Ángelus del domingo 27 de diciembre de 1987
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 27 de diciembre de 1987
Fiesta de la Sagrada Familia
Queridos hermanos y hermanas:
1. Este domingo, que viene a continuación de la solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia lo dedica a la celebración de la Sagrada Familia. Después de haber concentrado nuestra atención los días pasados en el misterio del Hijo, de Dios que se ha hecho un Niño para la salvación de todos, se nos invita a meditar en esa cuna de amor y de acogida que llamamos "familia".
El nombre oficial de la fiesta litúrgica es "Sagrada Familia: Jesús, María y José". Y el título expresa por sí solo toda la sublime realidad de un hecho humano-divino, al presentar ante nosotros un modelo que reproducir en la vida, para que cada familia, especialmente la cristiana, se empeñe en realizar en sí misma esa armonía, honradez, paz, amor, que fueron prerrogativas admirables de la Familia de Nazaret.
2. La santidad de la familia es el camino real y el recorrido obligado para construir una sociedad nueva y mejor, para volver a dar esperanza en el futuro a un mundo sobre el que pesan tantas amenazas. Por eso, las familias cristianas de hoy han de saber aprender de ese núcleo de amor y de entrega sin reservas que fue la Sagrada Familia. El Hijo de Dios hecho un niño, como todos los nacidos de mujer, recibía allí continuamente los cuidados de la Madre. María, que siempre había permanecido Virgen, consagraba diariamente su vida a la sublime misión de la maternidad, y por eso también hoy todas las generaciones la llaman bienaventurada. José, designado para proteger el misterio de la filiación divina de Jesús y la maternidad virginal de María, cumplía su papel, de forma consciente, en silencio y en obediencia a la voluntad divina. ¡Qué escuela, qué misterio!
3. El Hijo de Dios vino a la tierra para salvar a todos los seres humanos, transformándolos profundamente desde dentro, para hacerlos semejantes a Él, Hijo del Padre celestial. Para llevar a cabo esa misión, pasó la mayor parte de su vida terrena en el seno de una familia, con el fin de hacernos comprender la importancia insustituible de esta primera célula de la sociedad, que contiene virtualmente todo el organismo.
La familia de por sí es sagrada, porque sagrada es la vida humana, que solamente en el ámbito de la institución familiar se engendra, se desarrolla y perfecciona de forma digna del hombre. La sociedad del mañana será lo que sea hoy la familia.
Ésta, por desgracia, en la actualidad está sometida a toda clase de insidias por parte de quien busca herir su tejido y minar la natural y sobrenatural unidad, disgregando los valores morales sobre los que se funda con todos los medios que hoy pone a su alcance el permisivismo social, especialmente con los "massmedia", y negando el principio esencial del respeto a la sacralidad de toda vida humana, desde el primer estadio de la existencia. Hay que recuperar el sentido vivo de las prerrogativas humanas y cristianas de la familia y de su inderogable función: la de ser una comunidad profundamente imbuida del amor, de modo que ofrezca a la vida que nace un nido cálido y seguro, en el que el nuevo ser humano pueda educarse en la estima de sí mismo y de los demás, reconociendo los verdaderos valores, conociendo y amando al Padre celestial "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3, 15).
Queridos hermanos y hermanas: Recemos a Jesús, María y José, para que renazca por todas partes el don inigualable de la santidad de la familia.
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