Ángelus del domingo 3 de febrero de 1980
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 3 de febrero de 1980
1. Permitidme recordar, ante todo, las siguientes palabras de la Constitución Lumen gentium:
"En la persona de los obispos a quienes asisten los sacerdotes, está presente en medio de los fieles el Señor Jesucristo, Pontífice Supremo. Porque, sentado a la diestra del Padre, no deja de estar presente en la comunidad de sus pontífices, sino que en primer lugar, a través de su servicio eximio, predica la Palabra de Dios a todas las gentes y... por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad" (núm. 21).
He querido recordar hoy este sugestivo y elocuente pasaje del magisterio conciliar, para dar testimonio de la fe que me ha guiado a mí y a los obispos y padres de la Iglesia en Holanda durante el Sínodo particular, cuyos trabajos finalizaron el jueves pasado. La fe en la presencia de Cristo, que envía siempre a los obispos, con los sacerdotes, para prolongar la misión de los Apóstoles en la Iglesia y en el mundo, nos ha iluminado y confirmado en el curso de estos días. Nos ha ayudado a contemplar los varios problemas, que se han planteado sobre la mesa del Sínodo, a la luz de esta verdad, a la que queremos permanecer fieles con todas las fuerzas.
Ella además -quiero decir esta fe en la presencia de Cristo entre nosotros- nos ha permitido tomar decisiones con la esperanza de que la gracia del Espíritu Santo toque los corazones humanos y realice la obra que, en unión con Cristo, hemos comenzado juntos. Deseo que entre las muchas palabras, que ahora y después se dirán a propósito del reciente Sínodo, no falte esta palabra de fe y de esperanza.
2. Hoy se celebra en toda Italia la Jornada por la vida. Al manifestar mi aprecio por toda iniciativa que se dirija a promover en la opinión pública la consideración y el respeto hacia este valor fundamental, que hoy particularmente está rodeado de insidias por tantas formas de violencia, deseo elevar mi voz una vez más para "evangelizar la vida", en comunión con cada uno de los hombres y mujeres de buena voluntad.
Donde está la vida, está el espíritu de Dios Creador, está su impronta, el sello de su amor. Cada uno de los seres humanos, desde el momento en que es concebido bajo el corazón de la madre, lleva en sí esta impronta divina, que hace de él un sujeto capaz de abrirse responsablemente a Dios y a los hermanos.
No lo olvidemos: cuando se viola el derecho a la vida de una persona, se asesta un golpe al corazón mismo del orden moral y jurídico, que tiene como finalidad la tutela de los bienes inviolables del hombre. La Iglesia defiende el derecho a la vida, no sólo por respeto a la majestad de Dios, primer Dador de toda vida sino también por respeto al bien esencial del hombre.
En la Jornada por la vida, se confía una consigna al compromiso de cada una de las personas solícitas del verdadero bien social: la de acoger la vida, defenderla, promoverla. Acoger la vida como un don inestimable, que hace más rica a toda la familia humana, trayéndole de parte de Dios una renovada invitación a la esperanza. Defender la vida, especialmente la más débil e inerme, oponiéndose a todo ataque que intente humillarla, oprimirla, destruirla. Promover la vida, ofreciendo la propia colaboración generosa a toda iniciativa que favorezca su elevación hacia metas más dignas de seres humanos, llamados, en Cristo, a participar de la vida misma de Dios.
3. Como ya indiqué el domingo pasado, se celebra hoy también la "Jornada diocesana para la asistencia religiosa en la periferia y para las iglesias nuevas".
Baste pensar en el hecho de que en Roma nada menos que 70 nuevas parroquias no tienen un templo propio, para comprender plenamente la importancia y la necesidad de la oración incesante y de la solidaridad generosa de todos los cristianos para la solución de este grave problema. Estoy seguro de que recogeréis esta llamada y corresponderéis a ella con todo el corazón.
Confío estas intenciones, como las otras antes citadas, a la materna intercesión de María Santísima.
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