estamos llamados. Por esto en el Prefacio de la celebración eucarística de hoy se habla de Jesús que ha ofrecido al Padre un "reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz".
La meditación sobre Jesucristo, Rey del universo, nos enseña, pues, que debemos colaborar con espíritu solidario y responsable en la edificación de la ciudad terrena, guiados por Aquel que el Apocalipsis llama el Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap 19, 16), pero que, más que dominar, sirve a su grey y la salva.
Que la Virgen santa, que precisamente hace 25 años, el 21 de noviembre de 1964, fue proclamada por Pablo VI Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios, nos asista en nuestro empeño de acoger la señoría de su Hijo Jesús en nuestro espíritu.
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